12/26/2019

Decimoquinta entrega del podcast: De villanos y héroes

Vamos con un nuevo relato. En esta ocasión, dos enemigos irreconciliables tienen una oportunidad de hacer un alto en el camino y sincerarse. Esta historia se titula: De villanos y héroes.

Versión audio:
Versión texto:

- Pero a quien se le ocurre. – dijo el agente Genus con incredulidad.
- ¿Y cómo iba yo a saber que iba a acabar aquí encerrado contigo? – replicó el Doctor Magna Rex, en tono lastimero.
- Pero si es de primero de villano. – insistió el agente - Nunca construyas una prisión de la que no seas capaz de salir.
- Ya, pero es que tú siempre encuentras el pasadizo secreto, el muro falso, el túnel de ventilación o cualquier otro sistema secreto de escape. – respondió Magna Rex con resentimiento mal disimulado. - Así que me dije, “a la porra, sin salida esta vez”. Pero claro, la idea era que tú estuvieras aquí dentro y yo allí fuera, riéndome con mis carcajadas siniestras.
- Pues has hecho un trabajo excelente.
- Gracias.
- No era un cumplido. – gruñó el agente
- ¿Ahora tengo que soportar tu sarcasmo? ¿No tengo suficiente con estar atrapado en mi propia trampa?
- Te fastidias, a ver creado una prisión como es debido. A ver, ¿qué viene ahora? ¿Leones hambrientos? ¿Caeremos a un foso con tiburones?
- No, nada de las típicas trampas tradicionales de las que siempre os escapáis los agentes secretos. – replicó el doctor con amargura – Mi plan era simplemente dejarte aquí y olvidarme de que existes.
- Ya veo. – El agente, miró a su alrededor.
La celda estaba impoluta. Las paredes, el techo y el suelo estaban fabricadas en algún tipo de piedra blanca. Estaba tan bien fabricada que no se notaban las fisuras entre los bloques de piedra y ni tan siquiera se distinguía dónde estaba la puerta. El agente golpeó las paredes con los nudillos, tratando de ver si algo sonaba a hueco.
- Ni te molestes. -Le dijo el doctor con resignación.- Esos muros están hechos de un nuevo material, ni un taladro de diamante podría atravesarlos. Lo hemos expuesto a los láseres más potentes y no le hemos hecho ni un rasguño.
- ¿Qué tal una explosión? Tengo algo de explosivo plástico camuflado en un tacón del zapato, conectado a un detonador remoto en el reloj.
- Los agentes secretos y vuestros cachivaches. – bufó el doctor con desprecio – Pero en este caso no serviría de nada. Este material es muy resistente a los explosivos, y aunque tuvieras algo lo suficientemente potente para abrir brecha en esos muros, aquí no hay donde ponerse a cubierto, así que moriríamos los dos en la explosión.
- ¿Conductos de ventilación?
- No son necesarios, este material es semipermeable, aunque esté cerrado y sin el más mínimo resquicio, deja circular el aire, pero impide la entrada de agua. Además, es lo suficientemente flexible para aguantar las ondas sísmicas.
- Ahora si que estoy impresionado. Y lo digo sin sarcasmo.
- ¿Verdad? Y ni siquiera es caro de producir. Y es ecológico, apenas se generan emisiones en su fabricación. Te aseguro que cuando lo desarrollamos, estuve a punto de mandar al garete mis planes de dominación mundial y dedicarme a fabricar este material en masa para la industria de la construcción. Fijo que me hubiera hecho inmensamente rico.
- ¿Y por qué no lo hiciste?
- Porque yo no me metí en la conquista del mundo por dinero o poder. Lo mío es vocacional. De verdad creo que debo dominar el mundo porque estoy seguro de que lo puedo hacer mucho mejor que el resto. Conmigo al mando, alcanzaremos una era de esplendor.
- Creo que Hitler, Napoleón y el emperador Palpatine opinaban igual que tú.
- Bah, no me compares con esa gentuza. ¿De verdad crees que yo no lo haría mejor que esos conquistadores? ¿Y qué me dices de todos esos politicuchos que hay ahora? Son corruptos, solo miran por sus propios intereses, no están haciendo nada por frenar el cambio climático. Yo tengo un plan integral de energías renovables, voy a cambiar por completo el sistema financiero, eliminaré la pobreza y...
- Esos politicuchos, como tú los llamas, son representantes elegidos por sus pueblos de forma democrática.
- ¿Todos?
- Vaaale, también hay unos cuantos dictadores que han subido al poder de forma violenta y han convertido sus países en repúblicas bananeras. Pero no me refiero a esos. Si te quieres cargar a unos cuantos de esos, no seré yo quien te lo impida.
- Como si los lideres democráticamente elegidos del resto de países, y aquí incluyo a los de tu gobierno, no tuvieran tratos con ellos bajo la mesa, mientras los condenan públicamente. Yo jamás lo permitiría.
- Oye, no te las des ahora de hermanita de la caridad, que en tu cruzada por dominar el mundo has matado a un montón de gente.
- ¿Y eso me lo dices tú? Don, “tengo licencia para matar”.
- Pero solo disparo a los malos, a tus esbirros del mal.
- Querrás decir a mis trabajadores a sueldo, con 60 días de vacaciones al año, diez de asuntos propios y un generoso seguro de vida que garantiza el futuro de sus familias en el caso de que tú o tus colegas los matéis.
- ¿En serio, 60 días de vacaciones pagadas? – Preguntó asombrado. Pero enseguida recuperó la compostura. – Da igual, eran sicarios del mal.
- ¿De verdad? Porque los tipos a los que te cargaste hace unas horas para entrar a mi guarida secreta, solo eran agentes de seguridad subcontratados a una empresa externa. No habían hecho nada malvado en su vida.
- ¿Y yo que sabía? Además, ¿qué podía hacer? ¿Pedirles educadamente que me dejaran pasar?
- Podías haber usado una pistola de dardos tranquilizantes, en lugar de balas del calibre 45. ¿No te parece?
El agente miró al suelo avergonzado. La verdad era, que jamás se le había pasado por la cabeza que algunas de las personas que trabajaban para el Doctor, podían ser simples curritos inocentes. Tras un incómodo silencio, buscó un argumento con el que contratacar.
- ¿Y qué impedirá que te corrompas? Porque eso pasará, lo sabes. Una vez que alcances el poder que tanto ansías, no podrás evitar la tentación. Ya lo dijo Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
- Bueno. – dijo con tono avergonzado. - Esa parte aún la estoy definiendo, pero algo se me ocurrirá.
- Sí, seguro. – respondió el agente otra vez con sarcasmo.
Ambos quedaron en silencio durante un buen rato, cada uno sumido en sus pensamientos. El
Doctor Magna Rex fue el primero en volver a hablar.
- Supongo que toda esta discusión es irrelevante. Hay una cámara de seguridad instalada en esa esquina, más pronto que tarde alguno de mis guardias se dará cuenta de que yo estoy aquí y vendrán a sacarme. Y tú te quedarás aquí. – dijo con indiferencia – No te lo tomes a mal, no es nada personal. -Pasados unos segundos y añadió. - De hecho, no sé por qué tardan tanto.
- Bueeeno. – dijo el agente con fingida inocencia. – Igual yo tengo la culpa de eso.
- No me digas que has matado a todos los guardias. ¿Es que no has dejado ninguno vivo?
- No hombre, no seas bruto. Lo que quiero decir es que antes de entrar a tu guarida secreta, les mande su ubicación a los miembros de mi agencia gubernamental y seguramente a estas horas mis compañeros estarán asaltando tu base. Así que me temo que serán mis compañeros los que vengan a rescatarme, mientras que tú te irás a una bonita prisión de máxima seguridad, a sufrir torturas y a alimentarte de pan mohoso y agua embarrada.
- Menos mal que vosotros sois los buenos. – esta vez fue el doctor el que sonó sarcástico.
- Ya te digo. – respondió el agente con tono culpable.
- Así que. – continuó el Doctor – No tenemos ni idea de quienes serán los primeros que vengan
a abrir esa puerta. Si los tuyos o los míos. Pues vaya plan.
- Desde luego.
Transcurrió otro silencio incómodo. Esta vez fue el agente el que lo rompió.
- Hay algo que siempre he querido saber. ¿De verdad eres doctor?
- ¿Eh? Ah, no. La verdad es que no. Pero tenía que elegir un nombre rimbombante, algo que inspirara temor y respeto. Y todo el mundo respeta y al mismo tiempo teme a su médico, así que. – se quedó un momento pensativo, antes de continuar -En realidad casi ninguno de los doctores malignos ha pisado en su vida una universidad.
- Que decepcionante.
- Ahora que lo pienso. ¿Conoces al Doctor Peste?
- Sí, el tipo aquel que amenazó con liberar un super virus capaz de diezmar la población mundial, si no le dábamos una morterada de dinero. Pero luego resultó que sólo tenía un virus de la gripe normal y corriente.
- Pues ese sí que tiene el título de doctor por la universidad de Miskatonic.
- Vaya. ¿Y doctor en qué?
- En filología inglesa.
Los dos se miraron un segundo y rompieron a reír en carcajadas. - Anda que vaya tela. – dijo el agente.
- Y que lo digas. La verdad es que tengo algunos compañeros de profesión que son para darles de comer a parte.
- Pues los míos, tampoco se quedan cortos. ¿Conoces al tipo ese británico? ¿Ese que va de agente secreto, pero todo el mundo conoce su verdadero nombre y ocupación?
- Puf, menudo plasta. Todo el día bebiendo Martini. Más que verle venir, le hueles el aliento. Unos ruidos mecánicos se extendieron a través de las paredes.
- Es el mecanismo de apertura. – explicó el Doctor – Supongo que a llegado el momento de saber si nos rescata.
Ambos aguardaron en un tenso silencio mientras se abrían las puertas. Una figura solitaria se perfiló en la entrada.
- ¡Doctor Peste! – exclamaron al unísono. Y prorrumpieron en carcajadas.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó Peste evidentemente molesto - ¿A qué vienen esas risas?
- Perdone usted “doctor”. – dijo Magna Rex, pero en seguida volvió a reírse sin poder contenerse. El agente Genus se reía con tantas ganas que dos lagrimones le cayeron por las mejillas.
- Esto está lleno de guardias de seguridad y agentes secretos muertos. – dijo Peste con voz iracunda. -Creo que no queda nadie vivo y vosotros aquí a carcajada limpia.
- Tiene razón. Perdone. – dijo el agente Genus. Después se volvió hacia Magna Rex. – Bueno, ¿y ahora qué?
- ¿Lo dejamos en empate?
- Me parece bien. Nos vemos en unas semanas entonces.
- O nos vamos a un bar a tomar unas cervezas y hablamos de nuestra nueva empresa de venta de este fantástico material. – dijo Magna Rex, palmeando los muros blancos de la celda.
- ¿Sabes que te digo? Qué sí. A la porra la agencia.
- Y a la porra la dominación mundial.
Ambos se dirigieron a la salida. Echaron un último vistazo al Doctor Peste los observaba sin poder reaccionar y se echaron de nuevo a reír mientras se alejaban.

12/15/2019

Segundo entremés

Pues eso, un nuevo entremés preparado por nuestro chef para su consumo y disfrute. Espero que os guste.

La versión de audio:

La versión de texto:

De nuevo es media noche en el castillo del Doctor Soymalote, el gran villano asesor y proveedor de
otros villanos.
- ¡Aigor!
- Siii, maestro. ¿Qué tripa se le ha roto esta vez?
- No sea impertinente Aigor. Tenemos un encargo de un colega del mal. Quiere que le fabriquemos
un asiento que gire sobre sí mismo sin parar.
- Ah, entiendo. Una especie de instrumento de tortura que gire hasta marear a sus victimas sin
remedio y…
- ¿Pero que dices mentecato? ¿Qué instrumento de tortura ni que trol muerto? Solo es un asiento
que gira.
- ¿Y para que lo quiere?
- Pues para subirse encima y dar vueltas, mientras… piensa en sus cosas, supongo. Cosas malignas
por supuesto.
- Vale, bien. No lo veo el sentido, pero de acuerdo.
- Tú no puedes entender a los grandes genios del mal. Simplemente hazlo y ya está.
- Por supuesto amo. Me pongo con ello.
Una semana más tarde.
- ¿Y bien amo? ¿Quedó satisfecho el cliente?
- En absoluto. Se queja de que gira demasiado lento. Quiere que gire más rápido. Mucho más
rápido.
- Pero, entonces se va a pillar un buen mareo.
- ¡No discuta y hágalo de una vez!
- Siii, amo, como usted ordene.
Otra semana más tarde.
- ¡Aigor! ¡Eres un inutil, el cliente se marea y echa hasta la primera papilla!
- Ya se lo advertí, le dije que..
- ¡Silencio!
- Bueno, no se preocupe, volveré a bajar la velocidad y…
- Error total. El cliente está conforme con la velocidad, pero no con el mareo. ¿Y bien? ¿Qué
soluciones propones?
- ¿Comprar biodramina?
- Eso no es una solución profesional, sino un vil apaño. ¡Una chapuza! ¡Debería darte vergüenza!
- Bueno, la única solución que veo, es iniciar un programa ilegal y peligroso para mutar el cuerpo
humano y hacerlo resistente al mareo.
- ¡Perfecto! ¡Maravilloso! ¡Eso sí es profesional! ¿Ves? Y sin recurrir a apaños chapuceros.
- Ya sabe que es ilegal.
- Aigor, no seas mastuerzo. Nosotros somos profesionales del mal, todo lo que hacemos es ilegal.
- Claro, amo. Lo había olvidado. Bien, pues solo necesitaré un par décadas de investigación y
desarrollo y por supuesto, cientos de millones de euros.
- Toma este billete de diez euros y ve a la farmacia a comprar biodramina.

11/30/2019

Escuadrón Delta: Episodio VI

Vamos con una nueva entrega del Escuadrón Delta, donde pasan un montón de cosas y empezamos a resolver incógnitas. 

Versión de audio:

Versión Escrita:

- No será sencillo. Pero puedo hacerlo. – dijo Ayla – El holocomunicador cifrado que instalé en el caza de Ronin, tiene al menos cinco capas de seguridad. Cifrado de extremo a extremo, codificación inteligente con un algoritmo variable que...
- Pero si yo.... – trató de decir Keyna.
- Sí, ya sé. – La interrumpió Ayla. – Quieres enterarte de las conversaciones, que tiene Kodos con quien sea que le está dando órdenes a través del holocomunicador. Para eso habrá que romper la seguridad de ese chisme. Afortunadamente sé bastante de desencriptación. Puedo usar una matriz de aprendizaje automático, combinada con un descifrador cyberdyne modelo T-101.
- De verdad, yo creo que...
- No te preocupes, tengo uno que saque de.... Bueno, eso no importa, el caso es que lo tengo. - Ayla, en serio que no es necesario.
- Será bastante laborioso y largo, porque el número de combinaciones de códigos a comprobar es de diez a la potencia de 50 y luego...
- Ayla.
- Bueno, no quiero aburrirte poniéndome técnica, pero yo creo que, en un par de semanas, tres como mucho, lo tendríamos listo y entonces...
- ¡Ayla!
- ¿Qué? – se interrumpió la mecánica sorprendida.
- Mira tú eres la experta, pero el holocomunicador va a estar siempre en la cabina del caza,
¿verdad?
- Sí, por supuesto. Está incrustado en el tablero de mandos, no se lo van a llevar por ahí.
- ¿Entonces por qué no nos limitamos a poner un micrófono oculto dentro de la cabina y así
escuchamos toda la conversación?
Ayla la miró boquiabierta un segundo.
- Le quitas toda la gracia al asunto.
- ¿Cuánto tardarás en instalar el micro?
- Unos diez minutos, pero no voy a hacerlo.
- Pero...
- Porque voy a instalar una holocámara, así además de audio, tendremos imagen, si lo hago bien, podremos ver con quien habla Kodos y ponerle cara al fin.
- Excelente. Oye, ¿seguro que no se notará? Como nos descubran...
- Por favor, soy una profesional. Además, las nuevas cámaras son diminutas y tienen una resolución excelente. Lo difícil será ocultar la señal, porque imagino que querrás que te retransmita en directo, cada vez que Kodos reciba una llamada. Así que habrá que poner otro comunicador que envíe la señal de la cámara a tu nave.
- Sí, eso sería genial. ¿Estás segura de que podrás hacerlo?
- Desde luego, en el próximo turno de reparaciones tengo prevista una revisión de rutina de su caza, así que aprovecharé para instalarlo todo.
- Perfecto. Por fin nos enteraremos de que va todo esto.
- Sigo insistiendo en que deberíamos decirle a Kodos lo que vamos a hacer. Se sentirá mejor si él sabe que tú estás al tanto de todo.
- No, ya lo hemos hablado. A Ronin se le nota enseguida cuando miente. Si le contamos que hemos puesto una cámara en su cabina, la próxima vez que hable con su contacto misterioso, se pondrá nervioso y meterá la pata. Es mejor que no sepa nada.
A pesar de lo que acababa de decir era cierto, Keyna no había sido del todo sincera. La verdad era, que aún no confiaba en Ronin, y no lo haría hasta que estuviera totalmente segura de que papel jugaba en todo esto. ¿por qué le habían elegido precisamente a él? No, no podía confiar en Ronin, pero no podía contárselo a Ayla, ya que era muy amiga del piloto.
- Al menos podrías levantarle el castigo y dejar de ordenarle que limpie las letrinas. ¿No te parece?
- Cualquier cambio en su rutina, podría levantar sospechas y...
- Keyna. – dijo la mecánica en tono firme.
- Está bien, le levantaré el castigo.
Las dos semanas siguientes, fueron desesperantes. El escuadrón Delta realizó misiones rutinarias y Ronin no recibió ninguna llamada, por lo que el piloto siguió las órdenes de Keyna al pie de la letra. Al menos eso le dio la excusa adecuada para levantarle el castigo. Ronin por fin dejó de limpiar los servicios. Fue a la tercera semana cuando por fin llegó una misión importante.
Se trataba de hacerse con el control de una plataforma espacial. Según la inteligencia Imperial, en dicha plataforma se reabastecían y reparaban naves pertenecientes a un grupo de piratas espaciales, que habían estado asaltando convoyes de naves mercantes. Las cuales navegaban por el sistema estelar Uridia, en el sector Yucrales.
La plataforma estaba protegida por grupos de cazas y minas espaciales. Los escuadrones Alpha, Beta y Gamma se encargarían de los cazas de escolta. El escuadrón Épsilon de bombarderos, utilizarían torpedos de iones para anular los escudos protectores y deshabilitar la plataforma sin dañarla, ya que el objetivo era capturarla razonablemente intacta. El escuadrón Ómicron de reconocimiento se encargaría de destruir las minas espaciales, para lo que usaría los cazas V-19, ya que estas naves contaban con escudos de energía que les permitirían resistir más impactos, a diferencia de los tie, más maniobrables, pero mucho más endebles. El escuadrón Delta, como era costumbre, se limitaría a patrullar el perímetro. Pero Keyna tenía el presentimiento de que Ronin recibiría órdenes especiales. Su presentimiento pareció confirmarse, cuando Ayla le contó que había recibido órdenes de equipar la nave de Ronin con cuatro torpedos de iones.
El destructor Nexu emergió del hiperespacio a 15 clicks de la estación orbital.
– ordenó el comandante Cross. – Mostremos a
- Adelante Alfa, formación en cuña. – gruñó el teniente Brenson por el comunicador. – No rompáis la formación hasta que dé la orden. Y lo digo por ti Alpha 5.
- Sí, señor.
Los tres escuadrones aceleraron hasta velocidad de ataque, formando tres letales cuñas.
- Escuadrón Ómicron, adelante. – Ordenó el comandante Cross. – Despejen el campo de minas.
Los tres cazas V-19 del escuadrón, liderados por el teniente Logan salieron del hangar a máxima velocidad.
- Toda la potencia a las pantallas de energía frontales. – dijo Logan con tono de preocupación. – No nos confiemos, los escudos aguantaran unos cuantos impactos, pero hay muchas minas.
La voz del comandante Cross volvió a sonar por los comunicadores.
- Escuadrones Épsilon y Delta. Sitúense en posición.
Keyna se llevó a su grupo y lo desplegó por el perímetro.
- Formen en parejas. – ordenó la líder Delta - Destruyan cualquier caza que trate de entrar o
salir del perímetro. Delta 2, conmigo.
Mientras, Teller el líder Épsilon, puso rumbo junto a su escuadrón de bombarderos en dirección a la plataforma.
- Preparad los torpedos de iones. Concentraremos el fuego en la sección superior. Ahí es donde están los generadores de escudos. Si lo hacemos bien, solo deberíamos necesitar dos pasadas.
Desde su caza, Ronin observaba la batalla. Un cosquilleo le recorrió la columna vertebral y un segundo después sonó el tono de llamada que le avisaba, de que recibía una llamada por el holocomunicador cifrado. El holograma de una figura conocida y temida se desplegó sobre su tablero de mandos.
- Cadete Kodos.

- ¡Escuadrones alfa, beta y gamma, despeguen!

esos desarrapados el poderío del Imperio.
- Señor Raymius. – respondió Ronin con tono tenso. – Esperaba su llamada.
-Señor Raymius – repitió Keyna para sí, en su cabina. Ya tenía un nombre, la holocámara que había instalado Ayla, estaba retransmitiendo a su nave en tiempo real. La líder delta se inclinó sobre la imagen para verla mejor. El tal Raymius era un humano de unos cuarenta años, llevaba un uniforme de oficial de la flota imperial, pero lucía una espesa barba, lo que estaba prohibido según el reglamento. Además, no lucía ninguna insignia que indicara su rango.
Sus rasgos faciales eran duros y angulados. Una extraña cicatriz le cruzaba el rostro y su expresión era gélida como el hielo.
- Veo que ya se ha iniciado el ataque a la estación orbital. – continuó Raymius. – Dentro de poco esos piratas, se darán cuenta de que sus defensas no son suficientes para imponerse al poderío de la Armada Imperial. Cuando eso ocurra, un grupo de naves tratará de huir a través del campo de minas. En una de esas naves hay muchas posibilidades de que vaya un oficial imperial.
- ¿Lo han cogido prisionero?
- Localice la nave donde va ese oficial. Utilice los torpedos de iones que le han instalado para deshabilitarla. Cuando lo haya conseguido, un transporte de tropas abordará la nave para capturar a ese traidor.
- ¿Traidor? Oiga, explíqueme qué está pasando aquí.
- Vigile ese tono, cadete. - replicó Raymius con dureza.
- Lo siento señor. Con el debido respeto señor, necesito saber que ocurre. Me lleva a oscuras desde el principio. No hago más que escanear naves por encargo suyo y de repente tengo que capturar un traidor. Por favor.
Raymius meditó unos instantes.
- Vamooos. – susurró Keyna en su cabina. – Desembucha de una vez.
- Pertenezco a un grupo especial. Estamos seguros de que un grupo de altos mandos de la flota está traficando con bienes del Imperio en el mercado negro. Vendiendo suministros, armas y tecnología a piratas, comerciantes e incluso a el grupo terrorista conocido como la rebelión. Nuestra misión es desmantelar esta red de traidores al Imperio y capturar a todos los implicados.
- Entonces, todas esas naves que he estado escaneando...
- Sospechábamos que transportaban parte de esos suministros que han estado desapareciendo de nuestros almacenes. Sus escaneos confirmaron nuestras sospechas.
- Ya veo. ¿Es usted un agente de asuntos internos de la OSI? Quiero decir, la Oficina de Seguridad Imperial.
- ¿La OSI? – dijo con tono despectivo. -No me haga reír, esos inútiles no encontrarían un cargamento de contrabando ni aunque lo tuvieran delante de las narices. Y mucho menos descubrir a un traidor.
- Entonces ¿a qué grupo pertenece?
- Esa no es una conversación para tenerla por holocomunicador. Ya hablaremos en persona.
- Maldita sea. – susurró Keyna a pesar de que ellos no podían escucharla.
- ¿Va usted a venir aquí? – se asombró Ronin.
- Concéntrese, cadete Kodos. Ahora debe centrarse en encontrar al traidor y deshabilitar su nave, sin destruirla. Para eso le hemos instalado el cañón de iones. Queremos a esa escoria con vida.
- Señor. ¿Cómo voy a localizar la nave en la que viaja el oficial, quiero decir, el traidor?
- Confie en... en su instinto. – se limitó a responder Raymius, justo antes de cortar la comunicación, sin siquiera despedirse.
- Bantha poodoo. – masculló Keyna. - ¿Una reunión en persona? A ver como demonios me cuelo yo ahí.
Mientras Ronin y Keyna se devanaban los sesos, la batalla seguía su curso. Los bombarderos avanzaban lentamente. Su escasa velocidad los hacía tremendamente vulnerables a los cazas, pero los escuadrones alfa, beta y gamma estaban dando demasiado trabajo a las naves de los defensores.
El líder Alfa, lideraba la ofensiva. Los piratas eran pilotos mediocres en el mejor de los casos, pero contaban con una abrumadora superioridad numérica.
- Alfa 6, llevas un enemigo en cola. Ejecuta un giro cerrado a la derecha en 3, 2, 1. ¡Ahora!
El caza tie giró bruscamente, Brenson apareció en su interceptor de la nada e hizo pedazos la nave enemiga. Pero ni tuvo tiempo de celebrarlo, un disparo pasó rozando el casco de tie interceptor. La ráfaga de energía no provenía de ningún caza enemigo. En seguida Brenson se dio cuenta de que habían entrado en el campo de minas.
- ¡Logan! ¿Por qué no os habéis encargado aún de esas minas?
- Estamos en ello. – respondió con enfado el líder Ómicron – Pero hay demasiadas. No sé cuánto van a aguantar nuestros escudos. – Logan recibió un impacto.
- Escudos al 30%. – Anunció su computador de vuelo. - Karabast. – blasfemó Logan.
Habían destruido casi la mitad de las minas, pero el teniente tenía razón, eran demasiadas y el escuadrón Ómicron solo contaba con tres cazas. Keyna tomó una decisión.
- Aguantad, vamos para allá. Escuadrón Delta, vamos a...
– la detuvo el comandante Cross. – Utilice solo con la mitad de su grupo. Los
Keyna estuvo a punto de replicar, pero se lo pensó mejor. El comandante tenía razón, por muy inútil que pudiera parecer, patrullar el perímetro tenía su importancia. Si llegaban refuerzos enemigos, pillarían a los imperiales en desventaja.
- Sí, señor. – Keyna decidió mandar al campo de minas a los tres cazas V-19 de que disponía y a ella misma, a pesar de que su caza tie no tenía escudos. Jamás enviaría a sus pilotos a una misión a la que ella misma no iría. – Deltas 4, 5 y 6. Vengan conmigo. Los demás, despliéguense por el perímetro y no se despisten.
- Recibido. – respondió Ronin, sin poder evitar un cierto temblor en la voz.

- Líder Delta

demás mantendrán su posición.
Los cuatro cazas aceleraron hacia el campo de minas, las cuales detectaron su intrusión. El espacio se llenó de disparos laser. Keyna volaba con maestría, esquivando ráfagas letales y destruyendo minas con precisión quirúrgica. Ronin tampoco se desempeñaba mal, pero su mente estaba dividida entre esquivar disparos y la tarea que le aguardaba. Un impacto hizo temblar sus defensas.
- Escudos al 73%. – anunció su computador de vuelo. - Genial. ¿Cómo demonios me las voy a apañar?
Los bombarderos por fin se pusieron a distancia de tiro de la plataforma. Teller había logrado guiar a su grupo a través de la batalla espacial y las minas, aunque habían tenido una baja.
- Epsilon 3 y 4 bombardead los generadores de estribor. Epsilon 5 y 6 los de babor. Los demás concentrad el fuego en la parte central. – dijo el líder Epsilon.
La andanada acertó de lleno a la plataforma.
- ¡Bien hecho equipo! – animó Teller a los suyos. – Los escudos han caído. Una pasada más y quedará totalmente inutilizada y... ¡Atención, está despegando un grupo de naves desde la plataforma! Cuatro cargueros ligeros y tres lanzaderas de pasajeros. Van directos al sector 3.
A pesar de que los cazas imperiales habían destruido la mayoría de las minas, se habían concentrado sobre todo en despejar los sectores 1 y 2, por donde se habían colado los bombarderos. Por lo que el sector 3, seguía fuertemente minado. Las naves piratas no tenían nada que temer, pues poseían transpondedores que emitían un código cifrado, que los identificaba ante las minas como aliados. Los imperiales no contaban con dicho código, lo que los convertía en el blanco prioritario de las minas.
Keyna vio enseguida la estrategia de los piratas. Echó un vistazo a su pantalla táctica. Afortunadamente la mitad de su escuadrón seguía patrullando el perímetro, fuera del campo de minas.
- Delta 8, Delta 9. Un grupo de naves se dirigen a vuestra posición, cortadles el paso.
- Roger, Roger. – contestaron los pilotos.
Ronin aumentó lo que pudo la potencia de los escudos y se adentró en el sector 3. - ¡Delta 4, retrocede! – Ordenó Keyna. -Eso es un suicidio.
Ronin hizo caso omiso. No creía que solo dos cazas pudieran detener a aquel grupo de naves y él necesitaba encontrar al Imperial renegado antes de que saltara a la velocidad de la luz. Había ideado un plan desesperado para localizarle. Los sensores de su caza no podrían identificar si una persona era pirata o imperial, pero sí eran muy eficientes detectando otras cosas.
Aunque seguramente la persona que estaba buscando habría venido de incógnito, era posible que llevara consigo alguna identificación o cilindro de códigos. Los oficiales eran fuertemente adoctrinados a llevarlos encima en todo momento. Tal vez ese adoctrinamiento hubiera sido más fuerte que el sentido común. Los cilindros estaban fabricados en una aleación de metales poco común y por lo tanto muy sencilla de detectar. Las identificaciones emitían una señal, bastante débil, cierto, pero los sensores del caza de Ronin habían sido muy mejorados, si pasaba lo suficientemente cerca, la detectaría. Por supuesto, podría ser que el oficial no llevara
encima ninguno de esos objetos, en cuyo caso fracasaría. Activó los sensores y rezó por tener suerte.
El caza V-19 aceleró, mientras las minas lo disparaban ferozmente. Ronin esquivaba los disparos lo mejor que podía, pero eran muchos.
- Escudos al cincuentayc.... Escudos al cuarenta por ciento. Escudos al treintaisiete por ciento. De pronto la mitad de las minas dejaron de dispararle.
- ¿Pero qué? – lanzó un vistazo rápido a su pantalla táctica. - ¡Jefa! ¿Qué está haciendo?
- ¿A ti que te parece? Estoy atrayendo la mitad de los disparos hacia mí.
- ¡Pero si su nave no tiene escudos!
- Ya, pero las minas no lo saben.
El caza de Keyna parecía bailar una danza mortal entre las ráfagas laser. Por un momento parecía inalcanzable, pero finalmente recibió un impacto.
- Integridad del casco al 40%. – anunció el computador de vuelo de la líder Delta. – Deshabilitados los sistemas de tiro y de ejección.
- ¡Fantástico! – gruñó Keyna. – Al menos los motores siguen funcionando.
De pronto dos minas explotaron casi simultáneamente. El escuadrón Ómicron llegaba al
rescate.
- Gracias. – suspiró Keyna.
- Le debía una. – respondió Logan – Ahora estamos en paz.
Ronin sonrió aliviado y siguió avanzando. Al verlo acercarse, los cargueros se alejaron en una dirección y los cargueros hacia otra. Vaciló un segundo, pero recordó las palabras de Raymius “confíe en su instinto”. Decidió seguir a las lanzaderas, las cuales lo recibieron a tiros. Una vez más trató de tener una intuición, acerca de cual de las 3 lanzaderas era la correcta, pero esta vez falló.
- Vale, hora de confiar en la tecnología.
Pasó por encima de una de las naves, mientras los sensores hacían su trabajo. - Búsqueda infructuosa. – anunció el computador.
Se acercó a la segunda lanzadera. Mientras otro impacto le acertaba.
- Búsqueda infructuosa. Escudos desactivados.
Pasó por encima de la última nave.
- Búsqueda afirmativa. Aleación metálica detectada.
- ¡Por fín!
- Advertencia la nave acumula energía en el hiperhimpulsor.
En unos segundos la lanzadera saltaría al hiperespacio y la perdería para siempre. Cambió el selector de armas de laser a torpedos. El segundo y medio que tardó el sistema de puntería en
centrar el blanco se le hizo eterno. Disparó al tiempo que la lanzadera empezaba a acelerar para entrar en el hiperespacio. Por un instante creyó que había tardado demasiado, pero finalmente los torpedos impactaron en la nave deshabilitándola.
- No vais a ninguna parte. – susurró Ronin aliviado.
El resto de las naves piratas habían huido o estaban destruidas. Lanzaderas cargadas de soldados de asalto aterrizaban en la plataforma a fin de reclamarla en nombre del Imperio. Las minas también habían desaparecido, así que por fin reinó la calma.
Ronin echó un vistazo a la pantalla táctica y localizó una nave.
- Menos mal. – susurró mientras abría un canal de comunicaciones. – ¿Jefa, sigue conmigo?
- Sí. Aún puedo volar. – respondió Keyna.
- Me alegro Jef... Quiero decir, Líder Delta. – dijo recuperando la compostura. – Gracias por salvarme el culo.
- Bah, para eso me pagan. Pero mi caza ha quedado casi inservible. Me parece que me voy a quedar con el tuyo.
- Bantha poodoo.
- ¿Qué has dicho?
- Que será un honor cedérselo.
- Seguro que sí.
En ese momento Ronin tuvo un mal presentimiento. Sus ojos se centraron en su pantalla táctica, delta 9 avanzaba a velocidad de ataque y disparando hacia la lanzadera que donde se ocultaba el traidor imperial.
- Delta 9, ¿qué haces? La batalla ha acabado.
- Esa escoria pirata ha matado a Jenkis, a Delta 8. Se van a enterar. - Negativo delta 9, esa nave va a ser capturada, cesa tu ataque.
- ¡Lo van a pagar!
Delta 9 siguió disparando, aunque afortunadamente se trataba de un piloto mediocre y la furia que sentía no le ayudaba a centrarse, pero pronto acabaría teniendo suerte. Ronin, apuntó las armas de su caza hacia Delta 9 y desconectó el sistema amigo/enemigo, que impedía que un piloto dispara por accidente a uno de sus compañeros. Respiró hondo y disparó... Un torpedo de protones alcanzó a Delta 9, cuya nave quedó a la deriva y totalmente deshabilitada.
- ¡Delta 4! ¡Que demonios haces! Has disparado a uno de los tuyos. – gritó el teniente Brenson por el comunicador.
- Lo siento señor, yo...
- ¡Vuelva inmediatamente al hangar del Nexu y prepárese para un consejo de guerra!

11/15/2019

Decimo cuarta entrega del podcast: La casa rural al final de la cuesta.

Nuevo relato, una vez más de terror y con esto completo una improvisada trilogía. Última de mis anecdotas originadas en mis locas vacaciones de verano, no quiero ni pensar en como serán las vacaciones de Navidad. El protagonista de la Jungla de Cristal, va a ser un aficionado a mi lado.

Como siempre la versión en audio:

Y la versión impresa :

Marcos volvió a consultar el GPS del móvil, pero en aquella zona montañosa, con tan poca cobertura, su precisión era bastante precaria. De cualquier manera, estaba casi seguro de que no se había perdido. Sin duda estaba en la carretera correcta. Seguramente el desvío que llevaba a la aldea que estaba buscando, debía de estar un poco más adelante. Siguió conduciendo hasta que llegó a un pueblo, donde le confirmaron que se había pasado el la aldea que buscaba y que debía volver por donde había venido unos dos kilómetros. 

Dio la vuelta al coche y esta vez ignoró al descompuesto GPS y prestó más atención al camino. Al poco tiempo vio una diminuta y descolorida señal, que la primera vez había pasado por alto, la cual señalaba la ruta correcta. Se trataba de una calzada mal señalizada y peor asfaltada, que, a pesar de ser de doble sentido, no parecía ser capaz de albergar dos coches. 


Marcos condujo su vehículo por aquella angosta carretera. Afortunadamente no parecía que hubiera nadie más circulando por allí, tras un buen rato divisó un nuevo desvío que desembocaba en un conjunto de casas, ubicado en la ladera de la montaña. La primera casa que se encontró, era el clásico bar de pueblo, con una explanada junto a la entrada que hacía las veces de parking.
Pensó en entrar a pedir indicaciones, pero parecía estar cerrado a cal y canto. El camino ascendía por una pronunciada pendiente y las casas que conformaban la aldea estaban alineadas a ambos lados de la carretera, que hacía las veces de calle principal y única de aquella minúscula población. Un cartel anunciaba que el nombre de la aldea era “La Cuesta”. Lo que parecía un nombre apropiado, teniendo en cuenta lo escarpado de la pendiente que empezaba justo detrás del bar. 


Marcos suspiró satisfecho, sin duda se trataba del lugar que buscaba, alguna de estas casas de piedra tenía que ser la casa rural que había alquilado para pasar la noche. Según las fotos que había visto por internet, iba a alojarse en una gran casa de dos plantas. Había sido reformada para que cada planta fuera una vivienda independiente. Él había alquilado la planta baja, que constaba de un salón dormitorio, con cocina americana y un pequeño baño con plato de ducha independiente. Por lo que había podido ver, nadie había alquilado la planta superior, lo que le garantizaba una noche tranquila, cosa que agradecía. Pues su intención era aprovechar para desconectar de todo y dormir al menos ocho horas del tirón o mejor aún doce. 


Volvió a revisar las fotos que se había descargado de internet a fin de reconocer la casa cuando la viera. En una de ellas se podían apreciar unas maravillosas vistas desde lo alto, por lo que supuso que la casa rural debía de estar en la parte alta de la aldea.
La única persona que parecía haber a la vista era un niño de unos siete años, tenía la tez sonrosada, el cabello tan oscuro como una sombra, y vestía ropas a juego con el color de su pelo. Llevaba en brazos un pequeño gato de pelaje níveo, el cual ronroneaba al ritmo de las caricias de su dueño, quien canturreaba una canción infantil.


“Sal a jugar, 

a jugar,

ven a bailar,
a bailar, 
a la luz de la luna,

esta canción de cuna,

pues él ha venido a llevarse,

a llevarse tu alma de farsante”.

Marcos pensó en pedirle ayuda, pero finalmente desechó la idea. Así que enfiló la carretera y empezó a ascender por la estrecha pendiente. Fue fijándose en las casas, pero ninguna coincidía con la de la foto. Tras un buen rato de ascenso, decidió parar en la entrada de una de las viviendas y preguntar. 


Arrimó el coche al borde del camino tanto como pudo y se bajó en busca de los dueños. 


No le hizo falta llamar a la puerta, puesto que un perro empezó a ladrar frenéticamente. Era algún tipo de perro pastor, que Marcos no pudo identificar. No se trataba de un animal especialmente grande o de aspecto peligroso, pero el tono de sus ladridos era de clara amenaza. 


Afortunadamente y a pesar de no estar atado, parecía conformarse con ladrar desde lejos. De pronto, se abrió la puerta de la casa y por ella salió una señor de edad indeterminada. Era bajito y delgado, pero su postura y movimientos transmitían fuerza y determinación. 


- ¿Qué dezea? – preguntó el hombre, alzando la voz para hacerse oír por encima de los ladridos del perro.
- Buenas tardes. - ¡Zilencio! 


Marcos tardó un momento en darse cuenta de que la orden no iba para él sino para el chucho, quien dejó de ladrar inmediatamente. Hizo lo que pudo por recuperar su aplomo y volvió a empezar. 


- Buenas tardes.
- Buenaz tardez. Buzca la caza rural, ¿cierto?
- Eh, pues sí. – respondió Marcos sorprendido. – Supongo que todos los turistas nos perdemos, ¿verdad?
- Zin duda. – respondió con firmeza. - La caza está un poco máz arriba. Ez aquella– dijo señalando con el dedo a la cima de la montaña. 


Marcos aguzó la vista y por fin pudo divisarla. 


- ¡Ah, estupendo!
- Aunque me zorprende un poco, hace poz lo menoz un año que nadie alzuila eza caza. Creía que eztaba cerrada.
- No sé qué decirle, yo he hecho la reserva sin problema. En fin, pues gracias por todo y...
- ¿Te han dado la llave?
- ¿Cómo?
- La llave de la caza, ¿o como pretendez entrar zino?
- Pensaba que el dueño estaría en la casa.
- No. – respondió secamente – La llave te la danz en el bar.
- ¿Se refiere a aquel de allí abajo? ¿El que está en entrada del pueblo? – dijo Marcos señalando al bar que había dejado atrás.
- ¿Azaso hay otro?
- Supongo que tendré que volver por donde he venido. 


Echó un vistazo a la carretera, preocupado por el poco espacio disponible. 


- Perdone, ¿sabe si hay alguna rotonda o algo similar para dar la vuelta al coche?
- ¿No te atrevez a bajar marcha atráz? – preguntó la señora con un tono entre sorprendido y divertido.
- Pues la verdad es que preferiría no tener que hacerlo. – replicó Marcos con sinceridad. 


El hombre meditó sobre ello un momento con gesto desdeñoso, que dejaba clara su opinión sobre los conductores foráneos. 


- Hay una cuzva más azelante. – dijo al fin – donde la cazetera se enzancha. 

- Gracias. 

Supongo que tendré que apañármelas con eso. La señora se dio la vuelta sin esperar ni dar ninguna despedida, nada más cerrarse la puerta de la casa, el perro volvió a ladrar. 

Marcos se dio la vuelta y subió con el coche, hasta que encontró la curva que le habían indicado, le llevó un buen rato de maniobras dar la vuelta. Entre giro de volante y giro de volante, lo vio. Al borde de la carretera, vislumbró al niño de antes. De pie, sonriendo con malicia, mientras acariciaba a su gato. Al ver que Marcos lo miraba, empezó a cantar: 

“Sal a jugar, 

a jugar, 
ven a bailar, 
a bailar, 
a la luz de la luna, 
esta canción de cuna,
pues él ha venido a llevarse,
a llevarse tu alma de farsante”.


Por fin logró dar la vuelta del todo y se apresuró a bajar hasta la puerta del bar. Aparcó en la explanada. El bar seguía cerrado a cal y canto, llamó a la puerta, pero la respuesta vino de su espalda. 


- ¿Vienes a la casa rural? – dijo una voz conocida. Se dio la vuelta, el niño seguía allí, con su gato ronroneando. ¿Cómo demonios había bajado tan deprisa? Era imposible que hubieran llegado a la vez por mucho que hubiera corrido. ¿Tal vez existía un atajo? O a lo mejor es que no se trataba del mismo niño, a lo mejor tenía un hermano que se vestía igual y tenía otro gato idéntico. 


- ¿Se te ha comido la lengua el gato? – volvió a preguntarle el crío con una risita. El gato de su regazo se relamió, como quien anticipa un bocado jugoso.
- Sí. – respondió por fin Marcos – Quiero decir que vengo a la casa rural.
- Espera ahí. - El niño se puso bajo una de las ventanas del bar. Todas ellas estaban cerradas y con las persianas bajadas. - ¡Abuela! – gritó – ¡Ha llegado! 


La persiana se levantó y la ventana se abrió, una anciana se asomó y miró con severidad a Marcos. Asintió con la cabeza y volvió al interior de la casa sin decir palabra. Marcos se quedó sin saber que hacer, volvió la cabeza, para hablar con el niño, pero esta había desaparecido. 


Un instante después, la puerta del bar se abrió de par en par, y la anciana apareció en el umbral, acompañada del chaval y el sempiterno gato.
- Pase. – le dijo la anciana – Le daré la llave.
Marcos entró, el bar se encontraba en semipenumbra, fue hasta la barra, donde la anciana le tendió un formulario y una llave acoplada a un llavero de madera, con forma de cabeza de lobo.
- Rellene esto con sus datos.
Mientras Marcos rellenaba el formulario de alojamiento, decidió recabar un poco de información.
- ¿Qué horario tiene este bar?
- ¿Horario? ¿Para qué queremos un horario?
- Esto, si no tienen un horario, ¿cómo sabe la gente cuando está abierto?
- Muy simple. – respondió con un tono desdeñoso, como si la respuesta fuera totalmente evidente. - Se pasan por aquí y si la persiana metálica está subida, es que el bar está abierto.
- Ya veo. Si no es indiscreción. ¿Tiene pensado abrir esta noche? La anciana lo miró con rencor.
- Es que había pensado cenar algo aquí.
- Yo no sirvo cenas. Ni comidas.
- ¿Y desayunos?
- Solo café.
- ¿Ni una mala tostada o un triste bollo?
- Café, aunque puedo ponerle un chorrito de leche si quiere. – dijo con tono magnánimo.
- Comprendo. ¿Me pone al menos un refresco?
- Si, pero tendrá que tomárselo aquí, no tengo botes para llevar.
- Olvídelo. – dijo decidido a no perder el tiempo del recomendable. – ¿Le importa si dejo el coche aquí? 


La anciana se limitó a encogerse de hombros. El niño respondió. 


- Claro que puedes dejarlo aquí. Esa explanada es un parking, pero ¿Vas a subir andando hasta la casa?
- Sí, me apetece hacer ejercicio.
El chaval se rio con ganas, mientras la anciana le daba la llave.
- Mañana, si se va de aquí, deje la llave en la cesta que hay en la puerta. 


Marcos fue hasta el coche y sacó su mochila con el equipaje del maletero, mientras se preguntaba, qué había querido decir la señora con aquello de “si se va”. Finalmente inició el empinado ascenso. Sabía que el niño le observaba, podía oír su risa desagradable a su espalda. Apretó el paso para demostrar que aquella ascensión no era nada para él. Pronto empezó a brotar el sudor que le caía a chorros por la cara y el corazón le latía con fuerza en el pecho, pero no estaba dispuesto a reconocer que se había equivocado. Finalmente llegó a la casa. 


Tras pelear un rato con la cerradura logró entrar, la estancia era tal y como aparecía en las fotos y parecía estar limpia. Con un suspiro dejó la maleta en el suelo. Las vistas desde la ventana eran espectaculares, la casa rural estaba situada en la parte más alta de la aldea, justo en el pico de la montaña, por lo que se dominaba todo el paisaje de los alrededores. Montañas cubiertas de árboles, con un río serpenteando entre dos montes cercanos. Tras un rato de admirar las vistas, Marcos sintió la punzada del hambre. En ese momento se dio cuenta de que había cometido un error. No se había traído comida de ningún tipo. Abrió la nevera y los armarios de la diminuta cocina, con la esperanza de que algún huésped anterior hubiera dejado olvidadas, parte de sus provisiones. Pero no tuvo esa suerte. 


En aquella aldea perdida de la mano de Dios, no había ninguna tienda y la dueña del bar ya le había dejado claro que allí no le servirían nada de comer. Por lo que la única solución era volver a bajar hasta el coche y buscar un supermercado en algún pueblo cercano. 


Empezó a bajar la cuesta mientras maldecía su falta de previsión, unas horas antes había estado comiendo en un pueblo que tenía de todo, restaurantes, supermercados, bares con horarios regulares y que servían comida para llevar... Lo peor era que, tras estudiar cuidadosamente el mapa, llegó a la conclusión de ese pueblo era el sitio más cercano donde adquirir comida. 


Al llegar al coche, pudo ver como el niño le observaba desde una ventana, sin parar de sonreír y de acariciar a su gato. Justo antes de entrar en el vehículo, la escuchó empezar a cantar su odiosa canción. 


“Sal a jugar, 

a jugar,

ven a bailar, 
a bailar, 
a la luz de la luna,

esta canción de cuna,

pues él ha venido a llevarse,

a llevarse tu alma de farsante”

Tras conducir un buen rato, Marcos llegó de nuevo al pueblo. Mientras buscaba el supermercado, pasó por delante de un hostal con pinta de ser muy agradable. Estuvo tentado de pasar la noche allí, aunque ya hubiera pagado la reserva en la casa rural, pero recordó con tristeza, que había dejado la maleta en aquel maldito lugar. Tras comprar víveres volvió a la aldea, al llegar al bar, que seguía cerrado, pensó en subir con el coche hasta la casa, pero en ese momento vio a un coche que bajaba a toda velocidad por la cuesta. Estuvo seguro de que, si se hubiera cruzado con ese coche en mitad de la cuesta, se hubiera estrellado con él. ¿Cómo podía la gente conducir a esa velocidad por un camino tan peligroso? 


Finalmente se dio por vencido y aparcó el coche en la explanada junto al bar y subió andando. El niño lo observaba riendo desde su ventana. 

El sol se ocultaba tras las montañas cuando Marcos llegó resoplando a la puerta de la casa. Cenó viendo el anochecer, en la misma puerta, ya que el dueño había dejado una silla y una mesa de camping justo a la entrada. 


En cuanto la oscuridad se adueñó de los alrededores, la luna llena se alzó en el cielo y un viento frío empezó a soplar entre los árboles. Al pasar entre las ramas, empezó a emitir un sonido rítmico, casi como el de una canción. 


“¿Qué era aquello?” – se preguntó Marcos – “¿Acaso estoy escuchando la aborrecible canción de ese crío siniestro?”. Trató de convencerse de que la había escuchado tantas veces, que se le había grabado en la memoria y que su cerebro era quien la repetía sin cesar. Pero cada vez se escuchaba más alta y fuerte. Trató de discernir si el niño estaba cerca, pero estaba demasiado oscuro para poder verla. La canción parecía ejercer algún tipo de poder
hipnótico sobre Marcos, pues antes de darse cuenta se había levantado de su silla y empezado a caminar en la dirección en la que parecía venir la voz. Tuvo que hacer un esfuerzo considerable para resistir el impulso que le impelía a caminar hacia delante. Por fin consiguió cambiar de dirección y entró corriendo dentro de la casa. Cerró inmediatamente con llave. 


Fuera, la canción sonaba cada vez más fuerte, convirtiéndose en una especie de hechizo diabólico. No importaba cuan fuerte se tapara Marcos los oídos. La canción rebotaba en cada rincón de su cerebro. 


El impulso de abrir la puerta y correr al exterior de la casa era tan poderoso, que Marcos se abrazó con todas sus fuerzas a un pesado mueble de madera. Tenía la impresión de que, si se soltaba saldría disparado, como si estuviera en medio de un tornado. Cerró los ojos, se aferró con brazos y piernas a la sólida madera, mientras gritaba: ¡Vete! ¡Fuera! ¡Déjame en paz! Lo repetía una y otra vez como si fuera un mantra. 


Cada segundo se volvió una tortura, luchando contra la malvada influencia que le instaba a soltarse, a salir de la casa, a internarse en la abominable oscuridad. En no pocas ocasiones estuvo a punto de rendirse, solo la instintiva certeza de que si cedía, su alma estaría perdida para siempre, evitó que desfalleciera. 


Parecieron transcurrir un millar de años, pero finalmente la canción perdió fuerza y las tinieblas empezaron a remitir, al llegar el primer rayo de sol, el silencio se impuso al fin. Aún así Marcos tardó un tiempo en soltarse del mueble, había apretado con tanta fuerza aquella improvisada ancla, que sus uñas se habían clavado profundamente en la madera, la cual estaba manchada con su sangre.


Con mucho esfuerzo, logró ponerse en pie. Agarró su maleta y sin perder tiempo descendió la cuesta agradeciendo cada rallo de sol que se derramaba sobre él. Llegó sudoroso y sangrante hasta la puerta del bar, que permanecía cerrado a cal y canto. Esta vez no había ni rastro del niño y su demoníaca canción. Lanzó con rabia la llave a la cesta del pan, se subió a su coche y se marchó sin volver la vista atrás.

11/03/2019

Entremeses variados

Hola gente, he decidido publicar un cosilla ligera, a la que voy a llamar: "Los entremeses del Padawan", nada que ver con gastronomía, sino que más bien está relacionado con los entremeses del teatro. Es decir, una obra cómica, de corta duración, de un solo acto y que va intercalada entre los episodios de la obra principal, aunque normalmente no suele estar relacionado con esta.

Es tan solo un intermedio cómico, con el único objetivo de echar unas risas. Espero que os guste:

Versión audio:

Versión escrita:

Medianoche en el castillo del Doctor Soymalote. El primer doctor maligno asesor, quien en lugar de dedicarse a conquistar el mundo para sí mismo, proporciona hombres y equipo al resto de doctores
malignos, supervillanos, tiranos de pacotilla y similares, siempre, claro está, por un módico precio.


Esta noche está muy enfadado, porque las nuevas reformas que ha efectuado en su guarida maléfica, no han funcionado como esperaba. El doctor entra en su siniestro laboratorio del mal, donde su esbirro Aigor, trabaja sin descanso y como es tradición sin cobrar las horas extra.


- ¡Aigor!
- Siii, amo. En que puedo servirle.
- Estoy muy disgustado contigo. Has hecho una gran chapuza.
- ¿Chapuza maestro? ¿Podría ser más específico?
- Son esas malditas placas solares que has instalado. No funcionan, son una basura.
- ¿Se refiere a las que abastecen de energía a este laboratorio?
- Efectivamente. Como digo, la has pifiado. No funcionan. Son una basura.

- ¿Se refiere a las que abastecen de energía este laboratorio?
- ¡Efectivamente! Como digo, la has pifiado. ¡No funcionan!
- Pero amo, esas placas solares no las he instalado yo. Vino un técnico de la empresa Solarium S.A. ¿No se acuerda?
- Eeeeh. Eso es lo de menos, no funcionan. Arreglalo.
- ¿No sería mejor llamar a la empresa y pedirle que las revisen? Seguro que aún están en garantía.
- No me repliques y arréglalas. ¡Ya!
- Por supuesto amo, déjeme ver…. ¡Ajá! Las placas funcionan perfectamente, maestro.
- Error total. No funcionan. La prueba es que ahora mismo no están recogiendo energía.
- Bueno amo, es que es de noche. Las llaman placas solares por un motivo, ¿sabe?
- ¿Y bien? ¿Qué soluciones propones?
- ¿Esperar a que se haga de día?
- Inaceptable.
- A ver déjeme probar una cosa. Cambio esto aquí, esto allá…. Listo, ahora además de recoger energía solar, también recoge la lunar. ¿Contento?
- ¡No se haga el listillo, Aigor!

11/01/2019

Escuadrón Delta: Episodio V

Nueva entrega del Escuadrón Delta, esta vez mucho más culebrón que nunca. Espero que os guste.

Versión audio:

Versión texto:


 La cantina del Destructor Nexu estaba casi desierta. Según el horario de a bordo era demasiado temprano para los trasnochadores y demasiado tarde para los madrugadores.

Keyna entró hecha una furia. Venía de discutir, otra vez, con el comandante Cross. Y por su expresión se podía adivinar que la conversación no había ido nada bien. Echó un rápido vistazo entre las mesas, pero no vio a nadie conocido, así que se dejó caer en una silla vacía. Le hizo un gesto al droide camarero, que se acercó solicito.

- ¿Qué desea tomar? - le preguntó.
- ¿Tenéis vino blanco de Mirial? - preguntó con desgana, pues sospechaba la respuesta.
- No, señora. ¿Desea otra bebida?
- Pues vino tinto.
- ¿Tinto de Mirial?
- ¡Por supuesto! - contestó con esperanza.
- No tenemos vino de Mirial.
- ¿Entonces por qué me lo ofreces? - preguntó con rabia.
- No he hecho tal cosa.
- ¡Pero si me acabas de ofrecer tinto de Mirial!
- No, solo le he preguntado si al decir “vino tinto” se refería a aquel que proviene del planeta Mirial o por el contrario…
- ¡Olvídalo!
El androide se dio media vuelta para marcharse.
- ¿Pero a dónde vas?
- Usted me ha dicho que me olvide de su pedido, así que voy a atender a otros clientes y…
- ¡Tráeme un vino blanco! ¡Cualquier vino blanco!
- Sí, señora.

El androide se alejó. Keyna murmuró “ Ese droide me odia, seguro que lo hace a propósito.”
Volvió sus pensamientos a su problema más acuciante. Ronin había estado desobedeciendo órdenes, nada especialmente grave, y sin embargo… El escuadrón había estado haciendo varias misiones de escolta, protegiendo cargueros con mercancías y lanzaderas de pasajeros. Y en todas ellas, Ronin había escaneado a fondo varias de esas naves, a fin de saberlo todo acerca del cargamento y tripulación de estas. Lo que no dejaba de ser raro, puesto que, en su calidad de escolta los miembros del escuadrón Delta, tenían acceso a los inventarios completos de aquellas naves, a fin de saber cuáles eran los objetivos prioritarios en caso de un ataque pirata o de los rebeldes. Al principio había puesto la excusa de que estaba calibrando los sensores de su nuevo caza v-19. Pero aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Su tren de pensamiento se interrumpió al escuchar una música demasiado conocida.

-¡Venga ya! Esta noche el universo conspira contra mí.

En la cantina había una hologramola, sus bancos de memoria contenían literalmente miles de holovideos musicales de todos los estilos. Supuestamente tenía una programación inteligente, que podía encontrar el tema musical más adecuado en función de la hora, el tipo de clientela de la cantina, el ambiente… Pero debía de estar mal programada, porque casi siempre salían los mismos cinco temas. Todos los presentes, incluso los androides miraron con odio a aquel chisme musical.

- Tranquilos yo me encargo. - se trataba de Ayla, la mecánica encargada de la reparación de los V-19. La mujer se acercó a la hologramola, retiró la placa frontal de la misma y accedió a un panel de datos. Empezó a teclear instrucciones. - A ver, esto va aquí y eso va allí…. Vaya, me falta algo.- se quedó mirando al panel un segundo – Ah, sí. Falta un pequeño ajuste de la vieja escuela. - le dio un buen golpe al lateral y la música cambió. - ¡La vieja escuela nunca falla!

Todos aplaudieron. Ayla se levantó y vio a Keyna quien le hizo señas para que se acercara.

- Hola, teniente.- dijo saludando a Keyna.

Keyna la invito a que se sentara con ella.
- Con su permiso teniente.
- Por favor, estamos solas y fuera de servicio. - respondió Keyna – Así que si te parece bien, prescindiremos de los rangos.
- Por mí estupendo. - dijo la mecánica sentándose.
El androide camarero llegó con una copa de vino blanco. Keyna probó un sorbo y no pudo reprimir una arcada.
- ¿Qué es esto? ¿Tratas de envenenarme?
- Usted pidió, una copa de cualquier vino blanco.
- Pero está caliente, sabe raro y... ¿Qué eso que flota en mi copa?
- El vino blanco sullustano se sirve caliente y con trozos de curdum.
- Esto parece pis de bantha. ¿Tienes vino blanco frío y sin cosas flotando?
- Tenemos una cosecha de Blantack.
- Blantack es una colonia miraliana y has dicho que no tenías vino de Mirial.
- Pero es que no es de Mirial, sino de una colonia, es algo totalmente diferente.
- ¡Tráeme una copa de vino blanco, frío de Blantack!
- No hace falta gritar, señora. Enseguida se la traigo.
- Ya que vas para la cocina, tráeme una cerveza. - le pidió Ayla al droide. - Que esté bien fría.
- Por supuesto.
Al cabo de un rato, el camarero robótico volvió con las bebidas. Por fin Keyna pudo beber a gusto.
- Realmente lo necesitaba. Hoy ha sido un día asqueroso.
- Me he enterado de que ha ido a hablar con el comandante Cross acerca de Korso.
- Por decirlo suavemente. Me ha dicho que puedo ponerle a limpiar todas las letrinas e incluso darle un traje de vacío y sacarlo fuera a lustrar el casco de la nave, pero que  tiene que volar en todas las misiones. - En ese momento Keyna recordó que Ayla era buena amiga de Ronin y se cayó bruscamente. Pero tras pensarlo detenidamente decidió llegar al fondo del asunto.

- Algo no encaja. Ronin nunca había desobedecido una orden, siempre ha tratado de no destacar demasiado. Pero parece que últimamente no puede evitarlo.Desobedeció órdenes directas.
- ¡Vaya, que tarde es! - dijo Ayla. - Creo que es hora de irme a dormir y…
- No te has acabado la cerveza. - siguió Keyna. - Oye, tú conoces bien a Ronin. Ya erais amigos en la academia. Qué puedes decirnos de esto. ¿Se está volviendo loco o algo así?

Ayla, lo pensó bien antes de contestar.

- Kodos, quiero decir Ronin, es medio mandaloriano. Y como suele decirse los mandalorianos,  no van ni al baño sin…, bueno, ya sabe el resto. - echó una furtiva, aunque significativa mirada a una cámara de seguridad cercana. El gesto no le pasó desapercibido a Keyna, quien lo entendió a la primera “nos vigilan”.

Ayla apuró de un trago su cerveza.

- Bueno, ahora sí que es mi hora de ir a dormir. - la mecánica, saludó a sus compañeras de mesa y se marchó.

Keyna se quedó pensativa. ¿Qué habría querido decir Ayla? ¿Quién las vigilaba?  Más tarde, cuando estubo a solas en su cuarto, recibió un mensaje en su datapad. Estaba encriptado con un doble cifrado. Necesitaría un experto en códigos para poder descifrarlo. En ese momento, apareció en la pantalla una frase de seguridad. Si la completaba correctamente podría leer el mensaje. La frase era la siguiente: Los mandalorianos no van ni al baño sin… Keyna trató de hacer memoria, esa frase la había escuchado antes. Sí, se la había dicho el propio Ronin en una ocasión. ¿Cómo era el final de la frase? Finalmente tecleó en la pantalla, deseando no equivocarse. Si no escribía bien la respuesta a la primera, el mensaje se borraría para siempre. Un sonido de confirmación, le indicó que había tenido éxito, la frase completa era: Los mandalorianos no van ni al baño sin tener un plan.
El mensaje se desencriptó, decía lo siguiente: “Muelle de atraque 3. En dos horas.” Tras unos momentos, el mensaje se borró sin dejar el menor rastro electrónico. Dos horas más tarde Keyna llegó al muelle de atraque 3. Allí la esperaba Ayla.

- Siento el misterio, pero era necesario. - dijo la mecánica. - Alguien nos estaba vigilando por las holocámaras.
- ¿Quién lo hizo?
- Supongo que la misma persona que envió un cargamento, con piezas de repuesto para los V-19.
- Un momento. - Interrumpió Keyna. - Tenía entendido que no había llegado ningún cargamento y que tuvisteis que improvisar mucho y adaptar piezas de desecho para volver a poner esos cazas en marcha.
- Cierto, pero cuando estabamos a mitad de las reparaciones, llegó un cargamento en secreto, de un único transporte, a un hangar que casi no se usa. El comandante Cross en persona, me ordenó recibirlo en solitario y no contar nada a nadie.  Parecía muy enfadado con la situación, creo que el comandante obedecía órdenes.
- ¿Órdenes de quién? ¿Del general Ten Quo?
- No lo creo. Verás, con las piezas de repuesto venía un cilindro de códigos, no era militar, sino civil, pero tenía un nivel de autorización, muy pero que muy alto.

Los cilindros de código eran dispositivos de seguridad, que daban acceso a datos clasificados y en ocasiones se utilizaban para mandar órdenes. Todos los oficiales de alto rango tenían estos cilindros, pero era muy raro que los tuvieran los civiles, y mucho menos con un rango de autorización tan alto.

- En el cilindro venían instrucciones de instalar las nuevas piezas, se trataban de sensores mejorados y un holocomunicador cifrado en la nave de Kodos y solo en su nave. Por supuesto las órdenes eran confidenciales y no se podían comunicar a nadie.
- Supongo que el holocomunicador es para darle órdenes. Por eso escaneaba las naves. Le han ordenado que busque algo.
- Eso creo. Teniente, a Kodos le han puesto en una posición imposible. No puede desobedecer tus órdenes, pero tampoco las que le está dando…. No sé quién está detrás de todo esto, pero tengo un mal presentimiento.

10/06/2019

Decimotercera entrega del Podcast: El Mastín

Nuevamente y por petición popular, un relato de miedo. Un hombre solo y medio perdido en un paraje agreste, donde casi cualquier cosa puede pasar y a menudo pasa.

Aquí en formato audio:

Y aquí la transcripción:

La carretera se extendía sinuosamente entre las montañas y acantilados. Se trataba de una estrecha calzada de un único sentido, donde malamente cabía un coche. A la derecha bostezaba un profundo abismo, cubierto de oscuras sombras y a la izquierda se alzaba una pared de roca viva, tan abrupta, que acentuaba aún más la estrechez del camino que la bordeaba.
A pesar de que lucía el sol, la ruta era tan revirada que era imposible ver más allá de cinco metros, lo único que podía contemplarse con facilidad era la impresionante caía que aguardaba al conductor descuidado. La carretera carecía de vallas o quitamiedos, por lo que lo único que separaba a los coches de un fatal destino era una ralla de pintura blanca que señalaba el linde del carril y un minúsculo arcén de apenas 8 centímetros. La carretera era tan estrecha que Miguel, no concebía que pudiera circular por ahí, nada más grande que una furgoneta pequeña. Afortunadamente, parecía ser el único que circulaba por aquel camino, cosa que agradecía tremendamente.
La carretera era tan empinada que el coche de Miguel no podía pasar de segunda y en ocasiones se vio obligado a meter primera. Por un lado, lo agradecía, ya que eso le obligaba a él y a cualquiera a conducir muy despacio, pero por otra parte no podía evitar pensar en lo que pasaría si le fallaran los frenos.
Había sido idea suya viajar solo por aquellos parajes, evitando las grandes ciudades. Quería conocer los remotos pueblos de montaña, diminutas aldeas con apenas una docena de habitantesl. Deseaba huir del bullicio de las rutas turísticas y había evitado todos los pueblos famosos. Había tenido más éxito del que jamás hubiera imaginado, la mayoría de las localidades que veía, no estaban reflejadas en el GPS del móvil, el cual parecía ignorar su existencia. De hecho, la mitad del tiempo no le servía de mucho, ya que en aquellas montañas no había apenas cobertura y tendía a volverse loco o se desconectaba directamente.
Incluso compró un mapa de carretera en una desvencijada gasolinera, pero la situación no mejoró demasiado, Miguel era hijo de la tecnología, y los viejos mapas en papel le resultaban totalmente ajenos, por lo que no le ayudaban a orientarse.
De pronto, al pasar una curva especialmente pronunciada, vio un inmenso mastín tendido cuan largo era en la carretera, totalmente inmóvil. Pegó un frenazo brusco y el coche patinó unos metros, hasta quedarse a muy poca distancia del perro. El animal no se movió en absoluto, se trataba de un enorme ejemplar, incluso para esa raza de perro que no suelen ser pequeños. Su pelo era largo y del color de la arena del desierto al atardecer. Tenía los ojos cerrados y no parecía respirar en absoluto.
Miguel dudó, seguramente el perro estaba muerto, aunque no parecía haber sido atropellado, tal vez había muerto de un ataque al corazón o algo así, porque desde luego no parecía herido, ni famélico. El mastín ocupaba casi todo el ancho de la calzada y no había forma de rodearlo con el coche y Miguel se negaba a pasarle por encima, así que echó el freno de mano y encendió los intermitentes de emergencia, mientras rezaba mentalmente para que ningún otro coche apareciera, pues estaba en una posición tan mala, que seguramente no le verían hasta estar prácticamente encima de él.
Buscó el chaleco reflectante y mientras se lo ponía notó que el coche se movía hacia atrás, de forma lenta pero inevitable, hacia el abismo que se abría a sus espaldas. La pendiente era tan pronunciada, que el freno de mano era incapaz de retener del todo el coche, el cual se deslizaba sin remedio.
Aterrado, pisó el pedal del freno y tiró con más fuerza del freno de mano subiéndolo todo lo que pudo. El vehículo se detuvo peligrosamente cerca del borde del precipicio. Torció las ruedas, paró el motor y dejo metida la primera marcha. De momento el apaño parecía aguantar, pero Miguel salió rápidamente del coche y buscó por la pared de roca, tras unos instantes encontró una piedra grande, co las que apuntaló una de las ruedas.
Una vez tuvo asegurado el coche, se acercó al enorme perro. Tenía pinta de pesar mucho, y no estaba seguro de poder moverlo, pero al menos tenía que intentarlo. Se puso en cuclillas y extendió los brazos hacia el animal y justo cuando sus dedos rozaron su pelaje, el mastín abrió repentinamente los ojos. Miguel se asustó tanto que saltó hacia atrás y acabó cayendo de culo al suelo.
Poco a poco, con infinita calma, el perro alzó la cabeza y clavó sus ojos de color avellana en el humano que había osado a perturbar su sueño. El enorme can le miró con gesto desdeñoso, pero se puso lentamente en pie, y empezó a caminar carretera abajo.
Miguel trató de apoyar las manos en el suelo, para coger impulso y levantarse también, pero sus manos solo hallaron el vacío. No se había dado cuenta de que, al saltar atrás y caerse, se había quedado al mismo borde del precipicio. Al no encontrar un asidero, estuvo a punto de perder el equilibrio y sumirse para siempre en el olvido. En un movimiento desesperado, se agarró con fuerza los muslos de las piernas y echó su cuerpo hacia delante, impulsándose con todas sus fuerzas, consiguió rodar hacia delante, alejándose del peligro.
Se quedó un rato tendido en la calzada, tal y como lo estaba antes el mastín, pues le temblaba todo el cuerpo y sus piernas eran incapaces de sostenerle. Podía sentir claramente los latidos de su corazón desbocado en su pecho. Empezó a respirar profundamente, hasta que logró tranquilizarse, su pulso volvió a la normalidad y dejó de temblar.
Por fin, logró ponerse en pie. Tras reunir valor, se dio la vuelta. Aún estaba bastante cerca del borde.
De pronto sintió como le empujaban con una fuerza descomunal, Miguel se precipitó hacia el inmenso vacío mientras trataba inútilmente de aferrarse al aire.
El gigantesco mastín le observaba desde lo alto de la carretera, mientras Miguel se precipitaba rápidamente hacia el abismo y desapareciendo para siempre entre las sombras, con un aullido desgarrador.
Tras un largo rato, el perro se acercó al abandonado coche y con un movimiento certero de su enorme pata, mandó la piedra que aseguraba la rueda, rodando hasta más o menos el mismo sitio donde estaba cuando Miguel la recogió. El coche empezó a deslizarse a cámara lenta hacia el precipicio. Tras una eternidad terminó cayendo por la ladera de la montaña. Nada quedó del automóvil o de su dueño, era como si hubieran caído directamente al último círculo del infierno.
El mastín se quedó inmóvil durante horas, finalmente alzó una oreja al percibir el ruido de un motor de coche que subía por la carretera. Con paso lento pero firme, se dirigió a su lugar en la curva, se tendió cuan largo era y cerró los ojos, ocupando todo el ancho de la calzada.

9/28/2019

Entrega especial del podcastdrama: Tomas falsas Volumen 1.


El equipo de colaboradores que realizan este podcastdrama es maravilloso y para ser amateurs lo hacen francamente bien, pero nadie es perfecto y todos (yo el primero) cometemos pequeños errores.
Este episodio se lo dedico a todos ellos con todo mi cariño, y espero que no me maten porque no les he avisado de antemano de que lo iba a subir.

Espero que lo disfrutéis.


9/23/2019

Escuadrón Delta: Episodio IV

Nueva entrega de vuestro Podcastdrama favorito. Con una nueva incorporación al elenco de voces, Luci, a quien doy las gracias, además de los habituales, Pepita Parker, Isa y DarkCrow.

Espero que lo disfruteis.

En audio:

Y en texto:

Los tres cazas V-19 que habían sido asignados al escuadrón Delta, descansaban sobre el
suelo del hangar. Estaban recién re-acondicionados por los mecánicos. Había sido un
trabajo arduo, los técnicos tuvieron que improvisar, ya que no disponían de todas las
piezas de recambio necesarias, por lo que les tocó adaptar otros componentes como
mejor pudieron. Aún así, habían conseguido dejarlos operativos en unas pocas semanas.
Ronin no había podido volar en ese tiempo, ya que había destrozado su caza tie en los
últimos entrenamientos, debido a una arriesgada maniobra que le permitió no ser
expulsado del escuadrón. Si bien, había contado con algo de ayuda de Keyna, la líder
Delta. El piloto aprovechó el tiempo de inactividad con sesiones intensivas en el simulador
de vuelo, el cual había sido configurado para emular las particularidades del caza V-19.
Finalmente había llegado el día de probar la nueva nave. En los últimos tiempos, un grupo
conocido como La Rebelión, se había dedicado a atacar los convoyes de suministro de
combustible. De esta forma lograba aprovisionar sus propias naves del preciado fluido
que precisaban para funcionar, al tiempo que dejaban al Imperio sin suministros. La
Rebelión estaba declarado por el Imperio como un grupo terrorista y paramilitar. Fanáticos
que trataban de sembrar el caos y la destrucción, amén de restaurar la corrupta Antigua
República.
El alto mando del Sector Yucrales, donde estaba ubicado el Destructor Nexu, había
decretado escoltar todos los envíos. Las minas de combustible, se encontraban en un
cinturón de asteroides. Por supuesto la misión de protegerlo recaía en los escuadrones
Alfa, Beta y Gamma. El Delta tenía la misión de escoltar a un segundo grupo de
cargueros, que transportaban otros minerales que también procedían de las minas, pero
que tenían mucho menos valor económico y estratégico.
Ronin se acercó al que a partir de ahora iba a ser su caza y lo contempló con
detenimiento. Cuando los encontraron, los cazas llevaban los colores y emblemas de la
Antigua República, cosa totalmente inaceptable para el comandante Cross, por supuesto,
tuvieron que repintarlos con los colores del Imperio: gris, blanco y negro, dándoles un
aspecto siniestro.
- ¡Hola! – le saludó alguien desde la cabina.
Se trataba de Ayla Darnik. Una talentosa mecánica, que había supervisado la restauración
de los cazas. Ronin había coincidido con ella en la academia de pilotos, pues al principio
ella optaba a ese puesto, pero tras un aparatoso accidente de vuelo, había decidido
cambiar su vocación.
- ¡Hola! -respondió Ronin -¿Ya está lista esta preciosidad?
- Sí. – dijo con un tono de voz serio – Ya está todo apunto. Sobre todo los sensores y
comunicaciones.
Ella lo miró esperando algún tipo de reacción a su comentario.
- No sabes de que te hablo, ¿verdad? - dijo Ayla. - Ahora me dirás que no tienes ni idea
de porqué me han ordenado hacerle algunas modificaciones en secreto solo a tu caza.
- ¿Modificaciones secretas? ¿Qué modificaciones secretas? ¿Quién …?
- Por ahí viene Keyna. – le interrumpió Ayla con un susurro. - ¡Hola teniente! Los V-19
están listos y a su disposición.
- Estupendo. – dijo Keyna. Miró con ojos inquisitivos a Ronin y Ayla. - ¿He interrumpido
algo?
- Solo le estaba recordando a Kodos que, si destroza otro caza, yo misma le echaré al
espacio por la escotilla más cercana. – Ayla hizo un saludo militar y se retiró a supervisar
el resto de cazas.
- ¿Kodos? – repitió la líder Delta.
- Es mi nombre, Kodos Klovys Kolt , mitad alderaniano, mitad mandaloriano, todo corazón.
Lo de Ronin es un mote que me pusieron en la academia de vuelo.
- A ver si adivino, tu madre era una pacifista de Alderaan y tu padre un guerrero
Mandaloriano.
- Más bien al revés.
- Ya veo. Bueno, basta de cháchara. Es hora de ganarse el sueldo. Y recuerda, si rompes
este caza, Ayla no tendrá que lanzarte por esa escotilla, porque lo haré yo.
Todos los pilotos fueron hacia sus cazas. Keyna había preferido quedarse con caza tie,
había combatido en varias batallas con aquella nave, y creado un vínculo con ella.
Ronin examinó atentamente su nuevo caza, y empezó a darse cuenta de lo que había
tratado de explicarle Ayla. Los sensores de la nave habían sido mejorados, y además del
comunicador estándar que había en todas las naves imperiales, habían instalado un
holocomunicador cifrado. Estaba bloqueado de manera que solo podía recibir
transmisiones, pero no emitirlas. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Quién había ordenado
hacer aquello? Obviamente no había sido Keyna, y seguramente tampoco el Comandante
Cross. ¿Quién entonces? Y más importante. ¿Por qué? Sospechaba que pronto lo
averiguaría.
El escuadrón despegó del hangar y se desplegó en formación, delante y detrás de los
cargueros.
- Formación cerrada. - ordenó Keyna – No os desviéis de la ruta, sino queréis que los
asteroides os conviertan en puré de Bantha.
El escuadrón, así como los cargueros se apiñaron. Las rutas dentro del cinturón de
asteroides eran seguras, pero también muy estrechas. Desviarse, aunque solo fuera un
poco, suponía estrellarse contra una roca gigantesca.
- Recordad.- continuó Keyna. - El punto de salto al hiperespacio está solo a 2 clicks de la
salida del campo de asteroides. Estad atentos.
- Recibido mi teniente. - respondió Yula San. Yula era una vieja amiga de Keyna,
prácticamente se podía considerar como su mentora. Le había enseñado como sobrevivir
y ascender en un lugar tan corrupto y machista como era el Imperio. Keyna la había
ascendido al puesto de Delta 2, en cuanto la nombraron lider del escuadrón. - ¡Vamos
Deltas! ¡Demostremos de qué estamos hechos!
Las naves zizaguearon entre los asteroides con rapidez. Rápidamente alcanzaron la
salida y pusieron rumbo directo al punto de salto. Ahora que tenían suficiente espacio
libre, los cazas se abrieron un poco para poder maniobrar mejor y poder proteger a los
cargueros. El avance era muy lento, ya que las naves de carga, 14 cargueros pesados, de
la clase H, no estaban diseñadas para alcanzar grandes velocidades.
De pronto, lo que más había temido Ronin desde que se sentó en la cabina de su caza,
ocurrió. El holocomunicador cifrado se activó. Estaba recibiendo una llamada. Un
holograma de unos diez centímetros se desplegó sobre el panel de mandos del V-19. Se
trataba de un hombre, que vestía un uniforme de oficial. A Ronin le costaba trabajo
distinguir los detalles, debido al escaso tamaño y definición del holograma, pero estaba
casi seguro de que no llevaba ninguna insignia que identificase el rango de su interlocutor.
- Cadete Kodos. - dijo la figura del holograma. - Me alegra conocerle al fin.
- No se ofenda señor, pero… ¿Quién es usted?
- Puedes llamarme Raymius. A partir de hoy le asignaré algunos objetivos adicionales en
sus misiones. Deberá cumplirlos, aunque esto no anula el resto de los objetivos de la
misión. ¿Queda claro?
- Si, señor, pero deberé informar a la Jefa, quiero decir, a la Lider del Escuadrón y…
- No será necesario. Mi código de autorización será suficiente.
Una transmisión cifrada de códigos de autorización llegó a la computadora de la nave.
- Código de autorización THX-1138. - anunció la computadora.- Código validado. Prioridad
Aurabesh.
Ronin sintió un nudo en el estómago. El código no era militar y sin embargo tenía una
autorización mucho más alta que la del mismísimo comandante Cross. Tal vez incluso
mayor que la de un Almirante.
- Bien. Su objetivo adicional. – continuó Raymius- Es escanear a fondo todos los
cargueros, no basta un análisis superficial, debe descubrir exactamente todo lo que
transportan: carga, tripulación... todo. Si alguno de los cargueros lleva algo que no esté en
el manifiesto oficial, tendrá que informarme a mí y solo a mí.
- Sí, señor.
- Y recuerde, estos objetivos son confidenciales, así que no deberá hablar de ellos con
nadie.
La transmisión se cortó abruptamente. Ronin examinó la situación de las naves. Todo
estaba tranquilo, el convoy seguía su curso lentamente, pero la distancia hasta el punto
de salto al hiperespacio no era muy grande y ya habían recorrido más de la mitad del
trayecto. Aún tenía que examinar 14 cargueros, no tenía mucho tiempo. Manipuló los
sensores de la nave y escaneó el más cercano. Mientras le pedía a la computadora que
comparara las lecturas que obtuviera con el manifiesto de carga. A pesar de los nuevos
sensores, solo pudo obtener una lectura superficial. Los cargueros pesados eran
inmensos y si quería examinarlos a fondo, tendría que acercarse mucho, hasta la posición
punto cero. Con una maldición ahogada, desvió la energía auxiliar a los motores. El caza
V-19 salió disparado hacia delante.
El caza de Ronin pasó rozando el casco del primer carguero. Los sensores obtuvieron
una lectura completa.
- Coincidencia con el manifiesto del 100%. - anunció la computadora.
Rápidamente cambió el curso hacia el segundo carguero.
- Distancia hasta el punto de salto, cero punto cuatro cliks. - dijo Keyna por el
comunicador. - Vamos escuadrón, ya casi estamos.
Ronin aceleró aún más, a pesar de que pasar tan cerca de los cargueros a esa velocidad,
podría traducirse en un choque catastrófico. Pero no tenía otra opción, en cuanto
alcanzaran el punto de salto, los cargueros pasarían a la velocidad de la luz y Ronin no
podría terminar su misión.
Pasó rozando un carguero tras otro, mientras rezaba para que ninguno alterara su rumbo.
- ¿Qué hace Delta 4? - preguntó Yula - ¿Se ha vuelto loco?
- ¿Qué? - respondió Keyna – Estaba tan concentrada vigilando posibles ataques de fuera,
que aún no había visto lo que hacía Ronin. - ¡Delta 4! ¿Se puede saber que haces?
- Hola Jefa, solo estoy… eeeeh… calibrando los motores.
Ronin encaró otro carguero, ya solo le quedaban 5, pero ya casi habían llegado al punto
de salto.
- ¡Delta 4, vuelve a la formación inmediatamente! - rugió Keyna.
- En seguida Jefa, en seguida. - Ronin cerró el comunicador, a sabiendas de que eso
enfurecería a Keyna. - ¿Distancia hasta destino? - preguntó a su computadora.
- Cero punto dos clicks.
Pasó por encima de otro carguero.
- Coincidencia con el manifiesto del 100%.
Analizó dos más.
- Coincidencia con el manifiesto del 100%. Distancia a destino cero punto un click.
Aún le quedaban cinco cargueros, pero estaban muy separados entre sí, no le iba a dar
tiempo a examinarlos todos.
- ¡Karabast! - maldijo Ronin frustrado. Desperdició un valioso segundo, sin saber que
hacer. Finalmente confió en su instinto, y se lanzó rumbo al carguero que estaba más
alejado.
- Distancia a punto de salto cero punto cero uno.
El carguero activó su hiperhimpulsor justo en el momento en que la nave de Ronin pasó
rozando su casco.
- Coincidencia con el manifiesto del 95%. Discrepancia detectada.
Ronin examinó los datos. El carguero contenía dos contenedores más de los debidos, y
estaban llenos de combustible. Disminuyó la velocidad, y retorno a su lugar en la
formación. Cuando volvió a conectar el comunicador, casi esperaba una retaila de
insultos, pero Keyna tenía una voz calmada aunque gélida.
- Escuadrón. Volvemos al hangar del Nexu. Delta 4, cuando aterricemos, espero su
informe.
- Sí, Jefa.
Keyna no contestó, pero casi inmediatamente se activó el holocomunicador. La figura de
Raymius volvió a aparecer.
- Informe, cadete Kodos.
- He examinado 10 de los 14 cargueros. El carguero H-10, tenía una discrepancia con el
manifiesto, señor. Dos contenedores extra de combustible.
- Estupendo.
- Señor, lo siento no pude examinar todos los cargueros y…
- No importa, ha hecho un excelente trabajo. Estaremos en contacto.
La comunicación se cortó. Ronin se quedó en silencio. Volvió hasta el hangar sumido en
lúgubres pensamientos. Keyna le estaba esperando y no estaba contenta.
- ¿Me va a explicar a que demonios ha venido todo eso cadete?
- Lo siento Jefa, yo...
- No me llame Jefa. A partir de ahora se dirigirá a mí, como “Mi Teniente” o “Lider Delta”.
¿Está claro?
- Cristalino. Mi teniente.
- ¿Y bien? ¿Como justifica sus actos cadete?
- No puedo hacerlo, mi teniente.
- Los dos próximos turnos los pasará haciendo servicio Droide. Limpiará las letrinas. A ver
si así espabila.
- Sí, mi teniente.
Keyna se marchó y Ronin se quedó solo en el hangar. Contra más pensaba en ello, más
convencido estaba de que Raymius sabía exactamente en que nave iba el cargamento
ilegal. Por eso no le había importado lo más mínimo que 4 de los cargueros no hubieran
sido examinados. Además tuvo tiempo de sobra para comunicarle la misión. Si se lo
hubiera dicho antes, hubiera podido completarla sin problemas. Con un suspiro Ronin se
encaminó hacia las letrinas.

9/12/2019

Duodecima entrega del podcast: El horror en la ermita

Pues ya he vuelto de mis vacaciones y esta vez con un relato de horror cósmico, imitando el estilo de H. P. Lovecraft. A pesar de ser un relato de miedo, esta basado en una visita que realicé a un ermita durante mis vacaciones.


Allí conocí a alguien bastante peculiar. Pero no quiero haceros spoilers, así que mejor lo escucháis.

O también podéis leerlo.

La ermita se divisaba desde la falda de la colina. No se trataba de una gran elevación, pero el camino era bastante escarpado. Afortunadamente el sendero había sido despejado de maleza recientemente.
La ermita, estaba situada en la cima de aquella colina. Se trataba de una edificación pequeña y rodeada de nubes oscuras. Justo al inicio del camino, había un cartel que rezaba así “Hermita románica del siglo X. Distancia 1 kilómetro.” Me reí un poco, ya que la palabra ermita estaba escrita con “h” e inicié el ascenso, que fue lento debido a lo empinado del camino. Tras casi quince minutos de marcha, encontré un segundo cartel “Hermita románica del siglo XI. Distancia 2 kilómetros”. No solo habían vuelto a escribir ermita con H, ¿sino que el edificio había cambiado de siglo y ahora se encontraba más lejos que al principio del camino? Alcé la cabeza y miré a lo alto de la colina. La ermita no parecía estar más lejos que antes, pero tampoco daba la impresión de que me hubiera acercado mucho. Miré hacia abajo, el camino por el que estaba subiendo era sin duda bastante serpenteante, pero daba la impresión de que había caminado más de un kilómetro. Tras pensarlo detenidamente, decidí que los carteles debían de estar equivocados y que probablemente alguna ilusión óptica estaba jugándome una mala pasada.
Seguí con mi ascenso, sin encontrarme con más carteles y tras media hora de marcha, coroné la cima de la colina. La ermita era un edificio relativamente pequeño, con una única nave central con una cabecera semicircular, cubierta por una bóveda de cañón.
Al sacar mi móvil para hacerle unas fotos, pude comprobar que allí no había el más mínimo rastro de cobertura telefónica. No era este el único síntoma de aislamiento, ya que toda la cima de la colina estaba cubierta por una oscura nube, mientras el resto del cielo permanecía despejado. La nube sumía toda la edificación en una semi penumbra y daba un tono extraño a la luz, lo que se reflejó en las fotos que saqué. Di una vuelta alrededor de la ermita, que parecía totalmente desierta. En uno de los extremos se encontraba un pequeño cementerio sembrado de lápidas antiguas.
- ¡Hola! – me saludó una voz a mi espalda.
Me di la vuelta sobresaltado, pues no sospechaba que allí hubiera nadie más. A menos de dos metros estaba la figura de un hombre alto y enjuto. De cabeza afeitada, barba de tres días y tez pálida. En la mano portaba unas enormes tijeras de podar.
- ¿Te gustaría visitar la ermita?
- Eeeh, ¿si? – pregunté más que afirmé.
El hombre se rio y al ver mi expresión dejó las tijeras sobre un arbusto.
- Perdona, no me he presentado. Me llamo Alberto, me encargo de cuidar este sitio, ya sabes podar las plantas, retirar la maleza del camino, barrer, quitar el polvo al altar y también ofrezco visitas guiadas por la ermita. Tranquilo son gratuitas.
- Encantado Alberto. – respondí dándole la mano, su mano estaba fría y blanda. Recuperé parte de mi aplomo. – Me encantaría que me contaras algo de esta ermita.
- Nuestra ermita con “h”. Dijo mientras me guiaba hacia el pórtico. Aunque colgado de ese muro encontrarás un cartel que dice que es una iglesia, pero no te dejes engañar.
- Ya veo. Por cierto, ¿en qué siglo se construyó?
- Como habrás visto, algunos dicen que en el siglo X y otros que en el XI. En realidad, se
construyó entorno al 1070.
- Es decir... -hice un rápido cálculo mental – que es del siglo XI.
- No. – replicó con firmeza – En el 1070.
Decidí no discutir con el guía.
- Entonces, esto es románico, ¿no?
- Tienes buen ojo. Es románico en su mayoría. En realidad, tiene elementos prerrománicos,
mozárabes y en lo alto del campanario se puede ver un mural con reminiscencias a los que se
pueden apreciar en el monasterio de la meseta de Leng.
- ¿Leng? Eso está en Soria, ¿no?
- Un poco más lejos. – susurró - O no, según lo que sueñes.
- ¿Eh?
En ese momento llegamos al pórtico.
- Como puedes ver. – continuó mi interlocutor – Es un pórtico típicamente románico. Si te fijas
bien, podrás apreciar los restos de policromía.
Examiné unas manchas oscuras y rojizas en las piedras de la entrada, casi parecían salpicaduras
de sangre.
- ¿Sabías, que antiguamente se enterraban a las personas junto al pórtico? -dijo señalando un
rincón a la izquierda de la puerta- Bueno, al menos se enterraban las cabezas. Hay quien dice
que así los muertos protegían el templo.
- ¿De veras?
- Si, pero hace unos años la parroquia decidió trasladar las calaveras del osario al cementerio.
Según los registros, debería haber unas ciento cincuenta. Pero los operarios que hicieron el
traslado encontraron más de setecientas.
- ¿Cómo es eso posible?
- La iglesia solo permite enterrar en terreno consagrado a los cristianos bautizados, y solo si no
se les podía demostrar delitos graves, como asesinatos u otras cosas peores como brujería o
adoración a dioses paganos. Se ve que los familiares de aquellos pecadores aprovechaban el
manto de la noche para enterrar a aquellos pobres diablos. Lo gracioso es que los cristianos de
pro, tenían que pagar para poder ser sepultados aquí. Se podían haber ahorrado el dinero, ¿no
te parece?
- Supongo.
- En mi opinión tanto unos como otros se podían haber ahorrado el esfuerzo, ya que como dice
el gran libro “no está muerto aquello que yace eternamente y con extraños eones incluso la
muerte puede morir”.
- No sabía que la biblia dijera eso.
Me miró un momento sorprendido y luego se rio con una risa desagradable.
- Vamos, te mostraré el interior.
La puerta se abrió con un chirrido quejumbroso. El interior estaba fresco y oscuro, pese a que las paredes estaban pintadas de blanco. Unas pocas lámparas evitaban que la estancia estuviera totalmente en tinieblas.
- La verdad es que es bastante soso. – dijo mientras nos dirigíamos hacia el altar – Pero mira, aquí hay algo interesante. ¿Ves esas dos tallas de madera? Son San Damien y San Cosme.
- ¿Damien?
- Quería decir San Damián y San Cosme. Fueron dos hermanos, dedicados a la medicina. Ofrecían sus servicios de forma gratuita a los pobres y a los necesitados, hasta que el emperador Diocleciano, que no estaba a favor de la sanidad pública, gratuita y de calidad, los mandó primero torturar y por último decapitar. O eso es lo que cuenta la historia oficial. Hay quien dice que eran sanadores de día, pero que durante la noche practicaban horrendos experimentos con cadáveres.
- Vaya. Fíate tú de los santos.
- Desde luego, y si no que se lo digan a Santa Lucía. La patrona de la vista. -dijo mientras me señalaba una pequeña talla de madera pintada, que representaba a una mujer que llevaba una bandeja sobre la que descansaban un par de ojos.
- ¿También hacía extraños experimentos?
- No. La historia oficial dice que tenía unos ojos tan hermosos que todos quedaban prendados de ella. Así que para quitarse de encima a su pretendiente más pesado, se los arrancó y se los mandó por mensajero.
- Un poco drástico, ¿no?
- Hay otra versión, que dice que era bruja. Usando la magia negra, lograba romper el velo del espacio tiempo y logró ver tanto el futuro como el pasado. Hasta que un día se pasó de ambiciosa y vislumbro los tiempos en que los Primigenios aún hoyaban la tierra. Por supuesto los perros de Tíndalos fueron tras ella. Para evitar que la ejecutaran por haber visto algo que está prohibido, se arrancó los ojos y se cortó la lengua para no contar jamás lo que había visto. Por supuesto, eso no le sirvió de nada. Los perros la encontraron y la descuartizaron.
- ¿Los perros de quién?
- Es igual. – respondió con una risa diabólica. – Mira, ahí tenemos al ¿Dios? crucificado. ¿Sabías que Jesús en realidad no murió? Ni mucho menos resucitó, por supuesto. Solo estuvo en coma. Hay varias pruebas de eso.
- ¿En serio? Creía que la Iglesia afirmaba…
- Paparruchas. Fíjate bien en ese crucifijo. Las manos están clavadas al madero, en realidad los clavos se ponían en el antebrazo, justo encima de las muñecas. Además, justo en la zona del trasero, hay una cuña de madera, para que pueda estar cómodamente sentado.
- Dudo que estuviera muy cómodo.
- Y pusieron otra pequeña cuña para apoyar los pies. ¿Por qué si estaba clavado a la cruz? -continuó como si no me hubiera escuchado. - Te aseguro que a los dos ladrones que pusieron a su lado, no les crucificaron de esa manera.
- Ya veo. – dije cada vez más incómodo. Llegado a ese punto estaba deseando largarme de aquel siniestro lugar y alejarme de aquel misterioso hombre.
- Luego le dieron una lanzada en el costado. Lo lógico es que le hubieran atravesado en corazón de esta forma hubieran estado totalmente seguros de que estaba muerto. Eso es lo que deberían haber hecho, apuntar al corazón.
- Bueno, todo esto es emocionante, pero se me hace algo tarde y…
- No puedes irte… - hizo una pausa que se me antojó eterna -No sin ver un par de cosas más. Te habrás fijado cuando estábamos afuera, que en el techo de la ermita hay una buhardilla, con una pequeña puerta. Ahí es donde vivía antiguamente el ermitaño.
- Sí, lo he visto.
- Y claro, ahora te estarás preguntando. Si no hay ninguna escalera para subir allí, ¿cómo demonios subía y bajaba el ermitaño?
- Teniendo en cuenta lo que me ha contado de los santos, supongo que a lomos de un demonio alado.
- ¡Ja! ¡Ojalá! Eso me hubiera encantado…. Quiero decir que le hubiera encantado al ermitaño. Pero no, tras esa pared había una escalera que daba acceso a la buhardilla. Antes había una puerta de acceso a la escalera, pero la tapiaron. Solo han dejado un pequeño ventanuco. – dijo señalando a una pequeña puertezuela de madera, pintada del mismo color que la pared. Si te asomas, podrás verla. ¿Quieres mirar?
- No hace falta, le creo.
- ¡Vamos! Echa un vistazo. Hasta ahora solo una persona se ha atrevido a mirar.
- Es un magnifico récord, es mejor no estropearlo. – respondí con firmeza. No estaba dispuesto a dar la espalda a aquel tipo bajo ningún concepto. -No queda igual de bien decirle a las visitas que ya han sido dos personas las que se han atrevido.
- Como quieras. – dijo con voz decepcionada. – Pues ya solo te queda ver el coro y el campanario. Señaló una escalera de caracol que daba a una especie de pequeño balcón, situado sobre los bancos de los orantes. - Allí se ponen los miembros de nuestro coro. Si te fijas las escaleras siguen subiendo hacia el campanario. Puedes subir si quieres, pero solo hasta el coro, a partir de ahí la madera está muy estropeada y podrías caer.
- No hace falta, lo veo bien desde aquí. Bueno, supongo que eso es todo, ha estado bien. Gracias y …
- Espera, solo una cosa más. Firma en el libro de visitas si eres tan amable. Tienes que poner tu nombre completo y la firma. – estudió por un segundo mi expresión inquieta -Tranquilo, este libro no lo revisa hacienda.
Me señaló una mesa donde descansaba un gran volumen, repleto de nombres y firmas, escritos con una tinta roja oscura.
- Claro. Mientras no tenga que firmar con mi sangre.
Se rio con una carcajada siniestra.
- Eso no es necesario…. Aún.
Tras dudar un segundo decidí, firmar con un nombre falso. Con el pretexto de que no estaba acostumbrado a usar pluma, aproveché para emborronar mi firma.
Mi anfitrión no pareció nada satisfecho con el resultado, pero se limitó a clavarme una fría mirada. Después leyó en voz alta el nombre falso que yo había escrito.
- Juan Romero. Ese nombre me resulta familiar.
- Los Romero somos muy comunes. – dije desde la puerta.
Salí rápidamente de allí y en seguida inicié una alocada carrera. No me detuve hasta que hube llegado al pueblo más cercano. A pesar de que mis planes vacacionales eran de permanecer unos días más por la zona, esa misma tarde cogí un tren y volví a mi casa en la gran ciudad.
Unos días más tarde leía el periódico, mientras desayunaba y una noticia llamó mi atención: “Hallado el cuerpo de un excursionista en las inmediaciones de la Ermita de R'lyeh. Fue encontrado con los ojos arrancados y el cuerpo semi devorado, probablemente por perros salvajes. La víctima atendía al nombre de Juan Romero".