2/13/2020

Decimosexta entrega del Podcast: La ira de Roblenegro

Los habituales del blog, estarán pensando, el título de este relato me suena mucho. Y estáis en lo cierto, he dado voz y sonido a un viejo relato que escribí en este mismo blog allá por 2006, pero me apetecía recuperarlo para la ocasión. 

Podéis escucharlo aquí:

Como siempre podéis leerlo aquí:

Es en este momento, en el que veo acercarse de forma inminente el fin de mi existencia, cuando percibo mejor, la alocada sucesión de acontecimientos que han marcado mi vida pecadora. Mientras permanezco en mitad del extenso Mar del Caribe, sustentado únicamente por un trozo de madera, examino las acciones que me han traído a este día fatídico y trato de hacer una última limpieza de mi alma, manchada por los siete pecados, antes de presentarla ante el Ángel de las Tinieblas, con quien de seguro despacharé esta noche la cena. 

El principio de nuestro fin, empezó hace casi dos meses, cuando uno de los mayores diablos que jamás hayan surcado los océanos, empezó a perseguir al “Libertador”, mi querido barco, que ahora yace en su inmortal tumba acuática, a mil pies de profundidad, justo debajo de mí. Este engendro de Satán, conocido como el Capitán Roblenegro, mandaba el “Ejecutor”, un impío navío, manufacturado por los cien veces malditos navieros portugueses. Algunos dicen, que su nuevo diseño de la quilla y su configuración de mástiles, única en el mundo, son lo que la convierten en la nave más veloz de cuantas han existido. Pero yo sé, que lo que hinchaba sus velas, son los vientos de perdición que soplan desde el mismísimo infierno. Y esto es lo que le permitió, darnos caza durante esos dos meses.

Siempre parecía estar un paso por delante nuestro, se adelantaba a todos nuestros movimientos. Nos esperó en Veracruz, nos persiguió por todo lo ancho del caribe español. Nos dio caza de forma incansable, no permitiéndonos tiempo para repostar, pero sin entablar combate directo. Debilitándonos, dejándonos sin provisiones, bombardeándonos desde la lejanía, con sus cañones de mayor alcance, no ya para hundirnos, sino para privarnos del descanso, minando así nuestra moral. Aunque su velocidad demoníaca, le permitía alcanzarnos con facilidad, jamás lo intentó. No quiso darnos una pelea justa.

La moral decayó rápidamente entre los hombres y la amenaza constante de un motín, no me dejaba un momento de respiro. Los marinos, al fin, supersticiosos y cobardes, creían que eran mis decisiones como capitán, lo que habían motivado a Satanás a abandonar el infierno, para perseguirnos.

Decidimos pasar, por una sección de arrecifes coralinos, dado que al tener nuestro navío, menor calado que el suyo, teníamos la esperanza de que embarrancase, pero que me arranquen los dedos de los pies con una hoja candente, si aquel barco embrujado, no pasó por entre los corales, sin arañar siquiera su casco.

Por fin, a los dos meses, de iniciar su terrible persecución, el mezquino Roblenegro decidió atacarnos. El Ejecutor, se puso al fin a tiro y ambos barcos, orzamos para ponernos en paralelo. Sus cañones eran disparados con inhumana puntería, su primera ráfaga, destrozó nuestro palo mayor, y desmontó la mitad de nuestra artillería. El casco de esa siniestra nave negra, debía de ser de un material de otro mundo, pues apenas notó nuestra andanada. Pronto, habíamos perdido casi todas nuestras defensas y no tardaron en abordarnos y darnos caza. La maldad de su capitán, impregnaba a sus hombres, que no dudaron en desmembrar a mi debilitada tripulación, dejándome a mí como único superviviente.

Y finalmente, el mismísimo Roblenegro vino a enfrentarse a mí. Pese a mi experiencia como espadachín, jamás me había enfrentado a un rival como aquel. No cesaba de reírse en todo momento, burlándose de mí y de mi pobre esgrima. En verdad se movía como un demonio, lanzando mil estocadas, imposibles de detener. Podría haber acabado conmigo, desde el primer golpe, pero parecía deleitarse en producirme pequeñas heridas, como aguijonazos de avispas, que me arrebataban el alma. Cuando se cansó de jugar conmigo, me desarmó con un rápido movimiento y sus hombres me apresaron y cargaron de cadenas.

Rápidamente, confiscaron el cargamento de oro y lo llevaron a su nave. Después, cargaron de explosivos la santabárbara del Libertador e hicieron volar en mil pedazos, el último residuo de mi alma. Atado al palo mayor del Ejecutor, fui obligado a contemplar, el hundimiento de todo cuanto era amado por mi corazón pecador.


- Ethan Blackmore – me decía mi diabólica némesis – también conocido como “El Capitán Negro”, corsario bajo el pendón de la Reina de Inglaterra. En los dos últimos años, has atacado a no menos de 12 navíos españoles, robado sus preciadas cargas, que pertenecían a la augusta Corona Española. Por estos actos, deberías ser llevado a tierra y ahorcado como el perro que eres. – hizo una pequeña pausa, para dar tiempo a sus palabras a que se hundieran como puñales en mi alma.- Pero, lo cierto es que me parece pequeño castigo para tus crímenes, así que te tengo preparado algo especial.
Por eso ahora, estoy encadenado a un madero, en mitad del mar, a más de setecientas millas de cualquier costa. Pero no ha de preocuparme la sed o el hambre, pues, los tiburones ya han olido la sangre que mana de mis heridas, y ya veo la primera aleta acercándose a mí. He de decir, que al oír en boca del maldito Roblenegro, las acciones de mi vida como corsario, no me parecieron tan horribles, como las que había llevado a cabo aquel siniestro personaje, en nombre de una supuesta justicia. Es cierto que soy un vil y despreciable pirata, pero incluso los de mi calaña tenemos normas.
Aquí llega el primer tiburón. Rezo, no para pedir clemencia de mi alma pecadora, que de seguro irá al infierno, para servir de alimento a los demonios, sino para que el primer mordisco sea certero y me envíe rápidamente a solucionar mis cuentas a la otra vida.

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