Para nuestro tercer día, decidimos ponernos en plan cultural, así que nos encaminamos al Museo Británico, donde entre otras cosas los ingleses tienen guardado la mitad del patrimonio cultural de Egipto, no sea que se les pierda y tal.
Desgraciadamente, mientras caminabamos hacia allí, tuvimos la desgracia de pasar por delante de lo más parecido que hay en la tierra a un Agujero Negro, ya sabéis una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada y densa como para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella (definición sacada de la wikipedia). Por si no lo habéis pillado aún, me refiero a este impío lugar.
Y claro, ya tuvimos que hacer parada técnica (en honor a la verdad, la cosa no se demoró tanto como me temía).
Pero al final logramos escapar de allí, y llegamos a nuestro destino, el museo.
Una cosa interesante de Londres, es que aunque la entrada a sus edificios históricos suele ser cara, en torno a las 20 libras, para entrar en el Parlamento, La Abadía de Westminster, la Torre de Londres... La entrada a los museos suele ser gratuita, lo cual me parece un acierto.
Tanta cultura es una cosa que abre el apetito, así que nos fuimos a degustar el clásico por excelencia de la gastronomía británica, el fish & chip:
¿Qué que pinta esa hamburguesa ahí? Bueno, ya sabéis que el pescado y yo, no es que no nos llevemos bien, es que no nos llevamos y punto. Pero mis padres y mi tía, si que probaron el fish & chip (para los que no lo halláis probado nunca, me han dicho que básicamente se trata de bacalao empanado y patatas).
Y tras la mañana cultural, nos dedicamos a relajarnos. Primero nos pasamos por la famosa Trafalgar Square.
Y como el día había empezado de compras, pues nos fuimos a Piccadilly Circus.
Después de caminar bastante por la zona, decidimos volver al hotel en autobús, es que ya estábamos de andar hasta el gorro. La media de kilómetros andados por día mientras estuvimos en Londres pasaba de largo la veintena y nosotros habíamos ido a visitar una ciudad, no a hacer el camino de Santiago (o en nuestro caso el de San Jorge).
Así que tras un rato de pelearnos con dos aplicaciones de Mapas, 3 de itinerarios de autobuses y la manía de los anglosajones de conducir por el lado equivocado de la vía, encontramos la parada correcta y tras solo dos intentos, conseguimos decidir en que sentido de la circulación teníamos que coger el autobús (sí, yo también me acordé de mis aventuras en Rusia).
Total, que nos sentamos en la parada a esperar el autobús 94.... Y no venía, llegaron, el 101, el 103, el 92, el raíz cuadrada de Pi... Todos menos el nuestro. Y claro, afloraron los nervios.
- ¿Seguro que esta es nuestra parada?
- Seguro.
- ¿Pero seguro, seguro?
- Bueno, ahí ponen los números de los autobuses que paran aquí y el 94 figura claramente.
Ya, pero no llega.
- ¿Y si cogemos el 103? Por ahí viene uno.
- Pero es que ese no nos sirve.
- Pues el raíz cuadrada de Pi.
- Tampoco nos sirve.
Preguntamos a otras personas que también estaban esperando, pero resultaron ser un matrimonio de Zaragoza y sus hijos, que también esperaban al 94 y estaban igual de perdidos que nosotros.
Al final, un chaval, vino en nuestro auxilio. Afortunadamente, él si sabía manejar bien las aplicaciones de autobuses locales y nos pudo informar de que se había producido una avería en el 94 y que iba a tardar en llegar.
Así que decidimos encaminarnos al metro. El suburbano londinense está bastante bien, pero tiene un defectillo. Carece de aire acondicionado, lo que no suele ser un problema durante la mayor parte del año, pero en verano y en medio de una de las peores olas de calor desde 2013, pues ya os podéis imaginar.
Lo importante es que llegamos sanos y salvos a destino, y justo a tiempo para cenar algo.
Próximamente, las aventuras del cuarto día.
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