Nada más aterrizar el avión en el aeropuerto de Invernalia, perdón en el aeropuerto de Inverness, me di cuenta de que aquello más que un aeropuerto era un aeródromo. No nos hizo falta preguntar cual era la cinta por la que iban a salir nuestros equipajes, porque allí sólo había una cinta transportadora, así que tus maletas salían por allí, si o si. Además la cinta tenía la costumbre de detenerse cada dos por tres, por lo que había una encargada del aeropuerto destinada en exclusiva a darle un empujoncito a la cinta cada vez que se encasquillaba el mecanismo, que como ya se ha dicho era bastante a menudo.
Una vez con el petate al hombro, me encaminé a la parada del autobús, allí estábamos cuatro gatos, porque la mayoría de la gente que viene a estas latitudes suele hacerlo con un tour programado que se encarga de recogerte en el propio aeropuerto. El resto de los mortales esperamos el autobús.
Es cierto que los aeropuertos no suelen estar muy cerca de los centros urbanos, pero aquel era tan pequeño y los alrededores estaban tan desolados, que no me hubiera sorprendido si en lugar del clásico autobús hubiera venido a recogernos un coche de caballos conducido por un embozado conductor con acento transilvano. Para mi decepción y regocijo de mis compañeros de viaje, lo que vino en nuestro auxilio fué la clásica tartana de los servicios municipales, aunque es cierto que el acento del conductor era cuando menos sospechoso.
Tras un rápido trayecto, desembarcamos en la estación de autobuses y diligencias (una de las empresas de autobuses de por aquí se llama Stagecoach, por si no lo sabéis este es también el título de una famosa película de John Ford. Dicho título fue traducido en España como La diligencia).
Una vez que eché pie a tierra, entré en el clásico juego de ¿Dónde está mi hotel? Que básicamente consiste en que preguntas a los oriundos del lugar si te pueden indicar la forma de llegar a la calle donde se encuentra tu hotel y diez minutos más tarde te das cuenta de que la mayoría de la gente no conoce en absoluto su propia ciudad, por lo que acabas preguntando a los extranjeros, quienes como en su día ya se la tuvieron que patear de arriba abajo en busca de sus respectivos alojamientos, te indican con gran precisión hacia donde tienes que ir. En mi caso yo me encontré a otro español, al que llamaremos Cisco, quien no sólo me indicó donde estaba mi hotel sino que me acompañó hasta allí y luego me invitó a tomar una pinta de cerveza.
Tres pintas más tarde, yo ya me había dado cuenta de que Cisco, que había llegado a Escocia con la oleada de emigrantes españoles de hace quince años, con el paso del tiempo había ido perdiendo el contacto con todos sus compañeros españoles y que básicamente se había pegado a mí para tener la oportunidad de volver a entablar una conversación, en algo que no fuera inglés.
Finalmente, y no sin esfuerzo, conseguí darle esquinazo a base de diplomacia y logré llegar al hotel, donde por fin pude descansar.
Y eso fue el primer día, pero no quiero cerrar este post sin poner al menos una foto de Inverness. Concretamente del Río Ness, con uno de sus dos puentes colgantes a un lateral y al fondo una de las múltiples iglesias que hay por esta ciudad.
Lo de los puentes colgantes es de traca, mira que son seguros y robustos, pero en cuanto paseas por ellos enseguida puedes notar un ligero balanceo de lo más emocionante.
Seguiremos informando.
4 comentarios:
Oye, parece que tiene buena pinta y encima con sol al fondo. ¿qué más quieres?
J.
No, si Inverness es batante chulo, eso si, está donde Crom perdió el secreto del acero y no quiso volver a buscarlo.
Bonita foto, parece una postal. En la Wikipedia dice que Es la ciudad del Reino Unido en la que más frio hace, menos mal que estamos en primavera..
Pues que quieres que te diga, no noto mucha diferencia de temperatura con Londres o Edimburgo, a lo mejor es que me estoy aclimatando. ^_^
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