Como siempre aquí el audio:
Y aquí el texto:
UN DÍA CASI NORMAL
Nada
hacía presagiar que aquel día de piscina fuera a ser distinto de
cualquier otro, sin embargo a veces la vida te sorprende, haciéndose
repentinamente más y más interesante.
Como
de costumbre, fui en mi coche a la piscina y tras un par de vueltas,
logré aparcar junto a un parque cercano. Fue pura suerte, ya que
aquel día la cosa estaba bastante complicada para encontrar sitio.
La tarea no carecía de mérito, porque el hueco iba bastante
justito, a pesar de lo cual logré mi objetivo, tras una buena tanda
de maniobras de precisión, que está mal que yo lo diga, pero no
están al alcance de cualquiera.
Viendo,
que aún me quedaba un buen rato para que empezara mi clase de
natación, decidí quedarme en el coche, viendo en mi tablet un
capítulo de una serie que tenía a medio ver. Una de esas series de
gente con poderes que pasan más tiempo hablando de sus sentimientos
que salvando al mundo o dando de mamporros a los villanos de turno.
No
llevaba ni cinco minutos viendo como el protagonista le echaba la
bronca a otro por ocultarle secretos, pese a que en el capítulo
anterior era él mismo el que no contaba las cosas a los demás.
Cuando oí que un coche se para junto a mí y me hacía una señal
universal, que cualquier conductor reconoce como “¿vas a salir?”
y yo le respondí con la seña estándar para decir “va a ser que
no”. El conductor asintió con la cabeza y masculló algo parecido
a “cagüentooo”.
Total
que el coche se fue y yo segui con mi serie. El protagonista que
había jurado que se acabaron los secretos, decide que por algún
motivo es mejor no contarle a sus compañeros que el supervillano es
su padre y…
Toc,
toc, toc. Alguien había dado 3 golpecitos en la ventanilla del
coche. Se trataba, del mismo conductor de antes, pero ahora venía
como peatón.
-
¡Oye, que no me voy! - le grité sin bajar la ventanilla. La verdad
es que no sabía muy bien de que iba ese tipo y estaba un poquito
acojonao.
- Ya
lo sé. - me respondió – Pero cuando te vayas a ir, te acercas ahí
y me avisas. - me dijo mientras me señalaba con el dedo una zona,
unos metros más atrás, donde había tres coches en doble fila. Los
conductores estaban fuera de sus vehículos y charlaban animadamente,
esperando que quedara algún hueco libre para aparcar.
-
Pero es que voy a tardar un buen rato. - le dije.
- No
importa, cuando te vayas, me avisas.
-
Que seguramente voy a estar aquí como una hora y media.
-
Vale, pero me avisas.
-
Venga, bien, de acuerdo. - le respondí muy sorprendido por su
insistencia. El barrio estaba complicado para aparcar, pero seguro
que en todo el tiempo que iba a estar nadando, se quedaría algún
hueco libre. No había necesidad para tuviera que esperar a que yo me
fuera.
El
hombre se marchó y se fue con los otros conductores que esperaban
pacientemente su turno.
Me
quedé muy sorprendido y algo preocupado, y desde luego ya no tenía
ganas de saber como se iba a resolver la serie de los superheroes y
de todas formas, se acercaba mi hora de entrar en la piscina. Como no
las tenía todas conmigo y no me acababa de fiar de lo que podía
hacer el extraño mientras yo estaba nadando, decidí llevarme
conmigo todo lo que había de valor en el coche (si estáis pensando
que soy un exagerado y un ansias, posiblemente tengáis razón).
Total
que me fui, cargando con la mochila del trabajo, la bolsa de la
piscina, la documentación del coche y el abrigo a pesar de que a esa
hora, aún hacía calor. Por lo que llegué bastante sudado a la
entrada del polideportivo, donde mis compañeros me miraron un tanto
extrañados al verme tan cargado, aunque decidieron no hacerme
preguntas.
Sin
mucho preámbulo, nos metimos todos al vestuario y tras la charla de
rigor, nos cambiarnos de ropa y nos fuimos para el agua. Nada más
tirarme a la piscina de cabeza, uno de mis tapones para los oídos,
se me salió de la oreja. Yo necesito usar tapones cuando me baño,
porque tengo bastante facilidad para coger una otitis en cuanto me
entra agua en el canal auditivo. La otitis es un tipo de infección
de oído que puede ser bastante dolorosa, así que la idea de nadar
sin tapones, quedaba absolutamente descartada.
En
cuanto noté que me faltaba un tapón, saqué inmediatamente la
cabeza del agua, me agarré a la corchera más cercana y me puse a
buscarlo, pero no aparecía por ningún lado. A todo esto, el
socorrista se dio cuenta de que algo raro pasaba y temiéndose que me
hubiera dado un tirón o algo peor, vino corriendo.
-
¿Estás bien? - me preguntó mientras se disponía a saltar al agua
para socorrerme.
-
Sí, tranquilo. Se me ha caído un tapón y lo estoy buscando.
Decidí
salir del agua, para no molestar a mis compañeros que seguían
nadando, pero fue demasiado tarde, porque ya se habían dado cuenta
de que algo pasaba. Y no tardaron en dejar de nadar para enterarse de
lo sucedido. La profesora de natación, atraída por el revuelo
también se acercó y antes de que me diera cuenta, tenía a media
piscina paralizada porque se me había perdido un tapón.
-
Vale, que todo el mundo se calme. - dije - No vamos a encontrarlo,
porque es muy pequeño. Así que me voy para casa. Y ya me compraré
unos tapones nuevos. Tranquilos que volveré el próximo día.
- Ni
hablar. - dijo la profesora – Aquí al lado hay una farmacia, te
das una carrera, te compras un par de tapones y te vuelves.
-
Claro. - aportó el socorrista – Si no tardas nada.
-
Pero si no pasa nada. - protesté – por un día que no nade…
- No
me seas vago. - replicó la profe. - Y no te preocupes, harás el
entrenamiento completo. En el siguiente turno hay poca gente, así
que vas poder nadar con ellos hasta que termines .
-
Pero …
- No
pierdas el tiempo.
Miré
a mi alrededor a ver si alguno de mis compañeros me apoyaba. Pero
todos parecían pensar que si ellos tenían que nadar, pues que yo no
me iba a librar con una excusa tan pobre. Así que no me quedó otra
que ir al vestuario a todo correr, para cambiarme otra vez de ropa.
Ya me estaba imaginando al tipo que me estaba esperando para aparcar,
prendiéndole fuego a mi coche.
Salí
corriendo a buscar la farmacia, pero llegados a este punto de la
historia, tengo que parar un momento para aclarar que mis compañeros
de natación son gente más mayor que yo, en su mayoría
prejubilados, y casi todos ellos se llevan a sus respectivas madres a
la piscina. Por supuesto ellas no vienen a nadar, sino a socializar.
Es decir, mientras sus hijos, se esfuerzan en no ahogarse, se quedan
en la recepción del polideportivo, charlando alegremente entre ellas
y con la encargada de la entrada. Como yo soy el más joven del
grupo, me tienen medio adoptado, así que cuando me vieron salir
corriendo del vestuario, mal vestido (ya que con las prisas me había
puesto la camiseta del revés), cundió la alarma.
-
¿Pero que ha pasado?
-
¿Qué ocurre?
-
¿Dónde vas?
Y
ahí estaba yo, explicándole a un preocupado grupo de abuelas, la
situación. En seguida una de ellas, me ofreció una caja de tapones.
-
Oiga, que no hace falta. - dije yo, examinando unos tapones que no
parecían los típicos de piscina, de origen dudoso y quien sabe si
ya usados.
-
Insisto. - me dijo con la firme determinación de una madre que no
está dispuesta a aceptar un no por respuesta, de un jovencito que
claramente está a su cargo.
-
¿Pero estos tapones son de piscina? - Pregunté a la desesperada.
- Me
los ha dado mi hija que trabaja en el aeropuerto. Se los dan para
amortiguar el ruido de los aviones.
Yo
no tenía claro que fueran apropiados para el agua (y la otitis no es
algo que tomarse a la ligera), pero tampoco quería hacerle un
desprecio a la señora que me hacía ese regalo con su mejor
intención, así que tomé una decisión.
-
Vale, me los quedo. Pero como ya estoy vestido, me voy a ir de todas
formas a la farmacia y me hago con un segundo par de tapones, así
tengo repuesto para emergencias.
El
grupo de madres no andaba muy convencido, pero finalmente me dejaron
ir. Fui corriendo a la farmacia, mientras en mi imaginación, una
horda enfurecida la emprendía a palos con mi coche, hasta reducirlo
a escombros. Tras un rato de hacer cola, conseguí que me atendieran.
Me ofrecieron varios tipos de tapones, entre los cuales no se
encontraban los que yo acostumbro a usar, así que decidí no
arriesgarme, y me compre un par de tapones de goma y otro par de
cera, los cuales sumados a los que me acababan de regalar, ya sumaban
tres pares.
Volví
como una exhalación a la piscina y tras enseñar mis nuevas
adquisiciones al grupo de madres y recibir su aprobación, corrí al
vestuario y finalmente de vuelta al agua, donde fui recibido con
alborozo por mis siempre solidarios compañeros.
Decidí
darme caña y acabar el entrenamiento lo más rápido posible. Tras
casi veinte largos, vi algo pequeño y de color carne rodar por el
fondo de la piscina.
“No,
me fastidies - me dije – eso solo pueden ser dos cosas, o alguien
ha perdido un trozo de un dedo o es mi tapón perdido.”
Tras
sumergirme, constaté (con cierto alivio) que efectivamente, se
trataba de mi tapón. Al recuperarlo me había convertido en el
afortunado poseedor de cuatro pares de tapones.
Finalmente,
conseguí terminar el entrenamiento. Mis compañeros, hacía más de
media hora que habían terminado y se habían marchado. Me vestí a
toda prisa y cargué con todos mis bártulos, la mochila de la
piscina, la del trabajo, las cosas que había sacado del coche y me
fui corriendo a ver el fatídico destino de mi utilitario. Mi
esperanza era que el hombre hubiera encontrado otro lugar donde
aparcar, pero no había sido así.
Al
llegar, me encontré mi coche intacto, pero a su lado estaba el
hombre dando paseitos cortos a su alrededor, parecía un padre
primerizo en un paritorio.
-
¡Al fin! - dijo nervioso. - Escucha, no salgas hasta que le de la
vuelta al coche y lo traiga hasta aquí.
-
Tranquilo. Que te espero. - le dije. Al fin y al cabo él me había
esperado a mí, durante más de dos horas y ya que no me había
quemado el coche, me hubiera sabido mal que el pobre hombre se
hubiera quedado sin su merecido hueco de aparcamiento.
Mientras
se iba corriendo, vi a una señora que se asomaba desde una ventana
situada justo al lado de donde había aparcado y nos gritaba algo,
bastante enfadada. Por fin entendí, ese afán por aparcar justo en
ese sitio. La mujer que nos gritaba era la esposa del hombre y lo que
decía era:
-
¿Quieres aparcar de una vez y subir a cenar?