Pues bien, la semana pasada volví a zambullirme en sus pobladas (atestadas) calles, una vez más por turismo, aunque esta vez con una diferencia importante. Esta vez fui con la familia, a saber mis padres y mi tía Mati, quien una vez que supo de nuestras intenciones turísticas se subió al carro.
Tramitamos los preparativos del viaje con eficacia y velocidad inusitada, más que nada porque dejamos las gestiones para el último minuto y el tiempo corría que daba gusto. Los días previos al viaje, estuvieron plagados de nervios, ya que la compañía aérea que nos tenía que transportar a las Islas Británicas estaba sumida bajo la amenaza de la huelga por parte de sus pilotos y personal de tierra, por lo que no tuvimos claro si nos íbamos a quedar con las ganas hasta casi el último minuto. Pero a parte del clásico retraso en la salida del avión, no tuvimos que sufrir la cancelación del vuelo, con el consiguiente trastorno que eso hubiera supuesto.
El viaje transcurrió sin incidentes y he de decir que aunque nuestra compañía aérea tiene fama de peseteros y de tratar de escatimar comodidades a fin de exprimir hasta el último céntimo, la distancia entre asientos era bastante adecuada, al contrario de la compañía que me llevó a Rusia el año pasado y no quiero dar nombres (¿verdad, Iberia Express?).
De los tres aeropuertos con los que cuenta Londres, nosotros desembarcamos en el aeropuerto de Stanted (que si no estoy equivocado es el que pilla más lejos de la urbe). Y aquí he de decir, que se trata de unas instalaciones bastante laberínticas (no sé si porque el arquitecto quería aprovechar la oportunidad de encerrar un minutoaro o porque se hizo un lío con los planos). El caso es que tardamos un buen rato en salir de la terminal.
Nada más bajar del avión nos dimos cuenta de que los chubasqueros que llevábamos en las mochilas, se iban a quedar sin estrenar. Al contrario de lo que manda el tópico británico, la lluvia no estaba, ni se la esperaba, de hecho estábamos en plena ola de calor. Un calor húmedo y pegajoso, que no nos abandonaría hasta el penúltimo día de estancia.
Tras un buen rato de espera, logramos coger un autobús que nos trasladó hasta la urbe londinense. Afortunadamente, nuestro hotel estaba relativamente cerca de la estación de autobuses, por lo que tras un paseo de 10 minutos pudimos dejar las maletas en el hotel. Dado que el hambre ya apretaba desde hacía un buen rato, hicimos lo que todo buen viajero deseoso de descubrir la cocina británica haría. Nos fuimos a un restaurante italiano.
Nos sentamos a comer y tras estudiar detenidamente la carta, se produjo el siguiente diálogo.
Yo: Bueno, pues creo que me voy a decidir por la pizza cuatro quesos.
Mi madre: Pues tiene buena pinta, yo me pediré lo mismo.
Mi padre: Me encanta la pizza cuatro quesos, me apunto.
Mi tía: No voy a romper el consenso, lo mismo para mí.
Yo: Esteeee, que pasa. Que como la carta está en inglés no os apetece leerla, ¿verdad?
Mis padres y mi tía (sonriendo nerviosamente): No tenemos ni idea de que hablas.
Tras la pitanza, decidimos empezar a explorar el entorno.
Yo: Bueno, he preparado un itinerario meticulosamente calculado, teniendo en cuenta un sin número de factores. Y he decidido que empezaremos visitando Hyde Park. Ya que es un parque emblemático que cuenta con...
Mi madre: Lo has elegido porque es lo que pilla más cerca de aquí, ¿no?
Yo: ¿Qué? No, para nada, como iba diciendo he calculado el itinerario en base a...
Mi tía: ¿Pero como de cerca está ese parque?
Mi padre: ¿Ves esos árboles de ahí? Pues son el comienzo del parque.
Total, que lo estuvimos visitando.
Anda mira, el Albert Hall.
Una vez atravesado el parque, llegamos al Palacio de Buckingham.
Mi tía: Esa noria que se ve al fondo es el Ojo de Londres. ¿Qué tal si nos acercamos hasta allí?
Yo: Gran idea. Además por allí está Parlamento y la Abadía de Westminster.
Un rato de caminata más tarde.
Yo: Ya veréis, aquí mismo está el famoso Big Ben, que es como se conoce popularmente a la campana del reloj situado en el lado noroeste del Palacio de Westminster, que además es la sede del parlamento. Es precioso, y .... y ....
Mi padre: Y está en obras.
Mi madre: Bonitos andamios.
Mi tía: Bueno, al menos hemos llegado junto a la noria a la hora perfecta, justo antes del anochecer. Si subimos ahora, tendremos unas vistas estupendas.
Yo: La idea es buena, solo hay un problemilla. Toda esa gente de ahí.
Mi tía: Parece una manifestación.
Yo: En realidad es la cola para subir a la noria.
Mi padre: Que digo yo, que como vamos a estar varios días en Londres, ya si eso volvemos más adelante.
Como ya era tarde y estábamos cansados del viaje y la caminata, decidimos volver al hotel. Y otra vez volvimos caminado por Hyde Park, lo que nos permitió disfrutar de una bonita puesta de sol.
Próximamente, las aventuras del segundo día.
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