10/31/2024

Vigesimo sexta entrada del Podcast: La ascensión

 Hola de nuevo, nada mejor para celebrar Halloween que un relato de terror. Espero que lo disfrutéis.


Versión de audio:

Versión escrita:

El capitán Aguirre azuzó a su caballo en dirección a la colina, dejando atrás la destartalada aldea, compuesta por apenas un puñado de casas
desperdigadas, rodeadas de campos de labor agotados y rebaños de cabras enanas famélicas.


Frente a él se alzaba la colina y dominando su cumbre estaba una ruinosa casa-torre. Se trataba de una estrecha edificación de planta octogonal, de unos tres o cuatro pisos de altura. La piedra que conformaba sus muros era mucho más oscura que el entorno circundante, lo que le confería un aspecto siniestro. Un cielo cargado de nubes de tormenta, y los ocasionales relámpagos no contribuían a hacer la casa-torre menos amenazante.
 

El caballo resbaló varias veces en las losas de piedra cubiertas de pútrido musgo, que conformaban el camino a la casa. Finalmente consiguió llegar hasta la puerta realizada en madera de tejo negro. 

Aguirre amarró su montura a un poste cercano y al acercarse a la entrada distinguió una aldaba, que colgaba de un adorno metálico medio corroído con forma de cabeza de lobo. Al tratar de llamar, la puerta se abrió sin esfuerzo.


El interior era húmedo, frío y oscuro. Aguirre pudo distinguir una pequeña habitación a modo de recibidor. La estancia estaba vacía, y en cada pared había una puerta, pero solo una de ellas estaba abierta. A través de ella llegó una voz aguda y sugerente que parecía llegar desde lejos:


- ¡Pase! No sea tímido. - le invitó la voz. Al atravesar la puerta entreabierta, descubrió una escalera de caracol
ascendente.
- Suba, por favor. - volvió a insistir la voz.
 

Los peldaños estaban realizados en madera reseca que crujía
ominosamente con solo apoyar el pie en ellos. Carecía de barandilla y contra más se subía, más atrayente se volvía el oscuro pozo de negrura que se abría en el centro de la escalera. Al apoyar el peso en uno de los escalones, este se ladeó de forma peligrosa. A duras penas, Aguirre logró agarrarse a una grieta del muro para no caer.


- Cuidado donde pisa. - le advirtió la voz con un tono levemente burlón y una risita.


Tras unos momentos logró recobrar el aliento y continuó la ascensión hasta llegar a otra puerta entornada. Al atravesarla una luz tétrica le envolvió. En cuanto sus ojos se hubieron habituado, pudo darse cuenta de que se encontraba en una pequeña habitación iluminada por antorchas en las paredes y por una pequeña chimenea, que caldeaba la estancia. Las paredes estaban cubiertas de estantes repletos de libros, cachivaches y chismes pequeños de origen y función desconocidos, amén de frascos con líquidos de colores en los que flotaban cosas o tal vez seres, sobre los que quizá era mejor no especular.

 

En el centro de la habitación había una mesa camilla con un candelabro, un orbe de cristal agrietado y un par de sillas. Sentada en una de ellas había una niña de edad indeterminada. Tenía la tez pálida y el pelo negro como ala de cuervo. Llevaba un vestido de paño grueso, tan oscuro como su pelo y en su regazo descansaba un conejo de pelaje níveo. Aguirre notó que el animal tenía un ojo azul y el otro rosáceo.
- Hola. - le saludó la niña con despreocupación. - Siéntese, estará agotado por la subida. - añadió con tono de burlón.
- Es.. estoy bien. - jadeó Aguirre, tratando de mantener la dignidad. Pero acabó desplomándose de forma poco digna en la silla libre.
- No se preocupe. - le espetó la niña con condescendencia. - Vivir en una casa-torre es un no parar de subir y bajar escaleras. Busques lo que
busques, siempre está en otra planta.
- ¿Dónde está la bru…? ¿Quiero decir, la dueña de la casa? - preguntó
Aguirre bruscamente tratando de recuperar la iniciativa.
- Aquí solo estoy yo. - respondió la joven con tranquilidad. El conejo se removió en su regazo. - Quiero decir, que solo estamos Lavinio y yo. - añadió con voz conciliadora, mientras acariciaba al animal.


El hombre la miró desconcertado y habló sin pensar.
- Entonces… ¿tú eres la bruja de la que todos hablan?
- Eso depende de lo que entienda usted por bruja. - respondió la muchacha sin alterarse. - Por aquí a cualquier mujer que demuestre inteligencia, vista de negro, que sepa de hierbas, tenga una mascota peluda y que no dependa de nadie para sobrevivir, la llaman bruja y cosas peores.
- ¡Pero eres solo una niña!
- Si usted lo dice. - replicó ella con una sonrisa burlona. Aguirre se quedó un momento en silencio meditando.
- Pero he escuchado que aquí viene la gente a que le adivinen el futuro y eso es brujería. - dijo con seriedad y un punto de ansiedad.
- En absoluto. - replicó la chica indignada como si hubiera escuchado una estupidez. - Nadie es tan tonto por aquí como para pedir algo así.
- Pero me han dicho…
- Lo que le habrán dicho - le interrumpió - es que aquí vienen a que les diga la buenaventura.
- ¿Y acaso no es lo mismo? - preguntó Aguirre irritado.
- En absoluto. - Insistió la chica con un gesto desdeñoso de la mano. Y
volvió a adoptar el tono condescendiente que se suele usar para explicar algo a un niño pequeño o a un adulto no demasiado avispado - La buenaventura, como su propio nombre indica es una versión enormemente edulcorada del porvenir, lo que debería ser el futuro si viviéramos en un mundo feliz y no en este valle de lágrimas. Lo más probable es que la buenaventura solo se cumpla cuando las cabras vuelen. Aunque quién sabe, con el viento que sopla aquí a veces, igual tienen suerte. - concluyó con una risita. 

Mientras hablaba, el viento soplaba en el exterior, de forma inmisericorde. 

- Pero entonces. Todo es una farsa, usted engaña a esas pobres gentes. -gruñó Aguirre señalando un ventanuco a través de cuyo cristal se
vislumbraban las lejanas casas de la aldea.
- Ellos saben perfectamente lo que es la buenaventura. Nadie es engañado.- replicó la muchacha pacientemente
- ¿Por qué hacen eso?
- Porque aquí todo el mundo aprecia una buena historia. - la chica se
arrellanó en su asiento cómodamente. -Vienen, se sientan al calor de la
chimenea, beben un buen vaso de vino y escuchan una agradable fantasía que les anima un poco su gris existencia. Y todo a un precio realmente razonable.
- Tú no puedes adivinar el futuro. - dijo Aguirre con amargura. - He venido hasta aquí para nada.
- Yo no he dicho eso. - replicó ella con un aire malignidad en la voz. - Lo que digo es que nadie me pide nunca ese servicio.
- ¿Por qué no?
- Mire a su alrededor. Aquí llueve mucho pero de forma descontrolada y el suelo no es muy fértil que digamos. Las cabras enanas apenas dan carne o leche. La mitad de los niños que nacen, no alcanzan a ver su décima primavera. ¿De verdad cree que necesitan que alguien les anticipe su futuro?
- Ya veo. - murmuró el hombre.
- Además. - añadió con aire misterioso - Hay algo que uno debe saber antes de aventurarse a conocer su porvenir. Pues hay un gran peligro en esto.
- ¿Qué quieres decir?
- Como decía un conocido mío “siempre en movimiento está el futuro”.
Puede cambiar con cada decisión. ¡Pero atención! Una vez que se
vislumbra, se vuelve tan inamovible como una montaña y bueno o malo, ya no se puede cambiar. Aguirre se quedó en silencio, abrumado por lo que acababa de escuchar.
- Bien, señor marqués. Es hora de decidirse. ¿Quiere que le diga el futuro o prefiere la buenafortuna?
- ¿Acaso sabes quién soy? - dijo el hombre impresionado.
- Por supuesto. - replicó la muchacha con sorna. - Mala bruja sería sino lo supiera. Y también conozco vuestras aspiraciones. Queréis saber si
podréis alcanzar un título más alto. Tal vez incluso un… trono.
- ¿Cómo osais?
- Vamos, vamos. No es momento de disimular. Lo que se hable aquí hoy, no saldrá de mis labios. ¿Os decidís de una vez?
- Adelante bruja, decidme mi futuro. ¿Ascenderé a lo más alto?
- Muy bien, qué método preferís que utilice? ¿Las cartas del tarot, los posos de té, los huesos? Elegid vuestro veneno, marqués.
- Las cartas del tarot.
- Buena elección, son muy populares en la corte francesa. - la muchacha hizo un gesto brusco y una baraja de cartas enormes apareció en su mano. Las barajó con maestría y colocó el mazo sobre la mesa. - Coged 3 cartas y ponedlas boca arriba de una en una. Pero una última advertencia, una vez empecéis, tendréis que seguir hasta el final. 

Aguirre cogió con mano temblorosa la primera carta y la puso boca arriba a un lado de la mesa.

- La primera carta representa el pasado.- dijo la bruja - Este es el Carro. Representa avanzar sobre las dificultades con éxito. Habéis tenido una vida dura a pesar vuestros privilegios señor Marqués, pero los habéis superado con férrea voluntad.
- Cualquiera que haya oído hablar de mí sabe eso. - replicó Aguirre con tono desdeñoso. Pero un temor sombrío se coló en su mente y se preguntó si la bruja podía ver en las cartas lo que tuvo que hacer para heredar el marquesado. Recordó fugazmente, la última frase que le dirigió a su hermano mayor antes de retirar sus manos de su cuello “Lo siento, pero yo me lo merezco más”. Las manos le temblaron un instante pero consiguió dominarse y colocó la segunda carta junto a la primera.

- Este naipe representa el presente. La escalera, significa la ascensión. No
hay duda.
- ¡Así pues lo lograré, será mío, el trono al fin!
- Eso no es lo que he dicho. - le advirtió la niña, pero Aguirre no la escuchó.
- ¡Seré rey!
- ¿No os olvidáis de algo mi señor?
- ¿Eh?
- La tercera carta.
- Bah, a quién le importa. No la necesito. Vos dijisteis que una vez se
vislumbra el futuro es inamovible, seré rey pase lo que pase.- dijo Aguirre con desdén.
- Os lo advertí excelencia. Una vez que se empieza, hay que llegar hasta el final.
- ¡No! ¡No más predicciones! Debo marcharme, mis hombres aguardan mi regreso para que les mande en la batalla. ¡Pronto seré rey!


Aguirre salió de la estancia cerrando la puerta tras de sí con un portazo, esto generó una breve corriente de aire. La carta superior del mazo se cayó de este, quedando boca arriba. La bruja miró la carta y sonrió.


- Os dije que la segunda carta era el presente. Por supuesto que ascendéis, por la escalera de esta torre, para ser exactos. Y esta tercera carta es el futuro. El abismo, por el que sin duda, caeréis. - Un grito aterrador se escuchó procedente de las escaleras- También os dije que cuidarais donde pisabais.

9/25/2024

Decimotercer entremés

Los peligros de la redacción y las difíciles relaciones laborales entre departamentos, también afectan a los villanos. Me encantaría poder decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero...


Versión de audio:


Versión de texto:

Medianoche en el castillo del Doctor SoyMalote.

- ¡Aigor! Me han dicho que el Departamento de Pruebas, ha vuelto a hacer la auditoría del plan de pruebas funcionales del nuevo modelo de androide letal bailongo y por tercera vez nos han dado un incorrecto. ¡A qué se debe esta incompetencia!
- Verá Amo, el androide funciona bien, se trata de un simple problema de lo que yo llamo “redacción para memos”.
- ¿Redacción para memos? ¿Pero que estupidez es esa?
- Como sabe, cada nuevo modelo que diseñamos y fabricamos se ve sometido a un riguroso plan de pruebas, a fin de garantizar nuestros… aaah… estándares de calidad.
- Por supuesto que lo se, ve al grano.
- Bien Amo. El departamento de pruebas exige que ese plan quede documentado por escrito, de tal forma que cualquier persona que lo lea, pueda entenderlo y ejecutarlo sin problemas. Y ahí es exactamente donde está el problema, no el androide, ni el propio plan, sino en la redacción del mismo.
- No lo entiendo, es que acaso no sabes escribir Aigor.
- Por supuesto que sí Maestro, el problema es que la gente de pruebas, en concreto el inspector Pánfilo Mentecatus, insiste en en que las instrucciones sean redactadas como si el lector fuera un auténtico memo.
- Bueno Aigor, no tiene nada de malo ser lo más claro posible.
- Le pondré un ejemplo. Antes teníamos dos pruebas para testar el sistema de puntería del androide. En la primera tenía que disparar y acertar a tres objetivos inmóviles, y en la segunda tenía que hacer lo mismo con 3 objetivos en movimiento. Las instrucciones de la primera prueba estaban redactadas así:

  1. Activar sistema de puntería.
  2. Fijar los objetivos inmóviles
  3. Disparar
  4. Comprobar que se ha eliminado a los blancos.

- Parecen unas instrucciones bien redactadas y fáciles de entender Aigor.
- ¿Verdad que sí? Y las instrucciones de la segunda prueba eran las mismas, solo que en lugar de decir “Fijar los objetivos inmóviles” se decía “Fijar los objetivos móviles”.
- ¿Y entonces de que se queja la gente de pruebas?
- Como ambas pruebas eran prácticamente idénticas, nos pidieron que las fusionáramos en una sola, que cubriese toda la funcionalidad.
- Bien, parece lógico, así solo hay que mantener la documentación de una prueba en lugar de dos.
- Correcto, Amo. Así que hice lo que me pidieron, especifique que en la prueba en lugar de tres objetivos , ahora hay seis, aclarando que tres de ellos pertenecían a la antigua prueba uno y los otros tres a la antigua prueba dos. Y cambié las instrucciones del punto dos para que dijeran simplemente “Fijar los objetivos”.  
- Y una vez más sigo sin ver el problema Aigor. ¿Me quieres decir de una vez porque nos han dado el incorrecto?
- Cuando el inspector Mentecatus leyó las instrucciones de la prueba, tenía varias opciones:

  1. Fijar solo los objetivos inmóviles.
  2. Fijar solo los objetivos móviles.
  3. Fijarlos todos o al menos uno de cada tipo.
  4. No hacer nada, decir que la prueba es incorrecta y exigirme que ponga una nota aclaratoria especificando que objetivos hay que seleccionar, porque tal y como está redactada la prueba actualmente es completamente imposible saber lo que hay que hacer.

- Ahora lo pillo. Pues ya sabe Aigor, redacte para memos... redacte para memos.

3/03/2024

Duodecimo entremés

 Nuevo entremés, con casi un año de retraso.

Versión de audio

Versión escrita:

Medianoche en el castillo del Doctor Soymalote.

- ¡Aigor!
- ¿Sí, Maestro?
- El equipo de pruebas, ha estado testando a fondo nuestro nuevo dron espía y han redactado un informe con los fallos que han encontrado, así como sus sugerencias de mejora. Léelo y haz los ajustes necesarios.
- Por supuesto amo. Sólo tienen que mandármelo por email y me pondré con ello inmediatamente.
- Error total. Por directiva de la empresa, estos informes ya no se mandan por correo. Ahora se almacenan en nuestro gestor de tareas online.
- Ya veo. Pero hay un problema, como la empresa no ha comprado suficientes licencias del gestor para todos los empleados, yo no tengo acceso al mismo.
- No hay problema, aquí tienes el enlace al gestor de tareas.
- Pero Maestro mientras no tenga un usuario y contraseña con un licencia válida, seguiré sin poder acceder.
- Siempre tan negativo Aigor. Afortunadamente he previsto esta contingencia. He ordenado al equipo de pruebas que genere un enlace directamente al informe, por lo que no es necesario pasar por el gestor.
- Gran idea Amo. ¿Y dónde está ese enlace directo?
- Pues dónde va a estar mentecato. Escrito en la primera página del informe.
- ¿Se refiere al informe que ha redactado el equipo de pruebas sobre el dron?
- ¡Pues claro! ¿A qué otro me iba a referir si no?
- Es decir que el enlace al informe, está dentro del propio informe, el cual sigue en el gestor, al que yo, no tengo acceso.
- Por supuesto que… eeehhhh. Mira, como eres tan inútil, les ordenaré a los de pruebas que te lo manden por email.
- ¿Pero eso no va en contra de la directiva de la empresa Amo?
- ¡Yo soy la empresa Aigor! ¡Y aquí se hace lo que a mi de la gana! Y una cosa más Aigor.
- ¿Sí Maestro?
- Cuando acabes con los drones. Irás a probar la velocidad y ferocidad de nuestros tiburones, ya sabes los que custodian la entrada submarina a nuestra base secreta. Ahí tienes unas aletas y un tubo de respiración. ¡Bwahahaha!


5/02/2023

Vigésimo quinta entrada del Podcast: El robo del facsímil.

 Hola de nuevo. Tras otro larguísimo parón, vuelvo con fuerzas renovadas y un nuevo relato de terror bajo el brazo. Este es de los truculentos, así que cuidado con reproducirlo a todo volumen cerca de gente sensible. Estáis avisados.

Vamos con la versión de audio:

Y como es costumbre con la versión escrita:

El profesor Enoch, se bajó apresuradamente de su viejo automóvil Ford T de segunda mano y encaró a pie la pequeña, aunque empinada colina, en que se convertía la calle Lake en su último tramo. El baqueteado automóvil, había vivido tiempos mejores desde que salió de la fábrica 12 años antes, y el anterior propietario no había cuidado bien del pequeño motor de 4 cilindros, que en su actual estado no se encontraba en condiciones de afrontar la parte más escarpada de la cuesta.

El objetivo del profesor, era la última y solitaria casa de la calle. Una edificación de estilo colonial tardío, que aunque invadida por la carcoma, transmitía una contradictoria sensación de solidez. La casa estaba rodeada de una parcela cercada por un muro de ladrillo, que la aislaba de los escasos transeúntes que se tomaban la molestia de subir hasta allí

Enoch era un hombre delgado y nervudo. Parecía tener el cuerpo hecho exclusivamente de huesos y tendones, recubiertos de una piel tan curtida como el cuero viejo. Las canas habían iniciado su invasión inexorable desde muy joven, y ahora que se acercaba a la cuarentena, le hacían aparentar ser 10 años más viejo. Vestía ropas de buen paño, aunque con muy usadas, y la forma en que cojeaba al andar, desmentía que el uso de su bastón fuera una simple cuestión de moda.

La noche se cernía ya ,cuando el profesor encaraba los últimos metros de la cuesta. A pesar de que el farolero había realizado su labor hacía ya rato, las pocas luces de gas apenas se bastaban para iluminar la zona, dándole a la casa un aspecto siniestro.

Al llegar a la entrada, el profesor dejó pasar unos instantes hasta recuperar el aliento. Finalmente llamó a la puerta, con un único y vigoroso campanillazo que casi sonó como la campana de una iglesia. Pasados unos instantes, le abrió la puerta una mujer joven que le escrutó de arriba abajo, sin disimulo alguno.

    -    Soy el profesor Enoch de la Universidad de Miskatonic. Eh, creo que me está aguardando el inspector Bancroft. Si fuera tan… amable de anunciarme yo…

Se interrumpió bruscamente al ver, demasiado tarde, la placa de policía que la mujer lucía en la solapa de la chaqueta, con la que cubría su vestido. Enoch se maldijo mentalmente a sí mismo por su metedura de pata. Por supuesto era consciente que al abrigo la creciente popularidad de Alice Clement, una de las primeras mujeres policías de Chicago, quien se había destacado por sus brillantes éxitos en la lucha contra el crimen. Un discreto, aunque creciente número de agentes femeninas, había empezado a ejercer por todo el país. Y por lo visto, el departamento de la ciudad de Arkham contaba ahora con una de aquellas mujeres

    -    Disculpe mi torpeza, agente. No quería faltarle al respeto.
    -    Discúlpeme usted a mí, Profesor. Pero aguardaba la llegada del Doctor Armitage. - le interrumpió la mujer, con sequedad.
    -    Lo sé, pero me temo que el Doctor podría demorarse más de lo que espera, puesto que se ha visto obligado a marchar urgentemente a la localidad de Dunwich, para atender unos asuntos. Francamente, no sabemos cuándo tiene previsto su regreso. Por esa razón, el Decano me ha pedido que venga a asistirles en lo que pueda. La Universidad de Miskatonic siempre está dispuesta a colaborar con las fuerzas del orden.
    -    Ya veo. En ese caso le agradezco su colaboración. - contestó la mujer con un tono de voz un poco más amable, al tiempo que le franqueaba la entrada a la casa  - Me llamo Alice Wallace y soy la responsable de esta investigación.
    -    ¿Es usted la agente al cargo? - se extrañó Enoch -Pensaba que nos había contactado el inspector, como en ocasiones anteriores.
    -    El inspector Bancroft, como la mayoría de los agentes, están trabajando sin descanso en los recientes asesinatos. Así que me han dejado a mí al cargo de los delitos menores, como el robo que nos ocupa esta noche. - contestó Wallace con cierto toque de amargura mal disimulada.
    -    Comprendo. - se limitó a decir el profesor

Al igual que la mayoría de los habitantes de la ciudad de Arkham, Enoch se había sentido horrorizado ante los cruentos asesinatos que habían sacudido la ciudad. El primero se había producido hacía poco más de dos meses. Se trató del hallazgo de un hombre totalmente desollado en la zona de los arrabales.

A pesar del tiempo transcurrido, solo se pudo averiguar la identidad de la víctima, un vagabundo borrachuzo, con un amplio historial de violencia y habitual de la prisión. De no ser por el hecho de que su cuerpo había sido totalmente desollado, nadie le hubiera dado demasiada importancia al crimen.

El siguiente asesinato se produjo unas dos semanas después, se trataba de un obrero de la construcción con varias denuncias  de violencia doméstica a sus espaldas. El hombre conservaba la piel, pero apareció colgado por los pies de una farola, con un amplio corte que le rebanaba el cuello. Lógicamente debería haber un gran charco de sangre bajo él, pero apenas se encontró sangre.

Un mes más tarde se encontró el tercer cadáver, tan degollado y desangrado como el segundo, solo que esta vez se trataba de un joven estudiante universitario. Según sus conocidos, el chico era una amable que jamás se metía en líos.

La policía de Arkham iba de cabeza. No parecía haber relación entre las víctimas y todavía no estaba totalmente claro si el primer asesinato estaba relacionado con los otros dos. La desmesurada cobertura de la prensa, tanto del Advertiser de Arkham como de la Gaceta, habían logrado que nadie en la ciudad hubiera podido olvidar el asunto. La presión, para el alcalde Peabody y para la Policía, era inmensa. Por lo que no era de extrañar que se hubieran destinado la mayoría de los agentes a resolver el asunto.

Conociendo al misógino Jefe de Policía, a Enoch no le extrañaba demasiado que hubiera dejado en manos de una agente novata el caso de un simple robo. Pero lo cierto es que se alegraba. El inspector Bancroft,  con quien ya había tenido la desgracia de colaborar en un par de ocasiones, era el típico hombre más interesado en quedar bien ante sus superiores, que en resolver realmente las investigaciones. Por lo que siempre detenía un culpable, pero raramente recuperaba lo robado. Ya que para el inspector, cualquier vagabundo era culpable de algo y lo mismo daba arrestarle por el delito que investigaba que por cualquier otro.

Wallace tenía una mirada decidida y contaba con el arrojo de la juventud, por lo que el profesor esperaba que aún no estuviera corrompida por la desidia y la decepción.

    -    Puede entrar. - dijo la agente - Pero trate de no tocar nada a menos que sea estrictamente necesario. Esta es ahora la escena de un crimen… supuestamente, al menos.
    -    ¿Qué quiere decir con “supuestamente”? - inquirió el profesor
    -    Ahora lo verá. - dijo ella cripticamente.

Avanzaron por el pasillo camino al salón, mientras Enoch examinaba a la agente Wallace. Se trataba de una mujer joven, de cabello corto y negro como ala de cuervo. Ojos del color del acero, y expresión decidida. Llevaba un vestido parisino de corte sencillo pero elegante  y una chaqueta con amplios bolsillos. El bulto de uno de ellos delataba un arma de fuego de pequeño calibre. Los zapatos eran cómodos. Ideales para pasar mucho tiempo de pie o para lanzarse a la persecución de algún delincuente.

El salón era una sala grande, bien iluminada con grandes lámparas de gas, con las paredes cubiertas por estanterías que se alzaban desde el suelo hasta el techo, repletas de grandes libros bien cuidados. El centro de la estancia estaba ocupado por una gran mesa, donde se encontraban diversos utensilios de escritura y encuadernación de libros. Tras la mesa, desparramado sobre una silla, se encontraba un anciano delgado como un junco y con el rostro demacrado. No parecía haberse aseado en días y sus ropas estaban arrugadas y cubiertas de manchas rojizas.

Por un momento Enoch se temió que el hombre estuviera muerto, pero en seguida le oyó murmurar frases ininteligibles. Al principio no reconoció al anciano que tenía ante sí, pero finalmente cayó en la cuenta de que se trataba del señor Spooner, el dueño de la casa en la que estaban. Enoch lo conocía bien y sin embargo había sufrido un cambio tan radical en su aspecto, que tan solo al escuchar su voz pudo al fin reconocerle.

    -    Por el amor de Dios. - murmuró Enoch -¿Qué le ha pasado, Spooner?

El anciano no le respondió, solo parecía murmurar de manera incoherente palabras o puede que frases. Era difícil entenderle, puesto que hablaba con un hilo de voz.

    -    Et filii numquam moriuntur, nisi ad matrem Hydram et patrem Dagon… perímene oneirevómenos… fi manzilih…
    -    Está mezclando idiomas-  dijo Enoch acercándose para poder escuchar - latín griego y… ¿árabe?
    -    ¿Puede traducir? - preguntó Wallace mientras sacaba una libreta para tomar notas.
    -     “Y los niños nunca deben morir, solo regresan a la Madre Hidra y al Padre Dagón…” - recitó Enoch - “Espera soñando…”,  “En su casa…”.
    -    ¿Tiene algún sentido algo de todo esto para usted, profesor?
    -    No, aunque la primera frase me resulta familiar. Debo de haberla leído o escuchado en alguna parte, aunque no recuerdo dónde, ni cuándo.

El viejo Spooner siguió hablando de manera incoherente.

    -    Ya he avisado al personal del sanatorio psiquiátrico para que se hagan cargo de él.- Suspiró la mujer - Supongo que no podemos contar con su colaboración, para que nos aclare lo que ha pasado.
    -    Eso mismo le iba a preguntar yo agente. ¿Por qué estamos aquí?
    -    Con sinceridad, todavía no lo tengo del todo claro. Esta mañana fuimos requeridos por la señora Piper, el ama de llaves del señor Spooner. Por lo visto había sido dispensada de sus labores hacía ya más de dos meses. El Señor Spooner recibió un encargo muy importante de un cliente europeo y su comportamiento se volvió rápidamente errático y algo paranoico, por lo que no tardó mucho en despedir a todo su servicio. - La agente consultó su Block de notas - Si lo he entendido bien, El señor Spooner se dedica a hacer copias de libros famosos.
    -    Facsímiles. - le interrumpió Enoch con voz ligeramente irritada.
    -    ¿Disculpe?
    -    Digo, que Spooner no se dedica a elaborar simples copias, sino facsímiles.
    -    ¿Qué es exactamente un facsímil?
    -    Es una reproducción exacta de un escrito. - explicó Enoch con su mejor tono catedrático.
    -    Vamos, una copia, pero hecha con mucho esmero. - replicó Wallace con cierto sarcasmo.
    -    No lo entiende. Es mucho más que una simple reproducción. Se trata de una copia exacta del original, se intenta usar los mismos materiales y técnicas utilizadas en la creación del volumen original, incluso se reproducen las mismas erratas y los estragos ocasionados por el tiempo. Si el libro primigenio tuviera, digamos, una mancha de café en una de sus páginas, el facsímil también debería llevarla. ¿Entiende?
    -    Ya veo. - respondió la agente no demasiado convencida.
    -    No se suelen hacer facsímiles de cualquier volumen. - continuó Enoch - Si no más bien de auténticas obras de arte e incunables, como el “Libro de los dichos y hechos del rey don Alonso” de Antonio Beccadelli. Escrito en el siglo XVI en Valencia, o el “Maellus Maleficarum” recopilado por dos monjes dominicos alemanes, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger allá por el 1486. ¿Comprende?
    -    ¿Así que estamos hablando de libros muy caros? - preguntó Wallace, empezando a sospechar que su simple caso de robo se había vuelto repentinamente más interesante.
    -    Ciertamente, dependiendo del libro o libros que se hayan robado, podemos hablar de sumas entre 500 y 8.000 dólares, puede que incluso más.
    -    ¡Fiuuu! - silbó la mujer - Y supongo que las copias, costarán mucho menos.
    -    No me ha entendido agente. Eso es lo que pueden costar los facsímiles. Los originales son inmensamente más valiosos.

Por primera vez la agente se quedó sin palabras. Pero se recuperó admirablemente.

    -    Por fin entiendo porque han robado en casa de un simple librero.
    -    Yo no diría que el viejo Spooner tenga nada de simple. De hecho, es un editor bastante acaudalado. Lo cual, como dirían ustedes es… “un buen móvil para un robo”.
    -    Bien, lo primero es determinar qué han robado. Por eso precisamente pedí ayuda al Doctor Armitage. -  Wallace volvió a consultar su Block de notas. -Como ya he dicho, según el ama de llaves, la señora Piper. Hace poco más de tres meses, el señor Spooner recibió un encargo por telegrama, de un cliente europeo, entiendo ahora que le pidió realizar un facsímil de algún libro en concreto.

“Si bien, la señora Piper no ha sabido decirme el nombre del cliente. A los pocos días, el Señor Spooner realizó un viaje a Europa (aún tengo pendiente averiguar a dónde fue exactamente). Regresó al cabo de dos semanas. La señora Piper se dio cuenta de que el hombre había adelgazado sus buenas 8 libras, pero al principio lo atribuyó a la mala comida del viejo continente.”

“Pronto fue evidente, que algún suceso del viaje había trastornado a Spooner, ya que se encerraba durante días en su estudio, lo que según la señora Piper no era habitual en él, ya que solía trabajar unas 9 horas diarias y siempre salía a dar vigorosos paseos por el parque a última hora de la tarde.”

    -    Puedo dar fe de ello. - Interrumpió Enoch. - De hecho, hemos compartido ruta de paseo en alguna ocasión. - El profesor miró de nuevo al incoherente anciano que apenas se sostenía en la silla y prosiguió - También puedo confirmarle el gran deterioro físico que ha sufrido.

El anciano al sentirse observado, elevó ligeramente la cabeza y murmuró unas palabras tan bajito que Enoch no lo escuchó:  “Tekeli-li, tekeli-li”. Inmediatamente su cabeza volvió a colgar sin fuerza y se sumió en el silencio.

    -    El comportamiento del señor Spooner. - continuó la agente Wallace - Se volvió cada vez más alienado. Acusó a sus sirvientes de molestarle constantemente emitiendo ruidos por la noche, privándole de su descanso. O les culpaba de cambiar sus cosas de sitio sin motivo. En los días siguientes les fue despidiendo uno a uno. La última en ser expulsada, fue la señora Piper. Cuando ella abandonó la casa, el anciano ya había perdido otras doce libras de peso y su rostro mostraba un gran deterioro, a pesar de que su vigor era mayor que nunca y trabajaba durante jornadas maratonianas encerrado en su estudio. Aunque el ama de llaves me dijo que antes de ser dispensada de sus deberes pudo ser testigo de que el señor Spooner desapareció sin previo aviso durante cuatro días completos sin avisar. Cuando volvió se negó a dar explicaciones de dónde había ido. Trajo consigo un gran fardo, y cuando la señora Piper le interrogó al respecto. Simplemente respondió que había estado recopilando materiales.
    -    Sí. - aportó Enoch - Ya le he dicho que siempre se intenta, en la medida de lo posible, a la hora de elaborar el facsímil. Utilizar los mismos materiales del volumen original. Aunque es raro que los recopilara el mismo. Normalmente tiene empleados en su editorial, que se encargan de eso.
    -    Supongo, que la paranoia que había empezado a desarrollar, le impedía confiar en nadie más. - conjeturó la agente Wallace. - En cualquier caso, la señora Piper, pese a haber sido despedida, trató de visitar en varias ocasiones a su antiguo empleador. Pero nunca había logrado pasar de la entrada hasta hoy. Cuando se encontró la puerta abierta. Al entrar al interior de la casa, halló al señor Spooner en un estado de ira colérica, gritando que le habían robado “el libro”.
    -    ¡El libro! ¡El libro! ¡Ellos se lo llevaron! - gritó histéricamente el anciano, mientras se levantaba de un salto y empezaba a tirar las cosas de su escritorio

Enoch y  Wallace se precipitaron sobre él y le agarraron.

    -    ¡Cálmese señor! - le exigió la agente.
    -    ¡Spooner! ¡Contrólese, por lo que más quiera! - dijo Enoch con su tono más firme.

El anciano les miró sin verlos, pero se calmó y permitió dócilmente, que le volvieran a sentar en la silla.

    -    Dígame, ¿Quienes son ellos? ¿Pudo ver a los ladrones? - le interrogó Wallace. Pero ni exigencias, ni súplicas sacaron al viejo de un hosco silencio.
    -    Estoy como al principio. - suspiró la agente con frustración - No he encontrado ni una pista. La entrada no está forzada, no hay signos de violencia. Ni siquiera sé que libro se han llevado, si es que se han llevado alguno. He revisado todo este taller, ya que según la señora Piper, los libros en los que trabaja Spooner, no salen de esta estancia, hasta que los entrega en mano al cliente. Según mi opinión, si alguien robase un libro se llevaría el original. Al fin y al cabo usted ha dicho que por muy bueno que sea el facsímil, su precio siempre será una fracción del genuino. A menos que no pudieran distinguir uno de otro y ante la duda, robaran ambos ejemplares.
    -    Normalmente le daría la razón, pero el señor Spooner es un caso especial. - Puntualizó Enoch. - Ya que posee una memoria perfecta y una atención al detalle espectacular. No necesita tener acceso al original más que una vez. Lo examina minuciosamente y lo recuerda con exactitud cristalina. Le he visto reproducir perfectamente un pergamino egipcio que solo había estudiado, una vez, por espacio de veinte minutos. Por eso me duele especialmente, ver el lamentable estado al que se ve reducido esta mente tan genial. - terminó, observando al anciano que había vuelto a empezar a murmurar de manera incoherente.
    -    ¿Así que, solo robar el facsímil? - preguntó Wallace.
    -    Seguramente. - sentenció Enoch - Spooner solía estudiar el original, en su ubicación de origen. De hecho ha estado varias veces en la biblioteca de nuestra universidad estudiando distintos volúmenes. Luego vuelve a su taller, donde produce el facsímil, para finalmente entregarlo en mano al cliente. Al menos ese suele ser su “modus operandi”.
    -    Así que no tenemos forma de averiguar que libro en concreto ha sido sustraído. - resumió Wallace abatida - Me temo que le he hecho venir para nada.
    -    No pierda la esperanza tan pronto, agente. El señor Spooner es un hombre metódico y a pesar de su prodigiosa memoria, consigna todos sus encargos por escrito, aunque solo sea para contentar a sus socios de la editorial. Por aquí debe haber una libreta donde anota sus encargos. Si no recuerdo mal, las pastas son de cuero rojo.

Ambos se pudieron a buscar la libreta por la desordenada estancia

    -    ¿Cuero rojo con esquinas rematadas en metal? - preguntó Wallace con tono ominoso.
    -    Sí. - se sorprendió Enoch - ¿Cómo demonios lo sabe?
    -    Porque acabo de encontrarlo.

La mujer estaba junto a la chimenea encendida, con un atizador en la mano,  el cual usó para arrastrar los restos calcinados de la libreta hasta el borde del fuego.

    -    Vaya. -dijo Enoch en tono fastidiado
    -    Me parece que alguien está empeñado en que no averigüemos que libro se han llevado. - sentenció Wallace.
    -     ¿Cree que ha sido a propósito? ¿Qué sentido tiene? A menos… a menos que no se trate de un simple libro antiguo. A menos que se trate de otra cosa. - dijo Enoch con un tono cada vez más sombrío.
    -    ¿Qué insinúa? - preguntó Wallace sin entender.
    -    Solo digo que algunos libros no se roban por su valor económico, sino por los conocimientos que contienen.

Antes de que la agente pudiera hacer nada, el profesor se abalanzó sobre el anciano y empezó a zarandearle.

    -    ¡Dime viejo! ¿Qué libro has copiado? ¿Qué has hecho?
    -    ¡Profesor! ¡Modérese! - le exigió Wallace, sorprendida por el cambio de actitud del catedrático.

El viejo no parecía ser consciente de nada y seguía murmurando. Pero esta vez Enoch puso más atención a sus palabras.

    -    No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con el paso de extraños eones, incluso la muerte puede morir. Iä! Iä! Cthulhu fhtagn! - declamó el anciano Spooner.

Enoch retrocedió aterrorizado. Mientras el viejo seguía murmurando ora en latín, ora en griego, e incluso en algunos idiomas que ni siquiera el propio profesor pudo identificar.

    -    No puede ser. ¡Viejo loco! ¡Estúpido! - exclamó el profesor.
    -    ¿Me quiere decir que pasa? - le exigió Wallace, quien sin saber porqué, había empezado a sentir un miedo repentino.
    -    Creo que ya sé de que libro ha hecho el facsímil. Me temo que ha copiado el infame Necronomicón, escrito por Abdhul Al-Hazred al rededor del año 730. De algún modo ha conseguido acceder a uno de los escasísimos ejemplares que quedan.
    -    ¿Entonces estamos hablando de un libro valorado en una fortuna? - preguntó la agente sin llegar a entender la del todo el temor que la invadía.
    -    Sí. - respondió Enoch sombrío - Pero ya le he dicho agente, que con algunos libros no se trata de dinero, sino de conocimientos. El Necronomicón contiene los saberes más terribles y malditos. Se trata de un libro abominable, encuadernado usando piel humana y escrito no con tinta, sino con la sangre de personas. Contiene los hechizos que permiten el regreso de los seres Primigenios, que hoyaron la tierra eones antes que los humanos o incluso que los dinosaurios. Y cuando ellos regresen, tenga por seguro que eso significará el fin de la humanidad. Se dice que si alguien de mente débil lo lee, puede enloquecer. Y sus funestas páginas han quedado grabadas a fuego en la memoria perfecta del señor Spooner.
    -    ¡Vamos profesor! Usted es un hombre erudito, no puede creer en serio esas viejas supersticiones. - replicó Wallace con una confianza impostada que estaba muy lejos de sentir en realidad. - Además… - en ese momento la mujer se interrumpió. Una terrible certeza la inundó como una ola salvaje. Y siguió hablando con un tono mucho más grave. - Creo, que acabo de resolver el caso.
    -    ¿Qué? ¿Ya sabe quién robó el libro?
    -    No. Usted ha dicho, que un facsímil utiliza los mismos materiales de los que está hecho el original. Y también ha dicho que el Necronomicón está hecho usando piel y sangre humana. Creo… que ya sé quién ha cometido los tres asesinatos de estos últimos meses.

La habitación quedó sumida en un lúgubre silencio, solo roto por las dementes carcajadas del señor Spooner.

3/21/2022

Undecimo entremés

 El servicial Aigor, recopila en un glosario la curiosa terminología del Doctor Soymalote.

VERSIÓN DE AUDIO:

VERSIÓN DE TEXTO:

Medianoche en el castillo del Doctor Soymalote.

¡Aigor! ¿En qué estás trabajando?
Hola amo, pues verá mientras se terminan de calibrar los sensores de vigilancia, estoy aprovechando para escribir un documento de orientación dirigido a los nuevos reclutas.
¿Documento de orientación? ¿Qué mamarrachada es esa?
Bueno maestro, he notado que los recién llegados no suelen tener experiencia trabajando con genios malignos, así que he pensado en escribir un glosario con nuestra particular terminología, para que se adapten lo más rápidamente posible.
¿Terminología? ¿A que diantres te refieres?
Por ejemplo amo, cuando usted dice “Si quieres puedes implementar esta funcionalidad”, lo que en realidad quiere decir es “hazlo tanto si quieres como si no”.
Ya veo.
Y cuando dice, “no es necesario que hagas esto” es realidad está diciendo “ni se te ocurra hacerlo”.
Es que trato de decir las cosas de un modo diplomático, Aigor.
Por supuesto, amo. Y “hazlo cuando puedas”, significa “ya estás tardando”.
En realidad significa “ya debería estar hecho”.
Por no hablar de una de mis frases favoritas, la que se escribe como “Esto le corre prisa al cliente”, pero que todos sabemos que se pronuncia “vas a hacer un montón de horas extras sin renumerar”.
Muy ingenioso Aigor, pero aún te falta una frase para tu glosario.
¿Cual amo?
La que dice “es el momento de hacer un esfuerzo conjunto por el bien de la empresa”.
¿Es decir que este año tampoco me va a subir el sueldo?
Eso es lo que me gusta de ti Aigor, que me conoces muy bien. ¡Bwahahahaha!

10/15/2021

Vigesimo cuarta entrada del Podcast: La papilla rosa y la plataforma infernal

 Hola a todos.


Me alegra anunciar que tras un largo parón, el mejor podcast del mundo mundial y parte del extranjero (es un decir), vuelve a la carga.

Vamos con más desventuras médicas. Como es costumbre, antes de empezar quiero dar las gracias a Pepita Parker, Aurora y Laura, por poner las voces en el relato de hoy. Y sin más dilación...

Versión de audio:

Versión escrita: 

- Z9R, sala 23. - anunció maquinalmente el monitor de la sala de espera del hospital.

Miré mi ticket del turno y comprobé, que efectivamente mi código era el Z9R. Así que me fijé los carteles de indicación, para saber dónde estaba ubicada la sala 23.

De la 1 a la 14 y por algún motivo la 27, estaban ubicadas en el pasillo de la izquierda. De la 15 a la 22 y de la 24 a la 26  estaban en el pasillo del centro. Finalmente de la 28 a la 34, por supuesto la 23, y quién sabe porqué la 36 estaban en el pasillo de la derecha. De la 35 no había pista alguna.

Con un encogimiento de hombros me adentré por el pasillo de la derecha. Fui pasando por delante de las puertas, justo cuando localicé la 23, esta se abrió y de ella salió una enfermera.

    -    ¿Padawan? - me preguntó.
    -    Sí, soy yo. - le respondí con jovialidad.
    -    Pasa. - me dijo invitándome con un gesto de la mano.

Me encontré en un pequeño vestidor, separado por una cortina de una sala más grande y oscura.

    -    ¿Te han hecho esta prueba antes Padawan? - me preguntó la enfermera.
    -    Pues no, pero me han contando que se trata de tragar una especie de papilla y vosotros observáis como baja por mi esófago con ayuda de rayos X o algo así.
    -    Grosso modo, pero si. - me dijo torciendo un poco el gesto. - Bien, lo primero es que me des el volante de la cita.
    -    Sí, por supuesto. - dije mientras empezaba a rebuscar entre un grueso fajo de papeles que llevaba en mi mochila. - Pero verá quería decirle, que dentro de dos horas tengo, seguramente con vosotros, otra prueba prácticamente igual a esta. Y me preguntaba si podríamos hacer las dos pruebas del tirón.
    -    ¿Cómo dices? ¿Una segunda prueba? - me preguntó con desconfianza. - Pero será de otra clase.
    -    Mmm, no. En realidad es la misma prueba de comer papilla. Lo que pasa es que en una prueba me tenéis que mirar una parte de mi tracto digestivo y en la de dentro de dos horas me tendréis que mirar otra parte. Por eso había pensado, que no tiene sentido esperar dos horas y que lo podríamos hacer todo seguido.
    -    Bueno, ahora se lo comentaré a la doctora. - dijo poco convencida. - ¿Has encontrado ya el volante?
    -     Creo que es esto. - respondí tendiéndole un papel.
    -    No, eso es la citación.
    -    Ah, pues entonces será esto.
    -    Eso son las instrucciones de la prueba.
    -    ¿Y esto?
    -    Eso es la cita de la otra prueba - me replicó empezando a mostrar impaciencia.
    -    Pueeeees… - pasé hojas a toda velocidad - A ver si ahora.
    -    Vale, este es el volante de la cita de ahora. ¿Tienes el volante de la otra cita que dices que tienes dentro de dos horas?

Examiné mi fajo de papeles con desesperación, pero tras unos momentos de frustración, tuve que darme por vencido.

- Mire, como no quiera el volante de mi coche. - le dije con tono lastimero, intentando darle pena, aunque fracasando sin remedio.

La enfermera me señaló con el dedo un perchero.

    -    Quítate la ropa, menos los gayumbos y los calcetines, y te pones esto. - me espetó mientras me daba uno de esos camisones que se atan por la espalda, dejándote medio culo al aire. - No hace falta que te lo ates.
    -    Vamos, que en lugar de dejar descubierto medio culo, voy a enseñarlo entero. Qué bien.
    -    ¿Qué has dicho?
    -    Nada, nada. Cosas mías.

Me cambié rápidamente y salí a la sala, donde la enfermera y la doctora conversaban.

    -    No. Solo tiene una prueba a las diez. - decía la doctora con firmeza.
    -    Pues el chico dice que tiene otra a las doce también con nosotras.
    -    La de las doce, será con otra gente. Además, a las  doce tenemos cita con… - consultó la lista con gesto de desaprobación. - Vaya, pues la tenemos con otro Padawan.
    -    No. - las interrumpí con sorna - Con otro Padawan no, con el mismo Padawan, dos veces.

Una médico residente se acercó y preguntó con genuina curiosidad.

    -    ¿Dos pruebas seguidas? ¿Y se puede saber qué es lo que tienes?
    -    Bueno, pues gastritis, duodenitis, esofagitis…
    -    Pues si que tienes de todo. - me interrumpió la residente.
    -    Espera que no he terminado. - le repliqué - También tengo hernia de hiato y la cirujana sospecha que tengo el anillo de Saiskukako… Satoichi, anillo de Sasusansinsosasi… no espera como se dice… el anillo de…
    -    ¿Sauron? - dijo la residente con una sonrisa pícara.
    -    ¡Ese! ¡Digoooo, no! No me líes.
    -    El anillo de Schatzki. - sentenció la doctora con el tono de voz de quien no está dispuesta a perder el tiempo.
    -    Eso, el anillo del Tchaikovsky ese.
    -    ¿Pero lo tienes o no? - me volvió a interrumpir la doctora con furia.
    -    No lo sé, la cirujana sospecha que sí, pero no lo sabe. Por eso me ha pedido estas dos pruebas de hoy y una nanomentira esotérica.
    -    Manometría esofágica. - me corrigió la residente que apenas se podía aguantar la risa.
    -    Si, esa también. Aunque todavía no tengo cita para eso.
    -    Bueno, vamos a centrarnos en las pruebas de hoy. - dijo la doctora - Ponte de pié ahí. - me dijo señalando una especie de plataforma con una plancha metálica vertical de unos dos metros de altura. Por la parte de delante había un brazo articulado que se movía por control remoto y que llevaba equipado una cámara, con la que me observarían.

La doctora y la residente se metieron dentro de una cabina llena de monitores, mientras la enfermera me ayudaba a colocarme en posición en la plataforma.

    -    Ponte de pie aquí y pega la espalda a la plancha. - me indicó la enfermera.
    -    Vale. - Dije pegándome todo lo que pude a la plancha, a pesar de que estaba helada.
    -    Pégate más. - dijo examinando mi postura. - Pon la espalda recta ¡Vamos!
    -    Ya está todo lo recta que puedo. Es que además de lo del esófago, tengo la espalda torcida, ya sabe escoliosis, cifosis y…
    -    Que sí, que vale. Quédate quieto.

 La cámara se movió por unos segundos arriba y abajo.

    -    Gira a la izquierda. - me dijo la doctora por la megafonía desde su cabina. Empecé a girarme cuando me interrumpió. - A tu otra izquierda, corazón.
    -    ¿Les he dicho ya que también soy un poco disléxico? - Dije mientras giraba hacia el otro lado.

Tras hacerme girar a derecha e izquierda, la enfermera se me acercó con un jeringa llena de una sustancia pastosa y rosada, a medio camino entre un líquido y una papilla.

    -    Te voy a poner esto en la boca, no te lo tragues hasta que te lo diga la doctora. ¿De acuerdo? -
    -    Sin problema.

Nada más terminar de poner la papilla en mi boca se escuchó un sonido fácilmente reconocible.

    -    ¿Te lo has tragado? - preguntó la enfermera sospechando la respuesta.
    -    Nooo. - mentí tratando de simular que aún tenía la boca llena.
    -    Siiii, se lo ha zampado todo. - dijo la residente que observaba mis tripas, gracias a la cámara de rayos X la cual transmitía, en riguroso directo, todo cuanto acontecía en mis interior.
    -    Lo siento, lo he hecho por puro reflejo. - me disculpé avergonzado.
    -    Bueno, vamos a volverlo a intentar. - dijo la enfermera arrimándome la jeringa de nuevo.

Tras unos segundos embarazosos, volvió a preguntar.

    -    ¿Te lo has vuelto a tragar, verdad?
    -    ¡Siii, lo ha hecho! - corearon la residente y la doctora, con tono acusador.
    -    Chizvatas. - dije con la boca medio llena. - Zolo me he trazgado un pozquito.
    -    A ver si a la tercera va la vencida. - suspiró la enfermera.

Esta vez, conseguí reprimir el instinto.

- Empieza a tragar despacio y no pares. Si te quedas sin papilla, sigue tragando saliva.

Empecé a tragar lentamente, pero en seguida me quedé sin nada.

    -    ¡Sigue tragando, aunque sea saliva! - me gritó la residente desde la cabina.

El problema es que la papilla era tan pastosa que me había dejado la boca seca, por lo que me resultó muy difícil producir saliva.

    -    Pero dadme un poco de agua o algo. - dije desesperado.
    -    ¡Más tragar y menos hablar! - me respondió la enfermera.

Tras un rato tragando saliva y papilla rosa y dando más vueltas que una peonza, pusieron la plataforma en horizontal, para ver el movimiento de mis tripas estando tumbado.

    -    Agárrate al pomo de la plataforma, para no caerte. - me aconsejó la enfermera.
    -    ¿Qué pasa, había dinero para una plataforma articulada, robótica con cámara de rayos X y tropecientos megapixeles de resolución, pero no quedó pasta para un cinturón de seguridad o una triste abrazadera?

Ella se limitó a ignorar mi pregunta. Una vez en horizontal, la doctora se acercó a mí y me dijo.

    -    Túmbate de lado como si fueras a dormir.

Me acomodé lo mejor que pude sobre la plancha metálica.

    -    ¿Duermes en esta postura? - me preguntó.
    -    Sí, ¿por?
    -    Ahora entiendo qué digas que tienes la espalda fastidiada. - se volvió a la residente - Por favor, colócale correctamente.
    -    Pon la pierna izquierda aquí. - me dijo agarrándome por la pantorrilla y tirando de ella. - Vale, ahora la otra por encima, doblada… Así no, que te vas a hacer daño.

Tras un rato de contorsionismo. Me volvieron a dar la papilla rosa y se refugiaron en la atestada cabina. Me tuvieron tragando y cambiando de postura, hasta que se dieron por satisfechas. Finalmente la enfermera regresó.

    -    Vale, vamos a poner la plataforma de nuevo en vertical. Por favor, agárrate bien al pomo y a la plancha, que yo no voy a poder sujetarte y como te me caigas encima, me espachurras.
    -    ¿Me está llamando gordo?
    -    Que conste que lo de gordo lo has dicho tú, no yo.

Logre bajar de la plataforma sin espachurrar a nadie. La doctora se acercó a despedirse.

    -    Bueno Padawan con esofagitis, gastritis, duodenitis, hernia de hiato y no se cuantas cosas más de la espalda. Ya te puedes ir.
    -    Y otitis y dermatitis. - aporté con entusiasmo.
    -    ¿Y el covid 19, no?
    -    ¡Qué dice de covid, doctora! - exclamé - ¡Si yo estoy sanísimo!

6/19/2021

Décimo entremés

 Vamos con una nueva entrega de las malvadas aventuras del Doctor SoyMalote y su secuaz Aigor. Una vez más contamos con la sin par Pepita Parker, dando vida a la diabólica jefa de Recursos Inhumanos, la Señorita Frau Blücher. Que lo disfrutéis.

VERSIÓN AUDIO:

VERSIÓN ESCRITA:

Medianoche en el castillo del Doctor SoyMalote. O más bien en la intranet del Castillo.

[Suena un tono de videollamada]

D: ¡Aigor….! ¿Aigor?
A: ¿Siiii, amo?
D: ¿Se me escucha, se me ve?
A: Le escucho bien, Maestro. Pero no le veo. ¿Tiene usted la cámara activada?
D: Por supuesto que sí, mentecato.
A: Mmmm, qué raro, veo que tiene la cámara activada amo, pero no hay imagen. Solo un rectángulo negro. No se lo tome a mal, pero… ¿no estará tapada la cámara verdad?

[Se escucha un sonido de destapar la cámara]

A: ¡Ahora le veo maestro! Se había olvidado de quitar la tapa, ¿verdad?
D: No tengo ni idea de qué hablas ganapán.
FB: Buenas noches Her Doctor.
D: Bienvenida señorita Frau Blücher.
A: Buenas noches, Ama.
FB: En primer lugar, ¿puede explicarme alguien porque tenemos esta reunión por videoconferencia en lugar de en persona?
A: Es a causa del virus Ama Frau Blücher. Me temo que se ha esparcido por todo el castillo.
FB: ¿Se refiere al coro…?
D: En absoluto. Se trata del megavirus superletal que desarrollamos en nuestro laboratorio.
A: Bueno, maestro. Si somos sinceros, muy letal, muy letal, de momento no es.
D: Aún está en desarrollo, Aigor. Además de momento cuenta con un efecto devastador.
FB: ¿De veras? ¿Y qué terrorífico efecto es ese?
A: Básicamente, diarrea. Una intensa diarrea durante 5 minutos.
FB: ¿Sólo 5 minutos? Eso es bastante decepcionante, Her Doctor.
D: Le aseguro que esos 5 minutos se hacen muy, muy, largos. En cualquier caso, no es por eso que estamos reunidos hoy. Aigor, hemos visto tus diseños de la próxima remesa de meca trajes de combate. No están mal, pero la Señorita Frau Blücher y yo hemos querido hacer unos cambios desde el programa de diseño EvilDesing y nos dice que necesitamos permisos.
A: Si, Amo. Pero verá, como usamos una versión gratuita del programa. Solo dos personas pueden tener permisos de edición. Y ahora mismo los tenemos asignados Agripina y yo, que somos los que estamos trabajando en ello.
D: Muy bien, danos permisos de edición la Señorita Frau Blücher y a mí.
A: Por supuesto maestro. Pero tenga en cuenta que Agripina y yo no podremos seguir trabajando en los diseños, hasta que nos devuelvan los permisos.
D: Entonces, ¿estás diciendo que sólo dos personas pueden tener permisos al mismo tiempo?
A: Exactamente Amo. Eso es lo que he dicho.
FB: No se le escapa a usted una, Her Doctor. Mwahahaha (risa diabólica)
A: Hay una solución, podríamos pagar la licencia del programa, en cuyo caso todos podremos tener permisos y…
D: ¿Pagar? No nos precipitemos Aigor. Que ahora mismo el presupuesto está apurado.
FB: Te enviaremos un cuervo mensajero con los cambios a realizar.
A: Como usted ordene, Ama Frau Blücher, aunque sería más cómodo y rápido si me mandara un email.
FB: Her doctor tiene razón en una cosa, Aigor. Le quitas toda la gracia a eso de ser una supervillana.