3/26/2020

Decimoséptima entrega del podcast: La mejor versión de tí mismo.

El de hoy es un relato especial para mí, ya que la idea central del mismo se me ocurrió hace unos veinte años y llevo todo este tiempo dándole vueltas en mi cabeza. Ha pasado por varios cambios de argumento y de ubicación, pero la idea de fondo ha permanecido inalterada. Espero que os guste.

Versión de audio:


Versión escrita:

En otro tiempo la biblioteca había sido un lugar amplio y bien iluminado, con un gran espacio abierto en el centro de la misma. Pero con los años las ventanas habían sido cubiertas con grandes estanterías repletas de libros, por lo que la única luz natural procedía de una polvorienta linterna situada en la cúpula que coronaba el techo de la misma, la cual resultaba claramente insuficiente.

El gran espacio abierto en el centro de la estancia había sido sustituido por un laberinto de estanterías y mesas de lectura, que daban un aire claustrofóbico al lugar. Las mesas contaban con pequeñas lámparas que a duras penas servían para iluminar los libros, por lo que no era extraño que los habituales de la biblioteca, deambularan por sus pasillos equipados con linternas.

Claudio cojeaba entre las mesas. Su bastón, producía un eco ahogado al golpear contra las baldosas de mármol del suelo, que eran de color negro con ondulantes rayas blancas. A Claudio le daba la impresión de estar paseando sobre una tormenta de relámpagos nocturna. Se adentró en el laberinto de estanterías, utilizando el foco de su linterna. Estaba seguro de estar buscando en la sección correcta, y sin embargo no era capaz de encontrar el dichoso libro. Un leve carraspeo le hizo darse cuenta de que no estaba solo. Al girarse, se encontró frente a una mujer de edad indeterminada entre los 30 y los 45. Su rostro tenía líneas duras y anguladas que le conferían un aspecto de fiera determinación. Su pelo estaba recogido en un moño que sugería una férrea disciplina de la que tan solo escapaba un mechón rebelde, el cual caía sobre su ojo izquierdo. Vestía un vestido de raso blanco, que le confería un aire fantasmal.

- Disculpe. ¿Puedo ver su  acreditación?- susurró la mujer, con voz dulce, pero firme.
- ¿Qué? - Respondió Claudio, con voz más alta de lo que había pretendido.
- Shhhhh. - siseó la mujer, al tiempo que se llevaba un dedo a los labios para pedir silencio. Después señaló a una pequeña placa que llevaba prendida del vestido que la identificaba como la bibliotecaria.
- Discúlpeme, señora. No pretendía hablar tan alto. - Susurró.
- Señorita. - le corrigió la bibliotecaria maquinalmente. - Y ahora si es tan amable, enséñeme su acreditación. Para acceder a esta biblioteca debe estar en posesión de una carta de presentación redactada por un profesor universitario, dirigida a la jefatura de esta biblioteca, es decir... a mí.
- Ah, cierto.  - dijo al tiempo que le entregaba un abultado sobre.

- Está firmada por el Doctor Armitage de la universidad Miskatonic. - dijo con tono acusador.
- Bueno. - respondió Claudio con una sonrisa culpable. - Las normas de esta biblioteca, estipulan que necesito la carta de presentación firmada por un profesor universitario, pero no dicen nada de que la universidad tenga que estar en nuestro país.
- Aquí dice que necesita consultar nuestra copia del libro Progressionem potentiale. - la bibliotecaria alzó una ceja con excepticismo – Le advierto que nuestra copia está incompleta.
- Soy consciente. Pero confío en encontrar lo que busco en la parte que ustedes poseen. Ya que no estaba en la copia que tienen en Miskatonic, ni en la de Alcalá de Henares.
- Ya veo. Sígame, los fondos documentales anteriores al año 1810, no están en esta planta. Tendrá que bajar usted al sótano.

La bibliotecaria se dio la vuelta y empezó a avanzar a buen ritmo sin molestarse en comprobar si Claudio la seguía. Este tuvo que forzar la marcha para seguirla, mientras maldecía en silencio su pierna deforme. El bastón resonaba inmisericorde contra las baldosas del suelo, haciendo que los pocos usuarios presentes en la biblioteca le miraran con desaprobación.

Finalmente llegaron junto a una escalera de caracol, con escalones de piedra y un pasamanos de hierro bastante oxidado.

- Baje por aquí. - dijo la bibliotecaria – Tenga cuidado, los escalones resbalan. Cuando llegue abajo, vaya por el pasillo de la izquierda, tercera estantería, cuarta balda.
- ¡Vaya! ¿Se lo sabe de memoria?

La mujer se dio la vuelta y se marchó sin contestar. Claudio descendió con cuidado. Tal y como le habían advertido, los escalones resbalaban bastante y estuvo a punto de caer rodando por la escalera de caracol un par de veces. En cada ocasión maldijo entre dientes su pierna deforme.

Cuando por fin llegó abajo, siguió las indicaciones de la bibliotecaria. Si la planta superior estaba en semipenumbra, el sótano estaba aún más oscuro. Había algunas lámparas aquí y allá colgando de las  estanterías, pero si no hubiera sido por su linterna, Claudio hubiera tenido serias dificultades para ver algo.

Mientras caminaba por el pasillo le pareció oir un risita lejana, pero como no estaba seguro, se convenció de que solo se trataba de su imaginación. Finalmente llegó junto a la estantería y tras unos momentos de incertidumbre lo encontró, el Progressionem potentiale. Se puso unos guantes, pues el estado del volumen era bastante precario y se lo llevó hasta una mesa cercana, sobre la que lo depositó con algo parecido al temor reverencial.

Apenas se podía llamar libro a aquel conjunto de papeles , ya que era evidente que faltaban amplias secciones del mismo, sin embargo, aquel fragmento era justo el que Claudio llevaba años buscando.

Extrajo de su mochila un cuaderno lleno de anotaciones manuscritas, las cuales fue comparando con las páginas del libro. Estaba tan emocionado, que no percibió el débil sonido de pasos que se acercaba por su espalda.

- Hola. - susurró una delicada voz infantil en su oído.

Sobresaltado Claudio se levantó como un resorte, pero junto a él solo había una niña de unos siete años, con la tez sonrosada, y el cabello y los vestidos tan negros como el ala de un cuervo, quien lo miraba con una sonrisa pícara.
- ¿Qué lees? - preguntó la niña con voz juguetona.
- ¿De dónde sales tú? - acertó a decir Claudio - ¿Cómo has logrado entrar aquí?

La niña ignoró su pregunta y cerró el libro con poca ceremonia para leer el título.

- ¿Está tu padre por aquí? - preguntó Claudio asumiendo que la niña sería la hija de algún usuario de la biblioteca y que de alguna manera había logrado sobornar a la bibliotecaria, para que la dejara entrar allí.
- Seguramente. - dijo la niña con aire misterioso – Él, tiene el don de la ubicuidad. - la niña se rió con malicia. - El Progressionem potentiale, escrito por Amed Vest, un oscuro discípulo del  mismísimo Hermes, padre de la Alquimia. Le llamaban el tres veces grande.
- ¡Vaya! - exclamó Claudio sorprendido por los conocimientos de la niña. - ¿Cómo sabes tanto?
- Mmm. Que interesante, la mayoría de los estudiantes de lo oculto prefieren centrarse en sus otras obras, como las que tratan de como convertir el plomo en oro, o la que explica como fabricar la piedra filosofal, aquella que da la vida eterna. Sin embargo, no veo esa ambición en tí.
- ¿Quién demonios eres tú?
- Bah. No exageres. - dijo la niña, quien había sonreído abiertamente al escuchar la palabra demonio. - ¡Ya recuerdo! - continuó la cría - Este libro trata de una de sus fórmulas menos conocidas, la del hombre potencial. Con ella un hombre, o mujer, puede alcanzar su máximo desarrollo físico y mental. Fuerza, agilidad, salud perfecta, rapidez de pensamiento... No te dará superpoderes, pero alcanzarás el máximo posible para un ser humano en todas las áreas. Puede que no sea tan espectacular como la vida eterna, pero es algo por lo que muchos matarían.

Claudio examinó a la niña con cuidado, estaba claro que era mucho más que una simple cría.

- ¿Quién o qué eres tú? - le preguntó a la pequeña.
- Eso es lo de menos. Veamos, eres consciente de que este libro no está completo, así que no te servirá de nada, a no ser....
- A no ser que ya haya encontrado el resto de trozos dispersos por el mundo. Cosa que he hecho. - Respondió Claudio con mal disimulado orgullo. - Me ha costado años y viajar por medio mundo, pero encontré la primera pista de la existencia de este libro en los apéndices del Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn.
- Ludvig, ese patán. - susurró la niña con desdén, aunque Claudio no la escuchó.
- Y confirmé su existencia gracias al libro Cultes des Goules, del conde Derleth.
- August, ese si que era interesante. - volvió a susurrar la niña, medio sumida en sus recuerdos.
- Llevo años recorriendo el mundo, buscando este libro. Pero solo he encontrado fragmentos, unas pocas páginas en la universidad de Praga, varios capítulos abandonados por un noble transilvano en la antigua Abadía de Carfax en Londres, otro fragmento en la Universidad de Miskatonic, apenas unos pocos párrafos en Alcalá de Henares, mezclados con dos capítulos inéditos del Quijote... Años reuniendo fragmentos, y hoy por fin tengo el último trozo, ahora tengo todo el conjunto.

Mientras hablaba, había ido leyendo ávidamente las ajadas páginas del libro.

- Lo encontré. - dijo con una mezcla de éxtasis y miedo en la voz. - Al final ese genio de Amed, consiguió sincretizar todo lo necesario en una única fórmula, que recitada en voz alta, concede el máximo desarrollo potencial al que un humano puede aspirar.
- Sí. La mejor versión posible de uno mismo. - dijo la niña – Aunque cuidado, a veces lo mejor es enemigo de lo bueno, y es posible que no te guste lo que obtengas.
- ¿Cómo va ser peor alcanzar el máximo potencial, que lo que tengo ahora? - pregunto Claudio mientras se frotaba inconscientemente, su pierna deforme. - ¡Nada me detendrá ahora!
- Si estás tan seguro. - dijo la niña con tono burlón. - Que conste que yo te he advertido.

Claudio recorrió con un tembloroso dedo índice las líneas de la fórmula alquímica, mientras empezaba a entonarla con una voz casi inhumana. Los ecos se esparcieron por el sótano de la biblioteca y una luz esmeralda lo invadió todo. Un viento frío sopló por unos instantes y finalmente la linterna se apagó dejándolo todo en tinieblas. El silencio era atronador.

 Con cierto temor, Claudio se palpó la pierna deforme, pero en lugar de músculo y hueso retorcidos, encontró una pierna firme y torneada. Emocionado empezó a recorrer su cuerpo con sus manos, la piel era suave y elástica, sus manos enérgicas, su rostro esbelto y su pecho... Su pecho... De pronto sintió la desesperación, a tientas buscó su linterna, la encendió y buscó en su mochila un espejo de mano, en el que se miró aterrado.

- ¡No, no puede ser! - exclamó con una voz mucho más aguda de lo normal.
- Fascinante. - dijo la niña entre risas – La fórmula del desarrollo potencial, te convierte en la mejor versión posible de ti mismo y quien iba a decir, que tu mejor versión... es una mujer.

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