5/02/2023

Vigésimo quinta entrada del Podcast: El robo del facsímil.

 Hola de nuevo. Tras otro larguísimo parón, vuelvo con fuerzas renovadas y un nuevo relato de terror bajo el brazo. Este es de los truculentos, así que cuidado con reproducirlo a todo volumen cerca de gente sensible. Estáis avisados.

Vamos con la versión de audio:

Y como es costumbre con la versión escrita:

El profesor Enoch, se bajó apresuradamente de su viejo automóvil Ford T de segunda mano y encaró a pie la pequeña, aunque empinada colina, en que se convertía la calle Lake en su último tramo. El baqueteado automóvil, había vivido tiempos mejores desde que salió de la fábrica 12 años antes, y el anterior propietario no había cuidado bien del pequeño motor de 4 cilindros, que en su actual estado no se encontraba en condiciones de afrontar la parte más escarpada de la cuesta.

El objetivo del profesor, era la última y solitaria casa de la calle. Una edificación de estilo colonial tardío, que aunque invadida por la carcoma, transmitía una contradictoria sensación de solidez. La casa estaba rodeada de una parcela cercada por un muro de ladrillo, que la aislaba de los escasos transeúntes que se tomaban la molestia de subir hasta allí

Enoch era un hombre delgado y nervudo. Parecía tener el cuerpo hecho exclusivamente de huesos y tendones, recubiertos de una piel tan curtida como el cuero viejo. Las canas habían iniciado su invasión inexorable desde muy joven, y ahora que se acercaba a la cuarentena, le hacían aparentar ser 10 años más viejo. Vestía ropas de buen paño, aunque con muy usadas, y la forma en que cojeaba al andar, desmentía que el uso de su bastón fuera una simple cuestión de moda.

La noche se cernía ya ,cuando el profesor encaraba los últimos metros de la cuesta. A pesar de que el farolero había realizado su labor hacía ya rato, las pocas luces de gas apenas se bastaban para iluminar la zona, dándole a la casa un aspecto siniestro.

Al llegar a la entrada, el profesor dejó pasar unos instantes hasta recuperar el aliento. Finalmente llamó a la puerta, con un único y vigoroso campanillazo que casi sonó como la campana de una iglesia. Pasados unos instantes, le abrió la puerta una mujer joven que le escrutó de arriba abajo, sin disimulo alguno.

    -    Soy el profesor Enoch de la Universidad de Miskatonic. Eh, creo que me está aguardando el inspector Bancroft. Si fuera tan… amable de anunciarme yo…

Se interrumpió bruscamente al ver, demasiado tarde, la placa de policía que la mujer lucía en la solapa de la chaqueta, con la que cubría su vestido. Enoch se maldijo mentalmente a sí mismo por su metedura de pata. Por supuesto era consciente que al abrigo la creciente popularidad de Alice Clement, una de las primeras mujeres policías de Chicago, quien se había destacado por sus brillantes éxitos en la lucha contra el crimen. Un discreto, aunque creciente número de agentes femeninas, había empezado a ejercer por todo el país. Y por lo visto, el departamento de la ciudad de Arkham contaba ahora con una de aquellas mujeres

    -    Disculpe mi torpeza, agente. No quería faltarle al respeto.
    -    Discúlpeme usted a mí, Profesor. Pero aguardaba la llegada del Doctor Armitage. - le interrumpió la mujer, con sequedad.
    -    Lo sé, pero me temo que el Doctor podría demorarse más de lo que espera, puesto que se ha visto obligado a marchar urgentemente a la localidad de Dunwich, para atender unos asuntos. Francamente, no sabemos cuándo tiene previsto su regreso. Por esa razón, el Decano me ha pedido que venga a asistirles en lo que pueda. La Universidad de Miskatonic siempre está dispuesta a colaborar con las fuerzas del orden.
    -    Ya veo. En ese caso le agradezco su colaboración. - contestó la mujer con un tono de voz un poco más amable, al tiempo que le franqueaba la entrada a la casa  - Me llamo Alice Wallace y soy la responsable de esta investigación.
    -    ¿Es usted la agente al cargo? - se extrañó Enoch -Pensaba que nos había contactado el inspector, como en ocasiones anteriores.
    -    El inspector Bancroft, como la mayoría de los agentes, están trabajando sin descanso en los recientes asesinatos. Así que me han dejado a mí al cargo de los delitos menores, como el robo que nos ocupa esta noche. - contestó Wallace con cierto toque de amargura mal disimulada.
    -    Comprendo. - se limitó a decir el profesor

Al igual que la mayoría de los habitantes de la ciudad de Arkham, Enoch se había sentido horrorizado ante los cruentos asesinatos que habían sacudido la ciudad. El primero se había producido hacía poco más de dos meses. Se trató del hallazgo de un hombre totalmente desollado en la zona de los arrabales.

A pesar del tiempo transcurrido, solo se pudo averiguar la identidad de la víctima, un vagabundo borrachuzo, con un amplio historial de violencia y habitual de la prisión. De no ser por el hecho de que su cuerpo había sido totalmente desollado, nadie le hubiera dado demasiada importancia al crimen.

El siguiente asesinato se produjo unas dos semanas después, se trataba de un obrero de la construcción con varias denuncias  de violencia doméstica a sus espaldas. El hombre conservaba la piel, pero apareció colgado por los pies de una farola, con un amplio corte que le rebanaba el cuello. Lógicamente debería haber un gran charco de sangre bajo él, pero apenas se encontró sangre.

Un mes más tarde se encontró el tercer cadáver, tan degollado y desangrado como el segundo, solo que esta vez se trataba de un joven estudiante universitario. Según sus conocidos, el chico era una amable que jamás se metía en líos.

La policía de Arkham iba de cabeza. No parecía haber relación entre las víctimas y todavía no estaba totalmente claro si el primer asesinato estaba relacionado con los otros dos. La desmesurada cobertura de la prensa, tanto del Advertiser de Arkham como de la Gaceta, habían logrado que nadie en la ciudad hubiera podido olvidar el asunto. La presión, para el alcalde Peabody y para la Policía, era inmensa. Por lo que no era de extrañar que se hubieran destinado la mayoría de los agentes a resolver el asunto.

Conociendo al misógino Jefe de Policía, a Enoch no le extrañaba demasiado que hubiera dejado en manos de una agente novata el caso de un simple robo. Pero lo cierto es que se alegraba. El inspector Bancroft,  con quien ya había tenido la desgracia de colaborar en un par de ocasiones, era el típico hombre más interesado en quedar bien ante sus superiores, que en resolver realmente las investigaciones. Por lo que siempre detenía un culpable, pero raramente recuperaba lo robado. Ya que para el inspector, cualquier vagabundo era culpable de algo y lo mismo daba arrestarle por el delito que investigaba que por cualquier otro.

Wallace tenía una mirada decidida y contaba con el arrojo de la juventud, por lo que el profesor esperaba que aún no estuviera corrompida por la desidia y la decepción.

    -    Puede entrar. - dijo la agente - Pero trate de no tocar nada a menos que sea estrictamente necesario. Esta es ahora la escena de un crimen… supuestamente, al menos.
    -    ¿Qué quiere decir con “supuestamente”? - inquirió el profesor
    -    Ahora lo verá. - dijo ella cripticamente.

Avanzaron por el pasillo camino al salón, mientras Enoch examinaba a la agente Wallace. Se trataba de una mujer joven, de cabello corto y negro como ala de cuervo. Ojos del color del acero, y expresión decidida. Llevaba un vestido parisino de corte sencillo pero elegante  y una chaqueta con amplios bolsillos. El bulto de uno de ellos delataba un arma de fuego de pequeño calibre. Los zapatos eran cómodos. Ideales para pasar mucho tiempo de pie o para lanzarse a la persecución de algún delincuente.

El salón era una sala grande, bien iluminada con grandes lámparas de gas, con las paredes cubiertas por estanterías que se alzaban desde el suelo hasta el techo, repletas de grandes libros bien cuidados. El centro de la estancia estaba ocupado por una gran mesa, donde se encontraban diversos utensilios de escritura y encuadernación de libros. Tras la mesa, desparramado sobre una silla, se encontraba un anciano delgado como un junco y con el rostro demacrado. No parecía haberse aseado en días y sus ropas estaban arrugadas y cubiertas de manchas rojizas.

Por un momento Enoch se temió que el hombre estuviera muerto, pero en seguida le oyó murmurar frases ininteligibles. Al principio no reconoció al anciano que tenía ante sí, pero finalmente cayó en la cuenta de que se trataba del señor Spooner, el dueño de la casa en la que estaban. Enoch lo conocía bien y sin embargo había sufrido un cambio tan radical en su aspecto, que tan solo al escuchar su voz pudo al fin reconocerle.

    -    Por el amor de Dios. - murmuró Enoch -¿Qué le ha pasado, Spooner?

El anciano no le respondió, solo parecía murmurar de manera incoherente palabras o puede que frases. Era difícil entenderle, puesto que hablaba con un hilo de voz.

    -    Et filii numquam moriuntur, nisi ad matrem Hydram et patrem Dagon… perímene oneirevómenos… fi manzilih…
    -    Está mezclando idiomas-  dijo Enoch acercándose para poder escuchar - latín griego y… ¿árabe?
    -    ¿Puede traducir? - preguntó Wallace mientras sacaba una libreta para tomar notas.
    -     “Y los niños nunca deben morir, solo regresan a la Madre Hidra y al Padre Dagón…” - recitó Enoch - “Espera soñando…”,  “En su casa…”.
    -    ¿Tiene algún sentido algo de todo esto para usted, profesor?
    -    No, aunque la primera frase me resulta familiar. Debo de haberla leído o escuchado en alguna parte, aunque no recuerdo dónde, ni cuándo.

El viejo Spooner siguió hablando de manera incoherente.

    -    Ya he avisado al personal del sanatorio psiquiátrico para que se hagan cargo de él.- Suspiró la mujer - Supongo que no podemos contar con su colaboración, para que nos aclare lo que ha pasado.
    -    Eso mismo le iba a preguntar yo agente. ¿Por qué estamos aquí?
    -    Con sinceridad, todavía no lo tengo del todo claro. Esta mañana fuimos requeridos por la señora Piper, el ama de llaves del señor Spooner. Por lo visto había sido dispensada de sus labores hacía ya más de dos meses. El Señor Spooner recibió un encargo muy importante de un cliente europeo y su comportamiento se volvió rápidamente errático y algo paranoico, por lo que no tardó mucho en despedir a todo su servicio. - La agente consultó su Block de notas - Si lo he entendido bien, El señor Spooner se dedica a hacer copias de libros famosos.
    -    Facsímiles. - le interrumpió Enoch con voz ligeramente irritada.
    -    ¿Disculpe?
    -    Digo, que Spooner no se dedica a elaborar simples copias, sino facsímiles.
    -    ¿Qué es exactamente un facsímil?
    -    Es una reproducción exacta de un escrito. - explicó Enoch con su mejor tono catedrático.
    -    Vamos, una copia, pero hecha con mucho esmero. - replicó Wallace con cierto sarcasmo.
    -    No lo entiende. Es mucho más que una simple reproducción. Se trata de una copia exacta del original, se intenta usar los mismos materiales y técnicas utilizadas en la creación del volumen original, incluso se reproducen las mismas erratas y los estragos ocasionados por el tiempo. Si el libro primigenio tuviera, digamos, una mancha de café en una de sus páginas, el facsímil también debería llevarla. ¿Entiende?
    -    Ya veo. - respondió la agente no demasiado convencida.
    -    No se suelen hacer facsímiles de cualquier volumen. - continuó Enoch - Si no más bien de auténticas obras de arte e incunables, como el “Libro de los dichos y hechos del rey don Alonso” de Antonio Beccadelli. Escrito en el siglo XVI en Valencia, o el “Maellus Maleficarum” recopilado por dos monjes dominicos alemanes, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger allá por el 1486. ¿Comprende?
    -    ¿Así que estamos hablando de libros muy caros? - preguntó Wallace, empezando a sospechar que su simple caso de robo se había vuelto repentinamente más interesante.
    -    Ciertamente, dependiendo del libro o libros que se hayan robado, podemos hablar de sumas entre 500 y 8.000 dólares, puede que incluso más.
    -    ¡Fiuuu! - silbó la mujer - Y supongo que las copias, costarán mucho menos.
    -    No me ha entendido agente. Eso es lo que pueden costar los facsímiles. Los originales son inmensamente más valiosos.

Por primera vez la agente se quedó sin palabras. Pero se recuperó admirablemente.

    -    Por fin entiendo porque han robado en casa de un simple librero.
    -    Yo no diría que el viejo Spooner tenga nada de simple. De hecho, es un editor bastante acaudalado. Lo cual, como dirían ustedes es… “un buen móvil para un robo”.
    -    Bien, lo primero es determinar qué han robado. Por eso precisamente pedí ayuda al Doctor Armitage. -  Wallace volvió a consultar su Block de notas. -Como ya he dicho, según el ama de llaves, la señora Piper. Hace poco más de tres meses, el señor Spooner recibió un encargo por telegrama, de un cliente europeo, entiendo ahora que le pidió realizar un facsímil de algún libro en concreto.

“Si bien, la señora Piper no ha sabido decirme el nombre del cliente. A los pocos días, el Señor Spooner realizó un viaje a Europa (aún tengo pendiente averiguar a dónde fue exactamente). Regresó al cabo de dos semanas. La señora Piper se dio cuenta de que el hombre había adelgazado sus buenas 8 libras, pero al principio lo atribuyó a la mala comida del viejo continente.”

“Pronto fue evidente, que algún suceso del viaje había trastornado a Spooner, ya que se encerraba durante días en su estudio, lo que según la señora Piper no era habitual en él, ya que solía trabajar unas 9 horas diarias y siempre salía a dar vigorosos paseos por el parque a última hora de la tarde.”

    -    Puedo dar fe de ello. - Interrumpió Enoch. - De hecho, hemos compartido ruta de paseo en alguna ocasión. - El profesor miró de nuevo al incoherente anciano que apenas se sostenía en la silla y prosiguió - También puedo confirmarle el gran deterioro físico que ha sufrido.

El anciano al sentirse observado, elevó ligeramente la cabeza y murmuró unas palabras tan bajito que Enoch no lo escuchó:  “Tekeli-li, tekeli-li”. Inmediatamente su cabeza volvió a colgar sin fuerza y se sumió en el silencio.

    -    El comportamiento del señor Spooner. - continuó la agente Wallace - Se volvió cada vez más alienado. Acusó a sus sirvientes de molestarle constantemente emitiendo ruidos por la noche, privándole de su descanso. O les culpaba de cambiar sus cosas de sitio sin motivo. En los días siguientes les fue despidiendo uno a uno. La última en ser expulsada, fue la señora Piper. Cuando ella abandonó la casa, el anciano ya había perdido otras doce libras de peso y su rostro mostraba un gran deterioro, a pesar de que su vigor era mayor que nunca y trabajaba durante jornadas maratonianas encerrado en su estudio. Aunque el ama de llaves me dijo que antes de ser dispensada de sus deberes pudo ser testigo de que el señor Spooner desapareció sin previo aviso durante cuatro días completos sin avisar. Cuando volvió se negó a dar explicaciones de dónde había ido. Trajo consigo un gran fardo, y cuando la señora Piper le interrogó al respecto. Simplemente respondió que había estado recopilando materiales.
    -    Sí. - aportó Enoch - Ya le he dicho que siempre se intenta, en la medida de lo posible, a la hora de elaborar el facsímil. Utilizar los mismos materiales del volumen original. Aunque es raro que los recopilara el mismo. Normalmente tiene empleados en su editorial, que se encargan de eso.
    -    Supongo, que la paranoia que había empezado a desarrollar, le impedía confiar en nadie más. - conjeturó la agente Wallace. - En cualquier caso, la señora Piper, pese a haber sido despedida, trató de visitar en varias ocasiones a su antiguo empleador. Pero nunca había logrado pasar de la entrada hasta hoy. Cuando se encontró la puerta abierta. Al entrar al interior de la casa, halló al señor Spooner en un estado de ira colérica, gritando que le habían robado “el libro”.
    -    ¡El libro! ¡El libro! ¡Ellos se lo llevaron! - gritó histéricamente el anciano, mientras se levantaba de un salto y empezaba a tirar las cosas de su escritorio

Enoch y  Wallace se precipitaron sobre él y le agarraron.

    -    ¡Cálmese señor! - le exigió la agente.
    -    ¡Spooner! ¡Contrólese, por lo que más quiera! - dijo Enoch con su tono más firme.

El anciano les miró sin verlos, pero se calmó y permitió dócilmente, que le volvieran a sentar en la silla.

    -    Dígame, ¿Quienes son ellos? ¿Pudo ver a los ladrones? - le interrogó Wallace. Pero ni exigencias, ni súplicas sacaron al viejo de un hosco silencio.
    -    Estoy como al principio. - suspiró la agente con frustración - No he encontrado ni una pista. La entrada no está forzada, no hay signos de violencia. Ni siquiera sé que libro se han llevado, si es que se han llevado alguno. He revisado todo este taller, ya que según la señora Piper, los libros en los que trabaja Spooner, no salen de esta estancia, hasta que los entrega en mano al cliente. Según mi opinión, si alguien robase un libro se llevaría el original. Al fin y al cabo usted ha dicho que por muy bueno que sea el facsímil, su precio siempre será una fracción del genuino. A menos que no pudieran distinguir uno de otro y ante la duda, robaran ambos ejemplares.
    -    Normalmente le daría la razón, pero el señor Spooner es un caso especial. - Puntualizó Enoch. - Ya que posee una memoria perfecta y una atención al detalle espectacular. No necesita tener acceso al original más que una vez. Lo examina minuciosamente y lo recuerda con exactitud cristalina. Le he visto reproducir perfectamente un pergamino egipcio que solo había estudiado, una vez, por espacio de veinte minutos. Por eso me duele especialmente, ver el lamentable estado al que se ve reducido esta mente tan genial. - terminó, observando al anciano que había vuelto a empezar a murmurar de manera incoherente.
    -    ¿Así que, solo robar el facsímil? - preguntó Wallace.
    -    Seguramente. - sentenció Enoch - Spooner solía estudiar el original, en su ubicación de origen. De hecho ha estado varias veces en la biblioteca de nuestra universidad estudiando distintos volúmenes. Luego vuelve a su taller, donde produce el facsímil, para finalmente entregarlo en mano al cliente. Al menos ese suele ser su “modus operandi”.
    -    Así que no tenemos forma de averiguar que libro en concreto ha sido sustraído. - resumió Wallace abatida - Me temo que le he hecho venir para nada.
    -    No pierda la esperanza tan pronto, agente. El señor Spooner es un hombre metódico y a pesar de su prodigiosa memoria, consigna todos sus encargos por escrito, aunque solo sea para contentar a sus socios de la editorial. Por aquí debe haber una libreta donde anota sus encargos. Si no recuerdo mal, las pastas son de cuero rojo.

Ambos se pudieron a buscar la libreta por la desordenada estancia

    -    ¿Cuero rojo con esquinas rematadas en metal? - preguntó Wallace con tono ominoso.
    -    Sí. - se sorprendió Enoch - ¿Cómo demonios lo sabe?
    -    Porque acabo de encontrarlo.

La mujer estaba junto a la chimenea encendida, con un atizador en la mano,  el cual usó para arrastrar los restos calcinados de la libreta hasta el borde del fuego.

    -    Vaya. -dijo Enoch en tono fastidiado
    -    Me parece que alguien está empeñado en que no averigüemos que libro se han llevado. - sentenció Wallace.
    -     ¿Cree que ha sido a propósito? ¿Qué sentido tiene? A menos… a menos que no se trate de un simple libro antiguo. A menos que se trate de otra cosa. - dijo Enoch con un tono cada vez más sombrío.
    -    ¿Qué insinúa? - preguntó Wallace sin entender.
    -    Solo digo que algunos libros no se roban por su valor económico, sino por los conocimientos que contienen.

Antes de que la agente pudiera hacer nada, el profesor se abalanzó sobre el anciano y empezó a zarandearle.

    -    ¡Dime viejo! ¿Qué libro has copiado? ¿Qué has hecho?
    -    ¡Profesor! ¡Modérese! - le exigió Wallace, sorprendida por el cambio de actitud del catedrático.

El viejo no parecía ser consciente de nada y seguía murmurando. Pero esta vez Enoch puso más atención a sus palabras.

    -    No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con el paso de extraños eones, incluso la muerte puede morir. Iä! Iä! Cthulhu fhtagn! - declamó el anciano Spooner.

Enoch retrocedió aterrorizado. Mientras el viejo seguía murmurando ora en latín, ora en griego, e incluso en algunos idiomas que ni siquiera el propio profesor pudo identificar.

    -    No puede ser. ¡Viejo loco! ¡Estúpido! - exclamó el profesor.
    -    ¿Me quiere decir que pasa? - le exigió Wallace, quien sin saber porqué, había empezado a sentir un miedo repentino.
    -    Creo que ya sé de que libro ha hecho el facsímil. Me temo que ha copiado el infame Necronomicón, escrito por Abdhul Al-Hazred al rededor del año 730. De algún modo ha conseguido acceder a uno de los escasísimos ejemplares que quedan.
    -    ¿Entonces estamos hablando de un libro valorado en una fortuna? - preguntó la agente sin llegar a entender la del todo el temor que la invadía.
    -    Sí. - respondió Enoch sombrío - Pero ya le he dicho agente, que con algunos libros no se trata de dinero, sino de conocimientos. El Necronomicón contiene los saberes más terribles y malditos. Se trata de un libro abominable, encuadernado usando piel humana y escrito no con tinta, sino con la sangre de personas. Contiene los hechizos que permiten el regreso de los seres Primigenios, que hoyaron la tierra eones antes que los humanos o incluso que los dinosaurios. Y cuando ellos regresen, tenga por seguro que eso significará el fin de la humanidad. Se dice que si alguien de mente débil lo lee, puede enloquecer. Y sus funestas páginas han quedado grabadas a fuego en la memoria perfecta del señor Spooner.
    -    ¡Vamos profesor! Usted es un hombre erudito, no puede creer en serio esas viejas supersticiones. - replicó Wallace con una confianza impostada que estaba muy lejos de sentir en realidad. - Además… - en ese momento la mujer se interrumpió. Una terrible certeza la inundó como una ola salvaje. Y siguió hablando con un tono mucho más grave. - Creo, que acabo de resolver el caso.
    -    ¿Qué? ¿Ya sabe quién robó el libro?
    -    No. Usted ha dicho, que un facsímil utiliza los mismos materiales de los que está hecho el original. Y también ha dicho que el Necronomicón está hecho usando piel y sangre humana. Creo… que ya sé quién ha cometido los tres asesinatos de estos últimos meses.

La habitación quedó sumida en un lúgubre silencio, solo roto por las dementes carcajadas del señor Spooner.