11/14/2018

Tercera entrega del podcast: La verdad y el espejo.

Pues aquí va el tercer episodio del Podcast los relatos del pádawan. Os dejo tanto el enlace al audio (ivoox/ itunes), como el texto transcrito.

Espero que lo disfrutéis y ya sabéis, se aceptan críticas constructivas, cacahuetes y collejas siempre que sean dadas con cariño. ;)

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LA VERDAD Y EL ESPEJO


- Es hora, de admitir la verdad. – dijo Barto con voz pesarosa – Nos hemos perdido.

- Querrás decir, que nos has perdido. - replicó con brusquedad Sharid, quien no era conocida precisamente por su sutileza.


La guerrera, perteneciente a la tribu humana del lago azul, poseía una lengua tan afilada como su espada y no tenía reparos en expresar su opinión, sin importarle las consecuencias.


Barto, suspiró elocuentemente. Para un explorador experto como él, que se había adentrado en los terrenos más hostiles, recorrido los lugares más ignotos y enfrentado a algunos de los laberintos más astutos de los enanos de las montañas azules, reconocer que había perdido el rumbo, no le resultaba nada fácil. Su orgullo de elfo del Bosque Dorado, le complicaba aún más reconocer su fracaso, ante la humana.


- Es cierto. La responsabilidad de guiarnos a través de este maldito laberinto es mía y he fracasado. - admitió casi escupiendo las palabras.


El explorador paseó inutilmente su mirada por las paredes del laberinto en que se encontraban. Todas eran idénticas, pese a que la estructura tenía miles de años, los muros, fabricados a partir de colosales bloques de obsidiana no mostraban los efectos del tiempo, ni había forma de marcarlos, a fin de poder saber por donde habían pasado ya. Había tratado de pintarlos con tiza y con sangre de animal, pero el muro parecía absorber las marcas y estas desaparecían en segundos. Trató de usar su cuchillo para tallar las marcas, pero su hoja se quebró antes de lograr hacer siquiera de hacer un simple arañazo. Dejó trozos de cuerdas en las intersecciones para lograr crear un camino de vuelta, pero al volver sobre sus pasos, la cuerda había desaparecido. Incluso intentó dibujar un mapa a medida que avanzaba, pero fracasó. Era como si los caminos cambiaran mágicamente y donde antes había un pasillo, ahora sólo había un muro.


- No me vengas con excusas. - le increpó la guerrera, pero su voz carecía de convicción. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, el perturbador lugar, le empezaba a pasar factura. Y el hecho de que un explorador tan capaz como el elfo, no supiera salir del laberinto, daba alas a sus presentimientos más funestos.


- Tengo explosivos. - dijo de repente la humana – reduciremos este lugar a escombros.

- Este sitio es demasiado grande, no creo que tengas suficientes explosivos.

- Ya verás como sí, destruiré este lugar aunque sea lo último que haga.



- Esa es tu solución para todo, ¿verdad? Destruyes todo aquello que no puedes controlar. - dijo una voz desconocida en la oscuridad.



Barto y Sharid, se volvieron soprendidos hacia la voz, preparando sus armas para el combate, pero frente a ellos solo se encontraba un hombre anciano, vestido con una sencilla túnica y unas desvencijadas sandalias. No iba armado, pese a lo cual, la guerrera se movió con velocidad cegadora, para apoyar la punta de su espada en el cuello del viejo.



- ¿Vas a destruirme a mí también? - Se limitó a decir el recién llegado. - Gracias por darme la razón.

- ¿Quien demonios eres tú? - le gritó Barto - ¿De dónde has salido?

- Mi nombre es Kamul Oneva. Pero podéis llamarme Kamul - Respondió el anciano, sin perder ni un ápice la calma y la compostura. - Y vengo del centro del laberinto, por supuesto.

- ¡No es posible! - exclamó el elfo sin poder contenerse – No hay forma en que hayas podido llegar hasta allí, tú no has podido... Yo debería...

- Ah, entiendo. - le interrumpió Kamul sonriendo. - Así que si tú no has podido resolver este laberinto nadie más puede, ¿no es eso? Porque sin duda eres muy inteligente, y yo solamente un viejo inutil, ¿verdad?

- ¡Yo no he dicho eso! - replicó Barto a la defensiva. Pero una carcajada de Sharid, le interrumpió nuevamente.

- Este vejestorio te tiene calado – se burló la guerrera. - El gran explorador de los elfos, perdido y vencido por esta antigualla.

- También te ha calado a tí. - replicó furioso Barto – Solo sabes agitar esa espada, y destruir cosas.



La espada de la guerrera pasó del cuello del anciano a situarse delante de la boca del elfo en menos de un pestañeo.


- Cuida tu lengua si quieres conservarla.


Ambos se miraron en silencio sepulcral, hasta que Kamul rompió la tensión con un suave carraspeo.


- Ejem, bueno, ya os dicho quien soy y de donde vengo. Así que me parece que ahora es vuestro turno.


Sharid bajó lentamente el arma y se volvió hacia Kamul.


- Mira carcamal, aquí las preguntas las hacemos nosotros.

- Por favor, llamadme Kamul.

- Me da igual como te llames. Dime ahora mismo, que haces aquí.

- Yo vivo aquí.

- ¿Cómo dices?

- No por elección propia, os lo aseguro. Digamos que...

- ¿Vives aquí? - intervino Barto - ¿Y conoces el camino de salida?

- Por supuesto, puedo guiaros al exterior si es lo que queréis.

- Un momento. - interrumpió la guerrera – Hemos venido aquí por un motivo y no nos marcharemos sin haberlo cumplido.

- ¿Y para qué habéis venido?

- Para encontrar El Espejo de Aven Olumak.

- Ah, claro. Si por supuesto, el espejo se encuentra aquí, de hecho...

- Nos llevarás al centro del laberinto. - volvió a interrumpirle la guerrera.

- ¿Al centro? Pero...

- Allí es donde está el Espejo y nos llevarás ahora mismo.

- Verás, la cosa es que...


La espada de Sharid, volvió a colocarse peligrosamente cerca del escuálido cuello del anciano, quien se limitó a encogerse de hombros y señalar uno de los pasillos.


- Si sois tan amables de seguirme.


El grupo avanzó por el laberinto. Kamul los guiaba con decisión, sin dudar en ninguna intersección. Barto no podía sino maravillarse, pese a su amplia experiencia enfrentándose a laberintos, jamás se había enfrentado a ninguno tan diabólicamente enrevesado como ese y sin embargo su guía no parecía tener el menor problema para orientarse.


- Parece que te desenvuelves bien en los laberintos. - dijo el explorador con mal disimulado rencor en la voz.

- Te aseguro. - le respondió el anciano – que no hay motivo para tus celos, llevo mucho tiempo aquí, recorriendo estos pasillos y por eso se moverme por este lugar sin perderme, eso es todo.

- ¿Celos yo? No son celos, solo interés profesional.

- Claro, lo que tú digas. - respondió el anciano con una sonrisa sarcástica.

- ¿Por qué estás tú aquí? - intervino Sharid.

- Oh, bueno. Fué Aven Olumak el que me trajo aquí, hace ya mucho tiempo. Un buen tipo, el señor Olumak. Un hechicero de mucho talento. Utilizó sus conocimientos para crear artefactos mágicos que pudieran ayudar a sus congéneres. Fabricó la vara de las lluvias, que, como su nombre indica, era capaz tanto de invocar las lluvias como detenerlas, de esta manera acabaría con las sequías y las inundaciones. También creó golems de piedra, cada uno de ellos podía arar y sembrar un campo entero en un día, sin cansarse y sin necesitar alimento alguno. Creó cosas realmente fantásticas, y se las regaló a sus vecinos. Pero estos no sólo no se lo agradecieron, sino que quisieron usar sus creaciones para usos bélicos. Convirtieron a los golems en soldados casi invencibles y usaron la vara para anegar los campos de los pueblos rivales. Un desastre.

- ¿Y qué ocurrió entonces? - preguntó Barto.

- Al final el señor Olumak se cansó de ver como sus creaciones se usaban para tan viles objetivos y creó El Espejo. Después obligó a todos aquellos que habían corrompido sus artefactos a situarse frente al Espejo.

- ¿Qué hace exactamente el espejo?

El anciano soltó una breve carcajada.

- ¿Habéis venido a buscarlo y no sabéis lo que hace? Claro, vosotros sois simples mercenarios, alguien os ha pagado una bolsa de monedas de oro bien llena, para que os adentréis en el laberinto y le llevéis el Espejo. Y como buenos mercenarios, os da igual lo que sea ese artefacto o lo peligroso que sea. Mientras os paguen bien.

- No te atrevas a juzgarnos. - amenazó la guerrera.

- Yo no juzgo, me limito decir en voz alta la verdad. ¿Acaso he errado?

- No has contestado a la pregunta. - dijo Barto - ¿Qué hace el Espejo?

- Solo quieres cambiar de tema, pero es igual os lo diré. Te muestra a tí mismo tal y como eres de verdad.

- ¿No es eso lo que hacen todos los espejos? - bufó la guerrera.

- Claro que no. Los espejos normales, solo te muestran un reflejo, una imagen de tu cuerpo, y una imagen invertida además. El lado izquierdo de tu reflejo es tu lado derecho y viceversa. El Espejo en cambio, te muestra tu verdadero yo y no me refiero a una simple imagen de tu exterior, te enseña lo que eres, sin artificios y sin velos. Puedes ver la verdad desnuda de tu alma.

- ¿Y ya está? - replicó Barto – No suena tan terrible.

- No lo es, si de verdad consciente de tu auténtico yo y habitualmente eres sincero contigo mismo. De lo contrario, te puedes llevar una desagradable sorpresa. Además, si te enfrentas al espejo en compañía de otras personas, tu yo más oscuro quedará al descubierto para los demás.

- ¿Es eso lo que Aven Olumak hizo a sus congéneres?

- Sí. Los obligó a ponerse uno por uno delante del Espejo, frente al resto del pueblo. Sus más oscuros secretos y deseos al descubierto, tanto para sí mismos como para los demás. Para la mayoría, no fue una experiencia agradable. Casi todos abandonaron la región para no volver. Y del pueblo ya no quedan más que ruinas abandonadas.


El silencio se hizo en el grupo y siguieron avanzando así por los pasillos del laberinto, cada uno sumido en sus reflexiones. Tanto el elfo como la humana, se preguntaban en secreto, si serían capaces o no, de pasar la prueba del Espejo.


- ¿Y qué fue de él? - preguntó Sharid, pasado un buen rato.

- ¿Del señor Olumak? Bueno, vino aquí y creó este laberinto, y en su interior depositó todos sus artefactos, para que nunca volvieran a ser usados.

- ¿Y que hay de tí?

- A mí me trajo el propio señor Olumak, porque...- Kamul se detuvo al llegar ante una puerta que bloqueaba el pasillo. - Bueno, hemos llegado, tras esta puerta está el centro del laberinto. No hace falta que os pregunte si queréis entrar. Está claro que tú Sharid, ardes en deseos de ir y enfrentarte a la prueba del espejo, pero tú mi buen Barto, has decidido que no quieres hacerlo.

- ¡Cobarde! - le gritó la guerrera al elfo.

- Cobarde, sí. - aportó Kamul. - Pero más inteligente que tú.

- Entraré. - dijo el explorador – a pesar de que en su voz se destilaba el miedo.


Kamul se limitó a empujar con suavidad la puerta, que se abrió en ominoso silencio. Al otro lado solo había una pequeña cámara octogonal, totalmente vacía, salvo en su centro donde se encontraba un único féretro.


- ¿Qué trampa es esta? - exigió saber Sharid.

- Ninguna, me pediste que te trajera al centro del laberinto y aquí es. Aquí sólo está la morada final del gran Aven Olumak.

- ¿Donde están sus artefactos mágicos?

- Destruidos, cuando Olumak murió, sus golems de piedra se convirtieron en el polvo y la vara se deshizo en agua. Sólo el espejo perduró, pues muestra la verdad y la verdad puede ocultarse, pero no destruirse.


A continuación, el anciano susurró algo al oído de Barto. El cual lo miró con ojos despavoridos y en seguida echó a correr por el pasillo por el que habían venido, tan velozmente como si le persiguieran las hordas infernales.


- ¡Qué le has dicho! - gritó la guerrera, mientras volvía a apuntar con su espada al anciano.

- Sólo le he dado las indicaciones que necesita para salir del laberinto por su cuenta. Sé que jamás intentará volver a este lugar, ni le contará a nadie lo que aquí ha visto y oído. Te daría a tí la misma oportunidad de huir, pero en el fondo de tu mente crees que puedes sobrevivir a la verdad del Espejo, a pesar de todas las cosas que has hecho en tu vida.

- Soy una guerrera, no voy a pedir perdón por matar.

- ¿Eso incluye lo que pasó en la aldea de Kabil?

- Estábamos en guerra, hice lo que me ordenaron. - tartamudeó Sharid.

- ¿Y la masacre de las Cuevas Diamantinas?

- Se trataba de kobolds asquerosos, no eran humanos.

- Los mataste a todos, incluso a sus crías.


La guerrera dejó caer su espada, pues era incapáz de sujetarla.


- ¿Cómo sabes eso? ¿Dónde está el espejo? - preguntó Sharid, aunque en el fondo de su mente había empezado a sospechar la terrible verdad.


- Ya lo sabes. ¡Yo soy el Espejo!