10/31/2024

Vigesimo sexta entrada del Podcast: La ascensión

 Hola de nuevo, nada mejor para celebrar Halloween que un relato de terror. Espero que lo disfrutéis.


Versión de audio:

Versión escrita:

El capitán Aguirre azuzó a su caballo en dirección a la colina, dejando atrás la destartalada aldea, compuesta por apenas un puñado de casas
desperdigadas, rodeadas de campos de labor agotados y rebaños de cabras enanas famélicas.


Frente a él se alzaba la colina y dominando su cumbre estaba una ruinosa casa-torre. Se trataba de una estrecha edificación de planta octogonal, de unos tres o cuatro pisos de altura. La piedra que conformaba sus muros era mucho más oscura que el entorno circundante, lo que le confería un aspecto siniestro. Un cielo cargado de nubes de tormenta, y los ocasionales relámpagos no contribuían a hacer la casa-torre menos amenazante.
 

El caballo resbaló varias veces en las losas de piedra cubiertas de pútrido musgo, que conformaban el camino a la casa. Finalmente consiguió llegar hasta la puerta realizada en madera de tejo negro. 

Aguirre amarró su montura a un poste cercano y al acercarse a la entrada distinguió una aldaba, que colgaba de un adorno metálico medio corroído con forma de cabeza de lobo. Al tratar de llamar, la puerta se abrió sin esfuerzo.


El interior era húmedo, frío y oscuro. Aguirre pudo distinguir una pequeña habitación a modo de recibidor. La estancia estaba vacía, y en cada pared había una puerta, pero solo una de ellas estaba abierta. A través de ella llegó una voz aguda y sugerente que parecía llegar desde lejos:


- ¡Pase! No sea tímido. - le invitó la voz. Al atravesar la puerta entreabierta, descubrió una escalera de caracol
ascendente.
- Suba, por favor. - volvió a insistir la voz.
 

Los peldaños estaban realizados en madera reseca que crujía
ominosamente con solo apoyar el pie en ellos. Carecía de barandilla y contra más se subía, más atrayente se volvía el oscuro pozo de negrura que se abría en el centro de la escalera. Al apoyar el peso en uno de los escalones, este se ladeó de forma peligrosa. A duras penas, Aguirre logró agarrarse a una grieta del muro para no caer.


- Cuidado donde pisa. - le advirtió la voz con un tono levemente burlón y una risita.


Tras unos momentos logró recobrar el aliento y continuó la ascensión hasta llegar a otra puerta entornada. Al atravesarla una luz tétrica le envolvió. En cuanto sus ojos se hubieron habituado, pudo darse cuenta de que se encontraba en una pequeña habitación iluminada por antorchas en las paredes y por una pequeña chimenea, que caldeaba la estancia. Las paredes estaban cubiertas de estantes repletos de libros, cachivaches y chismes pequeños de origen y función desconocidos, amén de frascos con líquidos de colores en los que flotaban cosas o tal vez seres, sobre los que quizá era mejor no especular.

 

En el centro de la habitación había una mesa camilla con un candelabro, un orbe de cristal agrietado y un par de sillas. Sentada en una de ellas había una niña de edad indeterminada. Tenía la tez pálida y el pelo negro como ala de cuervo. Llevaba un vestido de paño grueso, tan oscuro como su pelo y en su regazo descansaba un conejo de pelaje níveo. Aguirre notó que el animal tenía un ojo azul y el otro rosáceo.
- Hola. - le saludó la niña con despreocupación. - Siéntese, estará agotado por la subida. - añadió con tono de burlón.
- Es.. estoy bien. - jadeó Aguirre, tratando de mantener la dignidad. Pero acabó desplomándose de forma poco digna en la silla libre.
- No se preocupe. - le espetó la niña con condescendencia. - Vivir en una casa-torre es un no parar de subir y bajar escaleras. Busques lo que
busques, siempre está en otra planta.
- ¿Dónde está la bru…? ¿Quiero decir, la dueña de la casa? - preguntó
Aguirre bruscamente tratando de recuperar la iniciativa.
- Aquí solo estoy yo. - respondió la joven con tranquilidad. El conejo se removió en su regazo. - Quiero decir, que solo estamos Lavinio y yo. - añadió con voz conciliadora, mientras acariciaba al animal.


El hombre la miró desconcertado y habló sin pensar.
- Entonces… ¿tú eres la bruja de la que todos hablan?
- Eso depende de lo que entienda usted por bruja. - respondió la muchacha sin alterarse. - Por aquí a cualquier mujer que demuestre inteligencia, vista de negro, que sepa de hierbas, tenga una mascota peluda y que no dependa de nadie para sobrevivir, la llaman bruja y cosas peores.
- ¡Pero eres solo una niña!
- Si usted lo dice. - replicó ella con una sonrisa burlona. Aguirre se quedó un momento en silencio meditando.
- Pero he escuchado que aquí viene la gente a que le adivinen el futuro y eso es brujería. - dijo con seriedad y un punto de ansiedad.
- En absoluto. - replicó la chica indignada como si hubiera escuchado una estupidez. - Nadie es tan tonto por aquí como para pedir algo así.
- Pero me han dicho…
- Lo que le habrán dicho - le interrumpió - es que aquí vienen a que les diga la buenaventura.
- ¿Y acaso no es lo mismo? - preguntó Aguirre irritado.
- En absoluto. - Insistió la chica con un gesto desdeñoso de la mano. Y
volvió a adoptar el tono condescendiente que se suele usar para explicar algo a un niño pequeño o a un adulto no demasiado avispado - La buenaventura, como su propio nombre indica es una versión enormemente edulcorada del porvenir, lo que debería ser el futuro si viviéramos en un mundo feliz y no en este valle de lágrimas. Lo más probable es que la buenaventura solo se cumpla cuando las cabras vuelen. Aunque quién sabe, con el viento que sopla aquí a veces, igual tienen suerte. - concluyó con una risita. 

Mientras hablaba, el viento soplaba en el exterior, de forma inmisericorde. 

- Pero entonces. Todo es una farsa, usted engaña a esas pobres gentes. -gruñó Aguirre señalando un ventanuco a través de cuyo cristal se
vislumbraban las lejanas casas de la aldea.
- Ellos saben perfectamente lo que es la buenaventura. Nadie es engañado.- replicó la muchacha pacientemente
- ¿Por qué hacen eso?
- Porque aquí todo el mundo aprecia una buena historia. - la chica se
arrellanó en su asiento cómodamente. -Vienen, se sientan al calor de la
chimenea, beben un buen vaso de vino y escuchan una agradable fantasía que les anima un poco su gris existencia. Y todo a un precio realmente razonable.
- Tú no puedes adivinar el futuro. - dijo Aguirre con amargura. - He venido hasta aquí para nada.
- Yo no he dicho eso. - replicó ella con un aire malignidad en la voz. - Lo que digo es que nadie me pide nunca ese servicio.
- ¿Por qué no?
- Mire a su alrededor. Aquí llueve mucho pero de forma descontrolada y el suelo no es muy fértil que digamos. Las cabras enanas apenas dan carne o leche. La mitad de los niños que nacen, no alcanzan a ver su décima primavera. ¿De verdad cree que necesitan que alguien les anticipe su futuro?
- Ya veo. - murmuró el hombre.
- Además. - añadió con aire misterioso - Hay algo que uno debe saber antes de aventurarse a conocer su porvenir. Pues hay un gran peligro en esto.
- ¿Qué quieres decir?
- Como decía un conocido mío “siempre en movimiento está el futuro”.
Puede cambiar con cada decisión. ¡Pero atención! Una vez que se
vislumbra, se vuelve tan inamovible como una montaña y bueno o malo, ya no se puede cambiar. Aguirre se quedó en silencio, abrumado por lo que acababa de escuchar.
- Bien, señor marqués. Es hora de decidirse. ¿Quiere que le diga el futuro o prefiere la buenafortuna?
- ¿Acaso sabes quién soy? - dijo el hombre impresionado.
- Por supuesto. - replicó la muchacha con sorna. - Mala bruja sería sino lo supiera. Y también conozco vuestras aspiraciones. Queréis saber si
podréis alcanzar un título más alto. Tal vez incluso un… trono.
- ¿Cómo osais?
- Vamos, vamos. No es momento de disimular. Lo que se hable aquí hoy, no saldrá de mis labios. ¿Os decidís de una vez?
- Adelante bruja, decidme mi futuro. ¿Ascenderé a lo más alto?
- Muy bien, qué método preferís que utilice? ¿Las cartas del tarot, los posos de té, los huesos? Elegid vuestro veneno, marqués.
- Las cartas del tarot.
- Buena elección, son muy populares en la corte francesa. - la muchacha hizo un gesto brusco y una baraja de cartas enormes apareció en su mano. Las barajó con maestría y colocó el mazo sobre la mesa. - Coged 3 cartas y ponedlas boca arriba de una en una. Pero una última advertencia, una vez empecéis, tendréis que seguir hasta el final. 

Aguirre cogió con mano temblorosa la primera carta y la puso boca arriba a un lado de la mesa.

- La primera carta representa el pasado.- dijo la bruja - Este es el Carro. Representa avanzar sobre las dificultades con éxito. Habéis tenido una vida dura a pesar vuestros privilegios señor Marqués, pero los habéis superado con férrea voluntad.
- Cualquiera que haya oído hablar de mí sabe eso. - replicó Aguirre con tono desdeñoso. Pero un temor sombrío se coló en su mente y se preguntó si la bruja podía ver en las cartas lo que tuvo que hacer para heredar el marquesado. Recordó fugazmente, la última frase que le dirigió a su hermano mayor antes de retirar sus manos de su cuello “Lo siento, pero yo me lo merezco más”. Las manos le temblaron un instante pero consiguió dominarse y colocó la segunda carta junto a la primera.

- Este naipe representa el presente. La escalera, significa la ascensión. No
hay duda.
- ¡Así pues lo lograré, será mío, el trono al fin!
- Eso no es lo que he dicho. - le advirtió la niña, pero Aguirre no la escuchó.
- ¡Seré rey!
- ¿No os olvidáis de algo mi señor?
- ¿Eh?
- La tercera carta.
- Bah, a quién le importa. No la necesito. Vos dijisteis que una vez se
vislumbra el futuro es inamovible, seré rey pase lo que pase.- dijo Aguirre con desdén.
- Os lo advertí excelencia. Una vez que se empieza, hay que llegar hasta el final.
- ¡No! ¡No más predicciones! Debo marcharme, mis hombres aguardan mi regreso para que les mande en la batalla. ¡Pronto seré rey!


Aguirre salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí con un portazo, esto generó una breve corriente de aire. La carta superior del mazo se cayó de este, quedando boca arriba. La bruja miró la carta y sonrió.


- Os dije que la segunda carta era el presente. Por supuesto que ascendéis, por la escalera de esta torre, para ser exactos. Y esta tercera carta es el futuro. El abismo, por el que sin duda, caeréis. - Un grito aterrador se escuchó procedente de las escaleras- También os dije que cuidarais donde pisabais.