Esta entrega es especial para mí, porque se trata de la primera colaboración del podcast. Carmen, fiel oyente de este podcast, se ha atrevido a saltar a la palestra y pone su fantástica voz para locutar uno de mis relatos. Mi agradecimiento infinito para ella.
Espero que más gente se anime y aporte su voz, sus relatos o ambas cosas. Como siempre aquí os lo dejo en formato audio.
Y aquí en formato escrito. Que lo disfrutéis:
Cuatro fotografías y una habitación
Acudí
al bar que hay al otro lado del parque, porque Marta había insistido
hasta la saciedad en que había hecho uno de sus descubrimientos y
por supuesto debía contármelo inmediatamente. Marta era una de esas
personas que siempre pretenden saberlo todo de los demás, fijándose
únicamente en su forma de vestir, de moverse o por el tono de su
voz. No hace falta decir, que su índice de aciertos, estaba lejos de
ser espectacular, pero de cuando en cuando acertaba. Por lo que
siempre merecía la pena, gastar media tarde en la terraza del bar
escuchando sus extrañas teorías, mientras veía a los calcinados
turistas ir camino de la playa.
Normalmente,
Marta usaba sus dotes de observación, sobre personas desconocidas,
que encontraba por la calle o por el autobús, según ella porque
adivinar cosas de gente que conocía bien, no tenía ningún mérito.
Aunque según las malas lenguas, porque así era imposible
determinar, cuando acertaba y cuando no. Por eso me sorprendió
cuando me citó en el bar para hablarme sobre un descubrimiento
sorprendente que había hecho sobre Roberto, mi novio. Dudaba que
Marta pudiera contarme algo sobre él, que yo ignorase, pero tenía
curiosidad por averiguar que es lo que sabía o creía saber.
Pasé
bajo los árboles del parque, buscando siempre la escasa protección
que brindaban sus sombras, frente al traicionero sol de julio. Pese a
que llegué con cinco minutos de adelanto, Marta ya estaba sentada en
una de las mesas con un refresco a medio beber. El sol apretaba de lo
lindo aquella tarde, por lo que el camarero, había puesto un parasol
junto a nuestra mesa, la cual quedaba sumida en una semipenubra que
ocultaba la expresión en su rostro. Tras los saludos de rigor y de
que el camarero nos trajera una ronda de bebidas, no pude reprimir
más mi curiosidad y le pedí que me contara su descubrimiento. Como
única respuesta, sacó de una carpeta de plástico duro, una
fotografía que mostraba una estancia vacía de la casa de Roberto.
La reconocí inmediatamente, se trataba de su despacho. Y digo la
casa de Roberto, porque aún no vivíamos juntos, aunque yo tenía
planes para que eso cambiara pronto.
El
despacho en cuestión, era una habitación grande, pero acogedora.
Con un sólido escritorio de roble, sobre el que había una ventana
con las cortinas siempre descorridas para que entrara el sol. Frente
a la mesa, había una cómoda silla de respaldo alto y recto. Las
paredes, pintadas de un agradable tono pastel, estaban repletas de
estanterías, llenas a partes iguales de fotos familiares y de libros
de astronomía. Que era una de nuestras mutuas pasiones. La
decoración daba un aire de amplitud, que hacía parecer la
habitación más grande de lo que era.
Realmente
la foto me gustó, ya que en ella se notaba lo mucho que nos
parecíamos, así como la gran cantidad de gustos que teníamos en
común.
-
¡Vaya! - le dije sorprendida - ¿Cuándo has sacado esa foto?
-
La semana pasada durante la fiesta de cumpleaños de Roberto. - me
respondió – Mientras estabais todos en la parcela.
-
Ya decía yo, que te habías tirado mucho tiempo en el baño. - le
dije para picarla. - Pero esta habitación la conozco de sobra y no
creo que puedas decirme nada que yo no sepa.
-
Yo creo que sí, porque mientras estaba allí, vi un álbum de fotos,
que estoy segura que Roberto no te ha mostrado jamás.
-
¿Un ábum de fotos secreto? - respondí extrañada. ¿De qué
hablas? No me dirás ahora que Roberto es un pervertido o algo así.
-
No que yo sepa, en ese álbum guarda fotos de él con sus ex-novias y
es ahí donde he hecho mi descubrimiento.
-
No me digas, que te dedicaste a hurgar en eso. Yo tampoco le enseño
a él las fotos de mis ex. Además, sabes que no soy celosa y no me
importa que las conserve.
-
Todo eso ya lo sé. - me replicó. - De lo que yo hablo es… - dudó
un segundo no sabiendo como explicarse. - Será mejor que lo veas
por tí misma. Como dice el dicho, “una imagen vale más que mil
palabras”. O en este caso cuatro imágenes.
De
la carpeta de plástico, Marta sacó 3 fotos más. En todas ellas, se
veía la misma habitación.
En
la primera fotografía, se veía a Roberto con Irene, una exnovia
suya de hace cuatro años, quien yo ya conocía y a la que tenía
catalogada como una fuerza del caos, adicta a los viajes. En seguida,
Marta me pidió que me olvidara de ellos y me fijara en la
habitación, que parecía realmente cambiada. Unas cortinas
semitransparentes con un horroroso estampado de flores, cubrían por
completo las ventanas. La mesa desaparecía bajo una enorme cantidad
de objetos decorativos y en lugar de la cómoda silla de respaldo
alto, había una incómoda silla de estilo étnico, bastante
maltratada. El color de las paredes era marrón rojizo y las
estanterías estaban cubiertas de atlas ilustrados, guías de viaje y
fotos de paisajes exóticos. Todo estaba tan atestado de trastos, que
la habitación parecía realmente pequeña.
En
la segunda fotografía aparecía Roberto con una chica desconocida,
pero vestida con el inconfundible estilo de los nuevos ricos, es
decir, lujoso, pero extravagante. Una vez más, la habitación estaba
casi irreconocible. Unas pesadas cortinas de terciopelo, tapaban por
completo la luz del sol y tan solo un rayo de luz, se colaba por un
pequeño costurón en el terciopelo. El escritorio y la silla eran de
estilo castellano antiguo, posiblemente de imitación. Las paredes
parecían encaladas y sobre ellas, no había estantería alguna, pero
sí muchas reproducciones de cuadros famosos, principalmente de la
época oscura de Goya, que daban un aire enrarecido y claustrofóbico
al cuarto.
La
última fotografía mostraba únicamente a Roberto, inclinado mirando
a un cielo totalmente encapotado por la ventana, que carecía por
completo de cortinas. Un sencillo escritorio de formica blanca y una
silla anatómica de esas que no necesitan respaldo, era el único
mobiliario junto a una pequeña estantería, en la que solo estaban
los dos tomos del María Moliner y un diccionario de sinónimos.
Las
paredes estaban pintadas de un sencillo color blanco algo
polvoriento. La foto tenía un irremediable halo de tristeza.
-
¿Con quién estaba saliendo en ese momento? - pregunté señalando
la última fotografía.
-
Con nadie. - respondió Marta. - He hablado con Ramón, el hermano de
Roberto, y él ha confirmado todas mis sospechas.
Marta
señaló con cuidado la foto que ella misma había tomado hacía una
semana.
-
Aquí, se ve claramente que está saliendo contigo, que eres una
amante de la familia y la astronomía. - mientras hablaba fué
pasando el índice por los detalles que mencionaba. - Aquí dijo
señalando a la siguiente foto, estaba con aquella neurótica de los
viajes, en esta otra estaba con Alexandra, a la que Ramón llamaba,
una pija sin dinero y esta última foto podría haberse hecho en
cualquier momento en que Roberto estuviera sin novia. Por lo que
Ramón me ha dicho, cada vez que su hermano corta con una mujer,
vacía por completo su cuarto y pone estos muebles, que por cierto
guarda en el trastero, y cuando vuelve a encontrar una chica que le
gusta, lo primero que hace es averiguar cuales son las cosas que le
apasionan, y decora su despacho en función de sus gustos.
Tras
decir esto, Marta pagó la cuenta y en un ejercicio de discreción,
inédito en ella, se fue sin decir palabra.