2/21/2019

Sexta entrega del podcast: Bienvenido viajero

Vamos con el sexto relato, que una vez más nos sumerje en la narrativa fantástica, con elfos, enanos, humanos y un kobold que pasaba por allí.

Aquí tenéis el audio:

Y aquí la versión escrita. Que lo disfrutéis:


La posada estaba situada en la cima de una pequeña colina, desde la que se divisaba la mayor parte de una meseta que se desplegaba a sus pies. El ascenso no era difícil, aunque la fina llovizna, que había caído de forma ininterrumpida durante el día, había embarrado el camino y hacía la marcha más penosa de lo que debería ser.



Ya hacía rato que se había puesto el sol, cuando Stik coronó la colina, donde se detuvo a recuperar el aliento, al tiempo que aprovechaba para observar desde fuera la posada, debía andarse con cuidado, pues los kobolds como él no solían ser bien recibidos por las otras razas. Los kobolds, eran de baja estatura, delgados, fibrosos y de piel escamosa. A menudo eran descritos como un cruce entre un niño humano de 9 años y una lagartija. Poseían un morro alargado, similar al de los cocodrilos, ojos como los de las serpientes y su cabeza estaba coronada por dos protuberancias a medio camino entre pequeños cuernos y orejas puntiagudas. Se declaran a ellos mismos como descendientes lejanos de los dragones. Las demás razas no hacen más que reírse de esta afirmación, sin embargo, se ha observado que muy de tarde en tarde, un kobold nace con un par de alas a su espalda y hay historias de que algunos de ellos pueden exhalar fuego por la boca. Así que, quien sabe...



Stik observó la posada con atención, parecía haber poca gente en su interior. Probablemente la mayoría serían granjeros de las tierras de los alrededores que venían a aliviar en alcohol, las desdichas de una larga jornada de trabajo.



El olfato de los kobolds es casi tan bueno como el de un perro de presa, por lo que inhaló con fuerza, la mezcla de olores casi lo aturdió. El aroma a comida recién hecha lo invadía casi todo, pero también percibió humanos, al menos un par de elfos, un enano y finalmente un ligero aroma desagradable, tan leve que casi lo pasó por alto, y aunque le resultaba familiar, no logró identificarlo.



Finalmente se dirigió a la posada, en cuya puerta había un cartel, que rezaba así: “Posada de la Colina”. Stik no pudo reprimir una sonrisa, por muy ingeniosos que se creyeran los humanos, tenían muy poca imaginación para poner los nombres de las posadas.



Bajo el nombre de la posada se leía algo más: “Se bienvenido, viajero”.



“Vaya – pensó Stik – si que son hospitalarios, quizá demasiado”.



Se dirigió a la entrada y justo antes de entrar percibió una vez más el ligero olor desagradable que le había inquietado, esta vez lo reconoció y apretó el paso. Abrió la puerta de la posada. El interior se trataba de un salón rectangular, con una chimenea en el extremo oeste. El salón estaba lleno de mesas y sillas, y de las vigas del techo colgaban faroles que iluminaban la estancia. En la pared norte arrancaba un corto pasillo que daba a unas escaleras que subían a la segunda planta, donde sin duda se encontraban los dormitorios. Completaba la escena una gran barra, tras la cual había estanterías llenas de botellas de diversas bebidas y una pequeña puerta, que por el olor que le llegaba a Stik, daba a la cocina.



Tal y como esperaba, no había mucha gente dentro, un grupo de granjeros en una mesa larga, que bebían cerveza y jugaban a los dados, un par de elfos más apartados que cenaban, un enano medio borracho y un par de viajeros humanos. Se dirigió con rapidez a la mesa que quedaba más apartada de la sala, pero enseguida le interceptó una humana alta y delgada como una vara de junco, armada con un rodillo de cocina.



- ¿A dónde crees que vas? - gritó la mujer. Todos en la posada voltearon la cabeza en su dirección y se prepararon para el espectáculo.

- Ten cuidado lagartija. - le gritó a Stik uno de los granjeros. - He visto a la patrona derribar a un trol sacudiéndole con ese rodillo.



Las carcajadas de sus compañeros, se vieron cortadas de súbito, cuando vieron la airada expresión de la posadera.



- Buenas noches. - saludó Stik, con su mejor sonrisa conciliadora y su tono de voz más zalamero. – He venido a desayunar.

- ¿A desayunar? - repitió perpleja la mujer, que a todas luces era la posadera.

- Ya entiendo vuestra sorpresa. - Continuó Stik, sin dejar de sonreir – ¿Qué hace este desayunando en plena noche? Pues verá los kobolds somos gente nocturna y claro, desayunamos cuando sale la luna y cenamos al amanecer, así que...

- ¡No me tomes por estúpida! - le interrumpió la posadera. - Ya sé que sois nocturnos, lo que quiero decir es que no puedes estar aquí.

- ¿Por qué no?

- Pues porque eres un..

- Viajero.- la interrumpió con astucia el kobold– Soy un viajero y vos le dais la bienvenida a cualquier viajero. ¿Correcto?

- Le doy la bienvenida a cualquier viajero humano.

- ¿En serio? No es eso lo que dice vuestro cartel, y en cualquier caso, aquí no hay solo humanos. - Stik señaló con la cabeza a la mesa donde dos elfos del bosque dorado trataban de pasar desapercibidos.



El enano de las montañas azules, se cubrió la cabeza con su capucha de viaje, mientras centraba toda su atención en la jarra de cerveza que sostenía entre las manos.



La mujer resopló con enojo, mientras buscaba una solución.



- Pues lamento informaros, que no me quedan habitaciones libres.

- Ningún problema, como he dicho solo vengo a desayunar.

- Y tendréis dinero para pagar.

Stik sacó una pequeña bolsa, que agitó para que las monedas de su interior tintinearan.

- Y después de comer os marchareis.

- Y después de comer me marcharé. - repitió.



La posadera claudicó al fin y le señaló una mesa cercana. Por el rabillo del ojo vio a su marido, que había asistido a la escena sin decir palabra. Se acercó a él con furia y le susurró.



- La idea de poner ese estúpido cartel fue tuya. Vas ahora mismo y lo haces pedazos.

- Hacéis bien. - le dijo con sorna Stik, que lo había escuchado todo, ya que el oído de los kobolds era casi tan agudo como su olfato. - Aquí se os podría colar hasta un vampiro.



Todos en la sala le miraron con extrañeza.



- ¿No sabíais, que los vampiros solo pueden entrar en una casa si son invitados?

- Los vampiros no existen, dijo uno de los granjeros.

- ¿De veras? - respondió Stik.

- Y si existen, desde luego no vienen a este lugar dejado de la mano de los dioses. - zanjó otro.

- Qué afortunados sois. Aunque yo tampoco debo preocuparme mucho por ellos, por lo visto la sangre kobold no suele ser de su agrado.

- Ni siquiera esos seres os aprecian. - aportó el Enano – Atreviéndose a entrar en la conversación.

- Basta ya de historias de miedo y de intentar asustar a la clientela. - volvió a intervenir la posadera. - Os traeré algo de comer y os marcharéis de una vez.

- Traedme entonces un poco de ese guiso que estoy oliendo con un buen vaso de vino, para acompañarlo. Y si sois tan amable, me ponéis para llevar un cuarto de queso curado y media hogaza de pan.



La matrona se marchó enfurruñada a la cocina.



Stik se sentó a esperar su desayuno, y observó detenidamente a todos los allí presentes. Finalmente alzó la voz y sin dirigirse a nadie en particular dijo:



- Soy comerciante, y tengo una reducida aunque selecta colección de objetos que podrían ser de vuestro interés. - echó mano de la bolsa bandolera que colgaba a su costado y sacó una cantimplora – Como por ejemplo este fabuloso utensilio de viaje, nada menos que una cantimplora autorrellenable de Talserin.

- ¿De verdad crees que nos interesan tus asquerosas baratijas? - le espetó uno de los granjeros.

- No es una simple baratija, caballero. - repuso Stik en su tono más conciliador – Esta maravilla se rellena todas las mañanas con dos litros de agua pura. Jamás pasará sed, incluso en medio del desierto más desolado y se la dejo a muy buen precio.

- ¿Para qué iba a ir yo a un desierto? - se rió el granjero. Sus compañeros le aplaudieron y se rieron también.



Stik decidió ignorarlos y se dirigió a los elfos.



- Ustedes tienen pinta de viajeros, y seguro que saben apreciar el valor de este producto mucho mejor que estos caballeros.

- Antes moriría de sed que beber los infames brebajes de un apestoso kobold. - dijo el más alto de los elfos.



Stik aguantó tan impasible como pudo el insulto y por un momento pareció quedarse escuchando un ruido lejano y finalmente arrugó su largo morro como si algún olor le molestase. Tras pensarlo un momento, guardó la cantimplora y sacó un orbe de su bolsa bandolera. El orbe estaba envuelto en una tela oscura.



- Tal vez. - dijo a su reacia audiencia – Les interese más esto.



Retiró la tela para descubrir un orbe de apariencia cristalina, aunque nadie pudo asegurarlo, pues brillaba con una luz muy superior a la de cualquier lámpara o antorcha. Y recordaba a un sol en miniatura.



- Un orbe de Kadaly. - anunció triunfante. - Acumula la luz del sol durante el día y la libera durante la noche. No se trata de una simple llama o una luz mágica de esas de baratillo, es la auténtica luz del día.



Los granjeros miraron con atención e incluso los elfos parecían sorprendidos.



- Esta maravilla puede ser suya por tan solo dos monedas de plata.

- ¿Dos monedas de plata? - gruño el elfo bajito – Cualquier lámpara de aceite cuesta unas pocas monedas de cobre y las antorchas aún son más baratas.

- Cierto, pero la calidad de la luz no se puede comparar con esta.

- Los elfos vemos bastante bien en la oscuridad. Pagar eso es una exageración.

- Pero el orbe tiene otras ventajas añadidas. Con esto jamás le atacará ningún vampiro o cualquier otra criatura de la oscuridad, que no soportan la luz del sol.

- Que me ataquen esos diablos nocturnos de los que tanto hablas. Yo sabré presentarles a mi fiel espada.



Los elfos se rieron y los granjeros habían dejado de prestarle atención. Así que Stik se dirigió al enano, que apenas había abierto la boca.



- Vos tenéis pinta de artesano. Seguro que más de una vez os habéis tenido que pasar la noche en vela para acabar algún encargo. No me diréis que esta maravilla no os vendría de perlas.



El enano dudó un segundo, realmente el orbe parecía útil y como buen enano apreciaba la buena artesanía y la esfera que tenía ante él, era sin duda de buena calidad, pero su orgullo le impedía hacer trato alguno con los kobolds, a los cuales despreciaba profundamente.



- Seguro que ese cacharro solo alumbra unos minutos.

- Depende del tiempo que haya pasado absorbiendo la luz del sol. Alumbrará por la noche tanto tiempo como lo hayáis dejado expuesto a la luz solar durante el día.

- Bah, seguro que no funciona tan bien como decís. - replicó poco convencido.

- Mirad, estoy dispuesto a dejároslo a mitad de precio, aunque así pierdo dinero.

- ¿Por qué ibas a hacer eso? - dijo el enano desconfiado.

- Vamos, así podréis probarlo y ver que soy de fiar. Tal vez la próxima vez que pase por aquí me compréis más cosas, si veis que esto es tan bueno como digo.

- No quiero vuestra chatarra.

- Sabéis que es un buen producto os lo veo en los ojos y creedme, pronto os va a hacer falta.



El enano volvió a dudar, pero la patrona llegó en ese momento con una cesta que contenía la comida.



- Me temo que no tengo mesas libres. - le dijo a Stik, a pesar de que la posada estaba medio vacía. - Os lo tendréis que comer en el camino. No os molestéis en devolverme la cesta. Y ahora pagadme y largaos.



El resto de parroquianos se quedaron mirando al kobold, con actitud hostil. Stik los ignoró y miró al enano a los ojos, este se había convencido de que el orbe por tan solo una moneda de plata era un gran negocio, pero se dejó llevar por la presión del grupo.



- Ya habéis oído a la patrona, recoged vuestra basura kobold y no volváis por aquí.



Stik suspiró, guardo el orbe en su bolsa, pagó a la posadera, que le cobró un precio desproporcionado y cogiendo la cesta se marchó, mientras las carcajadas de los presentes le humillaban por última vez.



Al salir de la posada, vio a pocos metros de la entrada el cartel de bienvenida, que el posadero aún no había quitado.



Un hombre alto, vestido con ropas de viaje y embozado con una bufanda, lo leía con atención.



- Vaya que son hospitalarios en este lugar. - dijo con voz gélida, sin dirigirse a nadie en particular

- ¿Usted cree? - dijo Stik, a quien todas las escamas de su cuerpo se le habían erizado a la vez. El olor desagradable era ahora abrumador. Metió la mano rápidamente en la bolsa, y agarró con fuerza el orbe, listo para usarlo al menos movimiento sospechoso.

- ¿Vas a dejarme entrar? - dijo el desconocido, quitándose la bufanda y dejando al descubierto un pálido rostro.

- No les debo nada a esa gente.

- Si te hubieran comprado ese orbe. - dijo el vampiro enseñando sus largos colmillos- Ahora no estarían a punto de convertirse en mi comida.



Stik se alejó por el camino, mientras en el interior de la posada, las carcajadas burlescas de los parroquianos, se convertían en aullidos de terror.