3/01/2019

Septima entrega: Un día casi normal

Vamos con la séptima entrega del podcast. Esta vez se trata de una anécdota personal, contada con mi particular estilo disperso. 

Como siempre aquí el audio: 

Y aquí el texto: 


UN DÍA CASI NORMAL



Nada hacía presagiar que aquel día de piscina fuera a ser distinto de cualquier otro, sin embargo a veces la vida te sorprende, haciéndose repentinamente más y más interesante.



Como de costumbre, fui en mi coche a la piscina y tras un par de vueltas, logré aparcar junto a un parque cercano. Fue pura suerte, ya que aquel día la cosa estaba bastante complicada para encontrar sitio. La tarea no carecía de mérito, porque el hueco iba bastante justito, a pesar de lo cual logré mi objetivo, tras una buena tanda de maniobras de precisión, que está mal que yo lo diga, pero no están al alcance de cualquiera.



Viendo, que aún me quedaba un buen rato para que empezara mi clase de natación, decidí quedarme en el coche, viendo en mi tablet un capítulo de una serie que tenía a medio ver. Una de esas series de gente con poderes que pasan más tiempo hablando de sus sentimientos que salvando al mundo o dando de mamporros a los villanos de turno.



No llevaba ni cinco minutos viendo como el protagonista le echaba la bronca a otro por ocultarle secretos, pese a que en el capítulo anterior era él mismo el que no contaba las cosas a los demás. Cuando oí que un coche se para junto a mí y me hacía una señal universal, que cualquier conductor reconoce como “¿vas a salir?” y yo le respondí con la seña estándar para decir “va a ser que no”. El conductor asintió con la cabeza y masculló algo parecido a “cagüentooo”.



Total que el coche se fue y yo segui con mi serie. El protagonista que había jurado que se acabaron los secretos, decide que por algún motivo es mejor no contarle a sus compañeros que el supervillano es su padre y…



Toc, toc, toc. Alguien había dado 3 golpecitos en la ventanilla del coche. Se trataba, del mismo conductor de antes, pero ahora venía como peatón.



- ¡Oye, que no me voy! - le grité sin bajar la ventanilla. La verdad es que no sabía muy bien de que iba ese tipo y estaba un poquito acojonao.

- Ya lo sé. - me respondió – Pero cuando te vayas a ir, te acercas ahí y me avisas. - me dijo mientras me señalaba con el dedo una zona, unos metros más atrás, donde había tres coches en doble fila. Los conductores estaban fuera de sus vehículos y charlaban animadamente, esperando que quedara algún hueco libre para aparcar.

- Pero es que voy a tardar un buen rato. - le dije.

- No importa, cuando te vayas, me avisas.

- Que seguramente voy a estar aquí como una hora y media.

- Vale, pero me avisas.

- Venga, bien, de acuerdo. - le respondí muy sorprendido por su insistencia. El barrio estaba complicado para aparcar, pero seguro que en todo el tiempo que iba a estar nadando, se quedaría algún hueco libre. No había necesidad para tuviera que esperar a que yo me fuera.



El hombre se marchó y se fue con los otros conductores que esperaban pacientemente su turno.



Me quedé muy sorprendido y algo preocupado, y desde luego ya no tenía ganas de saber como se iba a resolver la serie de los superheroes y de todas formas, se acercaba mi hora de entrar en la piscina. Como no las tenía todas conmigo y no me acababa de fiar de lo que podía hacer el extraño mientras yo estaba nadando, decidí llevarme conmigo todo lo que había de valor en el coche (si estáis pensando que soy un exagerado y un ansias, posiblemente tengáis razón).



Total que me fui, cargando con la mochila del trabajo, la bolsa de la piscina, la documentación del coche y el abrigo a pesar de que a esa hora, aún hacía calor. Por lo que llegué bastante sudado a la entrada del polideportivo, donde mis compañeros me miraron un tanto extrañados al verme tan cargado, aunque decidieron no hacerme preguntas.



Sin mucho preámbulo, nos metimos todos al vestuario y tras la charla de rigor, nos cambiarnos de ropa y nos fuimos para el agua. Nada más tirarme a la piscina de cabeza, uno de mis tapones para los oídos, se me salió de la oreja. Yo necesito usar tapones cuando me baño, porque tengo bastante facilidad para coger una otitis en cuanto me entra agua en el canal auditivo. La otitis es un tipo de infección de oído que puede ser bastante dolorosa, así que la idea de nadar sin tapones, quedaba absolutamente descartada.



En cuanto noté que me faltaba un tapón, saqué inmediatamente la cabeza del agua, me agarré a la corchera más cercana y me puse a buscarlo, pero no aparecía por ningún lado. A todo esto, el socorrista se dio cuenta de que algo raro pasaba y temiéndose que me hubiera dado un tirón o algo peor, vino corriendo.



- ¿Estás bien? - me preguntó mientras se disponía a saltar al agua para socorrerme.

- Sí, tranquilo. Se me ha caído un tapón y lo estoy buscando.



Decidí salir del agua, para no molestar a mis compañeros que seguían nadando, pero fue demasiado tarde, porque ya se habían dado cuenta de que algo pasaba. Y no tardaron en dejar de nadar para enterarse de lo sucedido. La profesora de natación, atraída por el revuelo también se acercó y antes de que me diera cuenta, tenía a media piscina paralizada porque se me había perdido un tapón.



- Vale, que todo el mundo se calme. - dije - No vamos a encontrarlo, porque es muy pequeño. Así que me voy para casa. Y ya me compraré unos tapones nuevos. Tranquilos que volveré el próximo día.

- Ni hablar. - dijo la profesora – Aquí al lado hay una farmacia, te das una carrera, te compras un par de tapones y te vuelves.

- Claro. - aportó el socorrista – Si no tardas nada.

- Pero si no pasa nada. - protesté – por un día que no nade…

- No me seas vago. - replicó la profe. - Y no te preocupes, harás el entrenamiento completo. En el siguiente turno hay poca gente, así que vas poder nadar con ellos hasta que termines .

- Pero …

- No pierdas el tiempo.



Miré a mi alrededor a ver si alguno de mis compañeros me apoyaba. Pero todos parecían pensar que si ellos tenían que nadar, pues que yo no me iba a librar con una excusa tan pobre. Así que no me quedó otra que ir al vestuario a todo correr, para cambiarme otra vez de ropa. Ya me estaba imaginando al tipo que me estaba esperando para aparcar, prendiéndole fuego a mi coche.



Salí corriendo a buscar la farmacia, pero llegados a este punto de la historia, tengo que parar un momento para aclarar que mis compañeros de natación son gente más mayor que yo, en su mayoría prejubilados, y casi todos ellos se llevan a sus respectivas madres a la piscina. Por supuesto ellas no vienen a nadar, sino a socializar. Es decir, mientras sus hijos, se esfuerzan en no ahogarse, se quedan en la recepción del polideportivo, charlando alegremente entre ellas y con la encargada de la entrada. Como yo soy el más joven del grupo, me tienen medio adoptado, así que cuando me vieron salir corriendo del vestuario, mal vestido (ya que con las prisas me había puesto la camiseta del revés), cundió la alarma.



- ¿Pero que ha pasado?

- ¿Qué ocurre?

- ¿Dónde vas?



Y ahí estaba yo, explicándole a un preocupado grupo de abuelas, la situación. En seguida una de ellas, me ofreció una caja de tapones.



- Oiga, que no hace falta. - dije yo, examinando unos tapones que no parecían los típicos de piscina, de origen dudoso y quien sabe si ya usados.

- Insisto. - me dijo con la firme determinación de una madre que no está dispuesta a aceptar un no por respuesta, de un jovencito que claramente está a su cargo.

- ¿Pero estos tapones son de piscina? - Pregunté a la desesperada.

- Me los ha dado mi hija que trabaja en el aeropuerto. Se los dan para amortiguar el ruido de los aviones.



Yo no tenía claro que fueran apropiados para el agua (y la otitis no es algo que tomarse a la ligera), pero tampoco quería hacerle un desprecio a la señora que me hacía ese regalo con su mejor intención, así que tomé una decisión.



- Vale, me los quedo. Pero como ya estoy vestido, me voy a ir de todas formas a la farmacia y me hago con un segundo par de tapones, así tengo repuesto para emergencias.



El grupo de madres no andaba muy convencido, pero finalmente me dejaron ir. Fui corriendo a la farmacia, mientras en mi imaginación, una horda enfurecida la emprendía a palos con mi coche, hasta reducirlo a escombros. Tras un rato de hacer cola, conseguí que me atendieran. Me ofrecieron varios tipos de tapones, entre los cuales no se encontraban los que yo acostumbro a usar, así que decidí no arriesgarme, y me compre un par de tapones de goma y otro par de cera, los cuales sumados a los que me acababan de regalar, ya sumaban tres pares.



Volví como una exhalación a la piscina y tras enseñar mis nuevas adquisiciones al grupo de madres y recibir su aprobación, corrí al vestuario y finalmente de vuelta al agua, donde fui recibido con alborozo por mis siempre solidarios compañeros.



Decidí darme caña y acabar el entrenamiento lo más rápido posible. Tras casi veinte largos, vi algo pequeño y de color carne rodar por el fondo de la piscina.



“No, me fastidies - me dije – eso solo pueden ser dos cosas, o alguien ha perdido un trozo de un dedo o es mi tapón perdido.”



Tras sumergirme, constaté (con cierto alivio) que efectivamente, se trataba de mi tapón. Al recuperarlo me había convertido en el afortunado poseedor de cuatro pares de tapones.



Finalmente, conseguí terminar el entrenamiento. Mis compañeros, hacía más de media hora que habían terminado y se habían marchado. Me vestí a toda prisa y cargué con todos mis bártulos, la mochila de la piscina, la del trabajo, las cosas que había sacado del coche y me fui corriendo a ver el fatídico destino de mi utilitario. Mi esperanza era que el hombre hubiera encontrado otro lugar donde aparcar, pero no había sido así.



Al llegar, me encontré mi coche intacto, pero a su lado estaba el hombre dando paseitos cortos a su alrededor, parecía un padre primerizo en un paritorio.



- ¡Al fin! - dijo nervioso. - Escucha, no salgas hasta que le de la vuelta al coche y lo traiga hasta aquí.

- Tranquilo. Que te espero. - le dije. Al fin y al cabo él me había esperado a mí, durante más de dos horas y ya que no me había quemado el coche, me hubiera sabido mal que el pobre hombre se hubiera quedado sin su merecido hueco de aparcamiento.



Mientras se iba corriendo, vi a una señora que se asomaba desde una ventana situada justo al lado de donde había aparcado y nos gritaba algo, bastante enfadada. Por fin entendí, ese afán por aparcar justo en ese sitio. La mujer que nos gritaba era la esposa del hombre y lo que decía era:



- ¿Quieres aparcar de una vez y subir a cenar?