10/15/2021

Vigesimo cuarta entrada del Podcast: La papilla rosa y la plataforma infernal

 Hola a todos.


Me alegra anunciar que tras un largo parón, el mejor podcast del mundo mundial y parte del extranjero (es un decir), vuelve a la carga.

Vamos con más desventuras médicas. Como es costumbre, antes de empezar quiero dar las gracias a Pepita Parker, Aurora y Laura, por poner las voces en el relato de hoy. Y sin más dilación...

Versión de audio:

Versión escrita: 

- Z9R, sala 23. - anunció maquinalmente el monitor de la sala de espera del hospital.

Miré mi ticket del turno y comprobé, que efectivamente mi código era el Z9R. Así que me fijé los carteles de indicación, para saber dónde estaba ubicada la sala 23.

De la 1 a la 14 y por algún motivo la 27, estaban ubicadas en el pasillo de la izquierda. De la 15 a la 22 y de la 24 a la 26  estaban en el pasillo del centro. Finalmente de la 28 a la 34, por supuesto la 23, y quién sabe porqué la 36 estaban en el pasillo de la derecha. De la 35 no había pista alguna.

Con un encogimiento de hombros me adentré por el pasillo de la derecha. Fui pasando por delante de las puertas, justo cuando localicé la 23, esta se abrió y de ella salió una enfermera.

    -    ¿Padawan? - me preguntó.
    -    Sí, soy yo. - le respondí con jovialidad.
    -    Pasa. - me dijo invitándome con un gesto de la mano.

Me encontré en un pequeño vestidor, separado por una cortina de una sala más grande y oscura.

    -    ¿Te han hecho esta prueba antes Padawan? - me preguntó la enfermera.
    -    Pues no, pero me han contando que se trata de tragar una especie de papilla y vosotros observáis como baja por mi esófago con ayuda de rayos X o algo así.
    -    Grosso modo, pero si. - me dijo torciendo un poco el gesto. - Bien, lo primero es que me des el volante de la cita.
    -    Sí, por supuesto. - dije mientras empezaba a rebuscar entre un grueso fajo de papeles que llevaba en mi mochila. - Pero verá quería decirle, que dentro de dos horas tengo, seguramente con vosotros, otra prueba prácticamente igual a esta. Y me preguntaba si podríamos hacer las dos pruebas del tirón.
    -    ¿Cómo dices? ¿Una segunda prueba? - me preguntó con desconfianza. - Pero será de otra clase.
    -    Mmm, no. En realidad es la misma prueba de comer papilla. Lo que pasa es que en una prueba me tenéis que mirar una parte de mi tracto digestivo y en la de dentro de dos horas me tendréis que mirar otra parte. Por eso había pensado, que no tiene sentido esperar dos horas y que lo podríamos hacer todo seguido.
    -    Bueno, ahora se lo comentaré a la doctora. - dijo poco convencida. - ¿Has encontrado ya el volante?
    -     Creo que es esto. - respondí tendiéndole un papel.
    -    No, eso es la citación.
    -    Ah, pues entonces será esto.
    -    Eso son las instrucciones de la prueba.
    -    ¿Y esto?
    -    Eso es la cita de la otra prueba - me replicó empezando a mostrar impaciencia.
    -    Pueeeees… - pasé hojas a toda velocidad - A ver si ahora.
    -    Vale, este es el volante de la cita de ahora. ¿Tienes el volante de la otra cita que dices que tienes dentro de dos horas?

Examiné mi fajo de papeles con desesperación, pero tras unos momentos de frustración, tuve que darme por vencido.

- Mire, como no quiera el volante de mi coche. - le dije con tono lastimero, intentando darle pena, aunque fracasando sin remedio.

La enfermera me señaló con el dedo un perchero.

    -    Quítate la ropa, menos los gayumbos y los calcetines, y te pones esto. - me espetó mientras me daba uno de esos camisones que se atan por la espalda, dejándote medio culo al aire. - No hace falta que te lo ates.
    -    Vamos, que en lugar de dejar descubierto medio culo, voy a enseñarlo entero. Qué bien.
    -    ¿Qué has dicho?
    -    Nada, nada. Cosas mías.

Me cambié rápidamente y salí a la sala, donde la enfermera y la doctora conversaban.

    -    No. Solo tiene una prueba a las diez. - decía la doctora con firmeza.
    -    Pues el chico dice que tiene otra a las doce también con nosotras.
    -    La de las doce, será con otra gente. Además, a las  doce tenemos cita con… - consultó la lista con gesto de desaprobación. - Vaya, pues la tenemos con otro Padawan.
    -    No. - las interrumpí con sorna - Con otro Padawan no, con el mismo Padawan, dos veces.

Una médico residente se acercó y preguntó con genuina curiosidad.

    -    ¿Dos pruebas seguidas? ¿Y se puede saber qué es lo que tienes?
    -    Bueno, pues gastritis, duodenitis, esofagitis…
    -    Pues si que tienes de todo. - me interrumpió la residente.
    -    Espera que no he terminado. - le repliqué - También tengo hernia de hiato y la cirujana sospecha que tengo el anillo de Saiskukako… Satoichi, anillo de Sasusansinsosasi… no espera como se dice… el anillo de…
    -    ¿Sauron? - dijo la residente con una sonrisa pícara.
    -    ¡Ese! ¡Digoooo, no! No me líes.
    -    El anillo de Schatzki. - sentenció la doctora con el tono de voz de quien no está dispuesta a perder el tiempo.
    -    Eso, el anillo del Tchaikovsky ese.
    -    ¿Pero lo tienes o no? - me volvió a interrumpir la doctora con furia.
    -    No lo sé, la cirujana sospecha que sí, pero no lo sabe. Por eso me ha pedido estas dos pruebas de hoy y una nanomentira esotérica.
    -    Manometría esofágica. - me corrigió la residente que apenas se podía aguantar la risa.
    -    Si, esa también. Aunque todavía no tengo cita para eso.
    -    Bueno, vamos a centrarnos en las pruebas de hoy. - dijo la doctora - Ponte de pié ahí. - me dijo señalando una especie de plataforma con una plancha metálica vertical de unos dos metros de altura. Por la parte de delante había un brazo articulado que se movía por control remoto y que llevaba equipado una cámara, con la que me observarían.

La doctora y la residente se metieron dentro de una cabina llena de monitores, mientras la enfermera me ayudaba a colocarme en posición en la plataforma.

    -    Ponte de pie aquí y pega la espalda a la plancha. - me indicó la enfermera.
    -    Vale. - Dije pegándome todo lo que pude a la plancha, a pesar de que estaba helada.
    -    Pégate más. - dijo examinando mi postura. - Pon la espalda recta ¡Vamos!
    -    Ya está todo lo recta que puedo. Es que además de lo del esófago, tengo la espalda torcida, ya sabe escoliosis, cifosis y…
    -    Que sí, que vale. Quédate quieto.

 La cámara se movió por unos segundos arriba y abajo.

    -    Gira a la izquierda. - me dijo la doctora por la megafonía desde su cabina. Empecé a girarme cuando me interrumpió. - A tu otra izquierda, corazón.
    -    ¿Les he dicho ya que también soy un poco disléxico? - Dije mientras giraba hacia el otro lado.

Tras hacerme girar a derecha e izquierda, la enfermera se me acercó con un jeringa llena de una sustancia pastosa y rosada, a medio camino entre un líquido y una papilla.

    -    Te voy a poner esto en la boca, no te lo tragues hasta que te lo diga la doctora. ¿De acuerdo? -
    -    Sin problema.

Nada más terminar de poner la papilla en mi boca se escuchó un sonido fácilmente reconocible.

    -    ¿Te lo has tragado? - preguntó la enfermera sospechando la respuesta.
    -    Nooo. - mentí tratando de simular que aún tenía la boca llena.
    -    Siiii, se lo ha zampado todo. - dijo la residente que observaba mis tripas, gracias a la cámara de rayos X la cual transmitía, en riguroso directo, todo cuanto acontecía en mis interior.
    -    Lo siento, lo he hecho por puro reflejo. - me disculpé avergonzado.
    -    Bueno, vamos a volverlo a intentar. - dijo la enfermera arrimándome la jeringa de nuevo.

Tras unos segundos embarazosos, volvió a preguntar.

    -    ¿Te lo has vuelto a tragar, verdad?
    -    ¡Siii, lo ha hecho! - corearon la residente y la doctora, con tono acusador.
    -    Chizvatas. - dije con la boca medio llena. - Zolo me he trazgado un pozquito.
    -    A ver si a la tercera va la vencida. - suspiró la enfermera.

Esta vez, conseguí reprimir el instinto.

- Empieza a tragar despacio y no pares. Si te quedas sin papilla, sigue tragando saliva.

Empecé a tragar lentamente, pero en seguida me quedé sin nada.

    -    ¡Sigue tragando, aunque sea saliva! - me gritó la residente desde la cabina.

El problema es que la papilla era tan pastosa que me había dejado la boca seca, por lo que me resultó muy difícil producir saliva.

    -    Pero dadme un poco de agua o algo. - dije desesperado.
    -    ¡Más tragar y menos hablar! - me respondió la enfermera.

Tras un rato tragando saliva y papilla rosa y dando más vueltas que una peonza, pusieron la plataforma en horizontal, para ver el movimiento de mis tripas estando tumbado.

    -    Agárrate al pomo de la plataforma, para no caerte. - me aconsejó la enfermera.
    -    ¿Qué pasa, había dinero para una plataforma articulada, robótica con cámara de rayos X y tropecientos megapixeles de resolución, pero no quedó pasta para un cinturón de seguridad o una triste abrazadera?

Ella se limitó a ignorar mi pregunta. Una vez en horizontal, la doctora se acercó a mí y me dijo.

    -    Túmbate de lado como si fueras a dormir.

Me acomodé lo mejor que pude sobre la plancha metálica.

    -    ¿Duermes en esta postura? - me preguntó.
    -    Sí, ¿por?
    -    Ahora entiendo qué digas que tienes la espalda fastidiada. - se volvió a la residente - Por favor, colócale correctamente.
    -    Pon la pierna izquierda aquí. - me dijo agarrándome por la pantorrilla y tirando de ella. - Vale, ahora la otra por encima, doblada… Así no, que te vas a hacer daño.

Tras un rato de contorsionismo. Me volvieron a dar la papilla rosa y se refugiaron en la atestada cabina. Me tuvieron tragando y cambiando de postura, hasta que se dieron por satisfechas. Finalmente la enfermera regresó.

    -    Vale, vamos a poner la plataforma de nuevo en vertical. Por favor, agárrate bien al pomo y a la plancha, que yo no voy a poder sujetarte y como te me caigas encima, me espachurras.
    -    ¿Me está llamando gordo?
    -    Que conste que lo de gordo lo has dicho tú, no yo.

Logre bajar de la plataforma sin espachurrar a nadie. La doctora se acercó a despedirse.

    -    Bueno Padawan con esofagitis, gastritis, duodenitis, hernia de hiato y no se cuantas cosas más de la espalda. Ya te puedes ir.
    -    Y otitis y dermatitis. - aporté con entusiasmo.
    -    ¿Y el covid 19, no?
    -    ¡Qué dice de covid, doctora! - exclamé - ¡Si yo estoy sanísimo!