6/25/2020

Escuadrón Delta: Episodio X

Nueva entrega de nuestro escuadrón de Imperiales favorito.

Versión de audio:

Versión escrita:

Ronin caminaba lentamente por los desiertos pasillos del Nexu. Los pensamientos zumbaban tan velozmente por su mente, que le resultaba prácticamente imposible retenerlos. Un latigazo de dolor le recorrió la espalda y el piloto tuvo que esforzarse en no gritar. El entrenamiento al que le estaba sometiendo Raymius para mejorar su control de la Fuerza era duro y tenía una tolerancia cero con los errores.

- Cada error debe ser una lección aprendida. - le había dicho el profeta oscuro -y debo asegurarme de que no olvides ninguna.

El dolor fue remitiendo y Ronin siguió avanzando. Los pasillos de las naves imperiales eran tan monótonos y enormes como las llanuras desérticas de Tatooine o los campos de lava de Nevarro. Al cabo de un rato le resultaron totalmente indistinguibles unos de otros. “¿Ya he pasado por aquí? - se preguntó extrañado – ¿Y donde demonios está todo el mundo?”. Se asomaba a cada intersección, con la esperanza de ver algo que le indicara donde estaba, pero todo era exactamente igual. Pasillos interminables hasta donde alcanzaba la vista, sin el menor signo distintivo que los diferenciara.

“Solo tengo que encontrar al sargento de guardia. - se dijo para animarse. - Él podrá indicarme el camino.” Pero no lograba encontrarlo, ningún ser vivo a la vista, ni tan siquiera un mísero droide MSE. Hubiera dado lo que fuera por encontrar aunque solo fuera una de esos diminutos droides ratón.

Otra rampa de dolor surgió desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha.

- ¿Me temes? - le había preguntado Raymius durante uno de los entrenamientos.
- No. - había mentido Ronin con un gruñido.
- ¿Me odias?
- No. - volvió a responder Ronin, pero esta vez no estaba seguro de si mentía.
- Deberías odiarme. Es tu odio, lo que te volverá poderoso. El miedo, la ira y el odio… Debes convertir estos sentimientos en pasiones. Pues con la pasión ganas fuerza, con la fuerza obtienes poder, y a través de este, la victoria.

Siguió renqueando por los pasillos, cuando escuchó un extraño sonido en la lejanía. Parecía algún tipo de risa alienada y desagradable. Trató de acelerar para ir a su encuentro, pero a pesar de correr lo rápido que pudo, no logró avanzar más deprisa. Intentó orientarse desesperadamente, cada vez que torcía una esquina, creía que iba a encontrar la fuente del sonido, pero fracasaba una y otra vez.

Finalmente se derrumbó cansado y dolorido en una intersección. Apoyó la frente sobre un frío mamparo metálico del pasillo y cerró los ojos.

- ¿Ya te has rendido? - dijo una voz aguda y desagradable junto a su oído.

Ronin abrió los ojos sorprendido. Encaramado a su hombro estaba un diminuto mono-lagarto kowakiano. Tenía una boca desproporcionadamente grande para su pequeña cabeza, los ojos amarillentos, enanos y demasiado juntos, sobre los cuales crecía una mata de pelo ralo y desaliñado. Sus extremidades eran alargadas y huesudas, acabadas en pequeñas garras que se clavaban inmisericordes en el hombro y la espalda de Ronin. Una larga y desgarbada cola remataba el conjunto.

Ronin le lanzó un manotazo furioso, pero la criatura lo esquivó sin problema. Al menos había conseguido que se bajara de su hombro.

- ¿Es esa forma de tratar a tu totem? - le espetó la hórrida criatura al piloto.
- ¿Qué?... Espera, ¿desde cuando los monos-lagarto kowakianos hablan? - acertó a preguntar el sorprendido piloto. Hasta donde él sabía, estas criaturas no eran inteligentes. Los usaban como mascotas en ciertas partes de la galaxia y en otras… como comida.
- Soy un totem o si lo prefieres, un guía espritual animal. - respondió la criatura como si eso lo explicara todo. Pero al ver que Ronin lo miraba con evidente confusión en la mirada, continuó su explicación, con tono resignado- ¿Es que tu maestro no te ha enseñado nada? Soy una manifestación de la Fuerza Viva. Una pequeña porción del gran poder que une la galaxia, que toma forma definida. O a lo mejor soy una  simple alucinación de tu cerebro de bantha, producida por el exceso de cerveza coreliana. ¡Oye! A lo mejor estás en tu litera, inconsciente, babeando y delirando. ¿Quién sabe? Quédate con la explicación que más te convenza.

Ronin trató de concentrarse, pero una terrible jaqueca parecía empeñada en taladrarle la cabeza.

- ¿Acaso me estoy volviendo loco? - gimió el piloto.
- Es posible, es posible. - replicó el kowakiano. - Pero hagamos una cosa, por tu bien vamos a fingir que no soy un simple delirio y que realmente soy un totem de la Fuerza. ¿de acuerdo?
- Está bien. ¿Pero que demonios es un totem?
- Ya te lo he dicho. -  dijo la criatura con impaciencia – Soy una manifestación de la Fuerza. Una pequeña porción de la misma que asume una forma definida para actuar como una especie de guía espiritual.
- ¿Y por qué has asumido esta forma?
- Eso es culpa tuya. - replicó con mal disimulada ira – Si fueras un paladín de la luz, yo sería un majestuoso lobo de Lothal o al menos un astuto gato. Si fueras alguien inteligente y bondadoso, yo habría adquirido la forma de un convor, ya sabes uno de esos magníficos pájaros que representan la sabiduría. Si fueras un fiero guerrero del Lado Oscuro, yo asumiría la forma de un terrible Terentatek o por lo menos de un gran gundark, puede que incluso un imponente rancor. Pero no eres más que un pedorro, y me tengo que conformar con esta forma ridícula. Muchas gracias, por cierto. - terminó con tono sarcástico.
- Lo siento. ¿Entonces todos los portadores de la Fuerza tienen un totem?
- ¿Portador de la Fuerza? ¿Tú? - dijo el kowakiano casi escupiendo las palabras – Si acaso eres un simple usuario y date con un canto en los dientes. Y no, no todos lo tienen. A veces un totem se manifiesta ante alguien con un gran destino, ya sea portador de la Fuerza o no, para ayudarle a cumplirlo. Pero no te hagas ilusiones, que ese no es tu caso. Ni los antiguos maestros jedi, ni los lores del sith se hubieran molestado en tocarte ni siquiera usando un báculo de dos metros.
- Si eso es cierto, ¿por que Raymius me reclutó? ¿Por qué estás tú aquí? Algo importante debo de tener - replicó Ronin con orgullo.
- No te des aires de importancia. Raymius te reclutó porque su orden necesita carne de cañón. Cogen gente con una leve conexión con la Fuerza, no sea que se hagan demasiado poderosos, les dan un entrenamiento básico y venga, a luchar y morir por el Imperio. Venga, en el fondo sabes que lo que digo es cierto.
- Ya. - respondió Ronin, quien de repente veía confirmados sus más profundos temores.
- Y en cuanto a mí. Bueno, digamos que a la Fuerza a veces le da por ayudar a los pedorros. Y la galaxia sabe que tú necesitas mucha, pero que mucha ayuda.
- ¿Por qué la fuerza iba a ayudar a alguien como yo?
- ¿Quién sabe? La Fuerza es por definición inefable.
- ¿Inequé?….
- Déjalo, podría pasarme días tratando de explicártelo y no lo pillarías. Vamos a decir que el universo tiene sentido del humor, o si lo prefieres que actúa de formas misteriosas. Mira, lo que he venido a decirte, y esto es lo realmente importante, es que te van a ofrecer dos caminos… - el mono lagarto hizo una breve pausa y continuó con un susurro -  o te los ofrecerán si sobrevives a lo que está por venir.
- ¿Qué has dicho?
- Un camino podría llevarte hacia la noble luz – siguió el mono ignorándole - y el otro te llevará a una seductora aunque siniestra oscuridad.  Un totem poderoso te daría algún consejo para que te decantaras por uno u otro camino, o te diría que eligieras sabiamente. Pero yo te digo, que también podrías crear tu propia senda y al destino que lo zurzan. No todo ha de ser blanco o negro, ¿sabes?
- ¿Qué clase de consejo es ese?
- Bueno ya sabes. Solo soy una proyección de la Fuerza moldeada por tu personalidad, o una alucinación debida al exceso de bebercio y un leve trauma cerebral producido tras tu último entrenamiento con Raymius.

La cabeza de Ronin fué atravesada por un dolor agudo y todo empezó a darle vueltas.

- ¡Recuerda! - le gritó la cada vez más lejana voz del totem -No eres ni un gran héroe, ni un terrible villano. ¡Así que pasa del destino y labra tu propia senda!

Sintió que caía a través de un gran abismo y de repente chocó contra el suelo.

- ¡Ouch! - gritó Ronin de dolor.
- ¿Se encuentra bien, subteniente? - le preguntó una voz robótica.

El piloto trató de levantarse sin éxito del suelo. Miró confuso a su alrededor. Al principio le costó trabajo enfocar la vista, el dolor seguía taladrándole la cabeza, pero finalmente supo donde estaba. Distinguió las inconfundibles estancias médicas del Nexu. Un androide médico, modelo 2B, le ayudó a subirse a una camilla y le obligó a tumbarse en ella.

- Ha sufrido un leve trauma cerebral. - dijo en droide con desapasionada precisión mecánica. - ¿Qué es lo último que recuerda?
- Estaba en un pasillo de la nave hablando con un kawakiano, especialmente impertinente. - dijo el piloto aún confuso.
- Los monos lagarto kawakianos no tienen la capacidad de hablar. - replicó el androide – Y aunque la tuvieran eso no les convertiría en seres inteligentes. Sin duda ha tenido un mal sueño o ha sufrido una alucinación. Hablaré con su jefe de escuadrón, para que le aparte por ahora de las misiones. Recomendaré al menos una semana de reposo.

El droide se alejó mientras Ronin, se sumía en un oscuro sueño, en el que una voz chillona le gritaba algo en la lejanía.

-¡Espabila pedorro!

6/14/2020

Veinteava entrega del podcast: La asamblea de las matemáticas

Hola a todos, seguimos con las colaboraciones, esta vez contamos con un relato de Jaime Padín,  quien además de escribir estupendos relatos, está embarcado en un proyecto personal de acercar la electricidad a un hospital, una escuela de formación profesional agraria y tres internaddos en la comunidad rural de Natete-Netia, en la provincia de Nampula, al norte de Mozambique. Si queréis saber más de esta fantástica iniciativa, por favor pasad por su blog cualquierotracosa.es, no dejéis de echarle un vistazo porque realmente merece la pena.

Gracias a todos los que han colaborado con sus voces: DarkCrow, Paula, Raquel, Mario, Álvaro, Juan M. V., Dulcinea del Toboso y Pepita Parker.

Versión de audio:

Versión escrita:

– Señores, señores, por favor, tengan la bondad. Les ruego un poco de silencio.
Miembros del álgebra, la aritmética y el cálculo habían acudido de todos los rincones del mundo a
la asamblea. Había una gran expectación y, por qué no decirlo, preocupación por el tema que allí se
trataba: el progresivo crecimiento del número π y sus fatales consecuencias para el universo
matemático.
–Tiene la palabra la interrogación –continuó diciendo el presidente.
–Con la venia –contestó cortésmente la interrogación–. Que nuestro colega π padece un
sobredimensionamiento y que eso conlleva un gran peligro es algo evidente, sinceramente, no creo
que debamos seguir perdiendo más tiempo en este punto. Lo que realmente nos tenemos que
preguntar es: ¿Podemos hacer algo para corregirlo? ¿Existe alguna solución para este problema?
–Me temo que ninguna –respondió el signo menos-. Llevamos todo el día debatiendo y no
encontramos ninguna solución. π no hace nada más que crecer y crecer, y así seguirá hasta que
explote y nos arrastre a todos con él. Asumámoslo ¡Será el fin de las matemáticas!
–Seguro que hay una solución –replicó el signo más–, es más, ¡Tiene que haber una solución! Lo
único que tenemos que hacer es encontrarla.
–De nada sirve perseguir quimeras -dijo la división-. Propongo que aquellos que estén de acuerdo
con el signo más continúen con el debate y el resto abandonemos la asamblea.
–¡Discrepo! –exclamó la multiplicación-. Ante un problema como éste debemos permanecer unidos,
al fin y al cabo, es un asunto que nos afecta a todos.
–Caballeros, caballeros, por favor –dijo el signo igual–. Llevamos todo el día discutiendo sobre el
futuro de nuestro colega y todavía no le hemos oído pronunciarse. Considero que, como cualquiera
de nosotros, tiene derecho a dar su opinión.
–El signo igual tiene razón, por favor señor π, tenga usted la bondad –dijo el Presidente señalando
el estrado.
π, que hasta aquel momento había permanecido fuera de la sala asomando la cabeza por la puerta,
se dirigió muy lentamente hacia el atril, arrastrando pesadamente su cuerpo sobre una alfombra roja
que con cada paso desaparecía bajo sus pies Apenas asomaba por la puerta una parte minúscula de
sí mismo cuando ya había ocupado prácticamente toda la tarima. El sudor de su frente, sus mejillas
sonrojadas y la respiración entrecortada delataban el gran esfuerzo que aquella peregrinación había
supuesto para él. Sus costuras, tensas y muy forzadas, amenazaban con ceder en cualquier
momento.
–Señor Presidente, estimados colegas –comenzó a decir π todavía jadeante–. Siento mucho ser el
foco de sus preocupaciones. Nací siendo un 3, fruto de la relación entre una circunferencia y su
diámetro. Era un poquito más grande que los 3 de mi edad, pero eso en principio no supuso ningún
problema. Con el tiempo pasé de ser un 3, a ser un 3’1416, luego un 3’1415926, más tarde un
3’14159265359 y así hasta los más de 2,7 billones de dígitos que actualmente me siguen y me
persiguen. Comprendo la preocupación de los miembros de la asamblea, pues a este ritmo habrá
más números en mi interior que en todo el universo matemático y mi desbordamiento provocaría un
hecatombe en las ciencias sin parangón, pero les aseguro que no soy capaz de controlarlo, y
créanme que lo he intentado. La dieta del redondeo no me ha funcionado, y la realidad es que sigo
creciendo y creciendo sin control. Sinceramente, no sé qué hacer para repeler las cifras, y créanme
que lo intento.
Aquellas palabras acompañadas de las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos enmudecieron
el auditorio. El crecimiento de π preocupaba a los asistentes, pero π no era un mal número y todos
lo sabían. Quien más o quien menos todos los allí presentes habían formado parte de una forma o de
otra en algún problema sin resolver y eran conscientes de la frustración que eso suponía.
Tras unos minutos en silencio finalmente el presidente tomó de nuevo la palabra.
–Caballeros, me temo que nos encontramos entonces en el mismo punto que cuando comenzamos
esta reunión. Con un gran problema y ninguna solución. Es inútil que sigamos alargando por más
tiempo esta asamblea. Como dice nuestro colega el signo menos no nos va a quedar más remedio
que asumirlo, las matemáticas están perdidas. Así que si nadie tiene nada más que añadir…
–Un portero – se escuchó decir desde el fondo del hemiciclo.
Todos los asistentes se giraron buscando el origen de aquellas palabras.
–Sí, un portero –repitió tímidamente un joven que se hallaba sentado en una esquina en la última
fila. Era el número e que hasta aquel momento había permanecido callado, escuchando los
razonamientos de sus colegas más veteranos. Comprendía mejor que nadie la trascendencia del
asunto pues, si bien en menor medida, compartía el mismo problema que su colega -. Si lo que π
quiere es no dejar entrar a nadie sin su permiso, lo que tenemos que hacer es poner un portero que
controle el acceso.
Un murmullo generalizado se escuchó en la sala.
–¿Poner un portero al número π? Eso es absurdo –replicó el signo menos.
–Efectivamente –contestó e–, es una idea absurda, pero si con la lógica no hemos sido capaces de
encontrar una solución al problema de π, tal vez ponerle un portero funcione, al fin y al cabo π no
deja de ser un número irracional, ¿y hay algo más irracional que ponerle un portero a un número?
Tras unos minutos debatiendo la propuesta finalmente la asamblea acordó, quizás más por
cansancio que por convicción, ponerla en práctica. Podría ser una idea absurda, pero era la única
idea que tenían y antes que no hacer nada para resolver el problema prefirieron hacer cualquier otra
cosa.
A la mañana siguiente entró en vigor el derecho de admisión para el número π. Nombraron portero
al punto, el cual, situado al final de π, ejercía con gran celo su trabajo, impidiendo el paso a ninguna
cifra sin invitación. Y aquella idea funcionó. π dejó de crecer sin control y las matemáticas se
salvaron de su particular cataclismo.
Hay veces que las ideas más absurdas son precisamente las que mejor funcionan, y de la misma
manera que con un punto se terminó el problema, también con un punto finaliza esta historia.