6/14/2020

Veinteava entrega del podcast: La asamblea de las matemáticas

Hola a todos, seguimos con las colaboraciones, esta vez contamos con un relato de Jaime Padín,  quien además de escribir estupendos relatos, está embarcado en un proyecto personal de acercar la electricidad a un hospital, una escuela de formación profesional agraria y tres internaddos en la comunidad rural de Natete-Netia, en la provincia de Nampula, al norte de Mozambique. Si queréis saber más de esta fantástica iniciativa, por favor pasad por su blog cualquierotracosa.es, no dejéis de echarle un vistazo porque realmente merece la pena.

Gracias a todos los que han colaborado con sus voces: DarkCrow, Paula, Raquel, Mario, Álvaro, Juan M. V., Dulcinea del Toboso y Pepita Parker.

Versión de audio:

Versión escrita:

– Señores, señores, por favor, tengan la bondad. Les ruego un poco de silencio.
Miembros del álgebra, la aritmética y el cálculo habían acudido de todos los rincones del mundo a
la asamblea. Había una gran expectación y, por qué no decirlo, preocupación por el tema que allí se
trataba: el progresivo crecimiento del número π y sus fatales consecuencias para el universo
matemático.
–Tiene la palabra la interrogación –continuó diciendo el presidente.
–Con la venia –contestó cortésmente la interrogación–. Que nuestro colega π padece un
sobredimensionamiento y que eso conlleva un gran peligro es algo evidente, sinceramente, no creo
que debamos seguir perdiendo más tiempo en este punto. Lo que realmente nos tenemos que
preguntar es: ¿Podemos hacer algo para corregirlo? ¿Existe alguna solución para este problema?
–Me temo que ninguna –respondió el signo menos-. Llevamos todo el día debatiendo y no
encontramos ninguna solución. π no hace nada más que crecer y crecer, y así seguirá hasta que
explote y nos arrastre a todos con él. Asumámoslo ¡Será el fin de las matemáticas!
–Seguro que hay una solución –replicó el signo más–, es más, ¡Tiene que haber una solución! Lo
único que tenemos que hacer es encontrarla.
–De nada sirve perseguir quimeras -dijo la división-. Propongo que aquellos que estén de acuerdo
con el signo más continúen con el debate y el resto abandonemos la asamblea.
–¡Discrepo! –exclamó la multiplicación-. Ante un problema como éste debemos permanecer unidos,
al fin y al cabo, es un asunto que nos afecta a todos.
–Caballeros, caballeros, por favor –dijo el signo igual–. Llevamos todo el día discutiendo sobre el
futuro de nuestro colega y todavía no le hemos oído pronunciarse. Considero que, como cualquiera
de nosotros, tiene derecho a dar su opinión.
–El signo igual tiene razón, por favor señor π, tenga usted la bondad –dijo el Presidente señalando
el estrado.
π, que hasta aquel momento había permanecido fuera de la sala asomando la cabeza por la puerta,
se dirigió muy lentamente hacia el atril, arrastrando pesadamente su cuerpo sobre una alfombra roja
que con cada paso desaparecía bajo sus pies Apenas asomaba por la puerta una parte minúscula de
sí mismo cuando ya había ocupado prácticamente toda la tarima. El sudor de su frente, sus mejillas
sonrojadas y la respiración entrecortada delataban el gran esfuerzo que aquella peregrinación había
supuesto para él. Sus costuras, tensas y muy forzadas, amenazaban con ceder en cualquier
momento.
–Señor Presidente, estimados colegas –comenzó a decir π todavía jadeante–. Siento mucho ser el
foco de sus preocupaciones. Nací siendo un 3, fruto de la relación entre una circunferencia y su
diámetro. Era un poquito más grande que los 3 de mi edad, pero eso en principio no supuso ningún
problema. Con el tiempo pasé de ser un 3, a ser un 3’1416, luego un 3’1415926, más tarde un
3’14159265359 y así hasta los más de 2,7 billones de dígitos que actualmente me siguen y me
persiguen. Comprendo la preocupación de los miembros de la asamblea, pues a este ritmo habrá
más números en mi interior que en todo el universo matemático y mi desbordamiento provocaría un
hecatombe en las ciencias sin parangón, pero les aseguro que no soy capaz de controlarlo, y
créanme que lo he intentado. La dieta del redondeo no me ha funcionado, y la realidad es que sigo
creciendo y creciendo sin control. Sinceramente, no sé qué hacer para repeler las cifras, y créanme
que lo intento.
Aquellas palabras acompañadas de las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos enmudecieron
el auditorio. El crecimiento de π preocupaba a los asistentes, pero π no era un mal número y todos
lo sabían. Quien más o quien menos todos los allí presentes habían formado parte de una forma o de
otra en algún problema sin resolver y eran conscientes de la frustración que eso suponía.
Tras unos minutos en silencio finalmente el presidente tomó de nuevo la palabra.
–Caballeros, me temo que nos encontramos entonces en el mismo punto que cuando comenzamos
esta reunión. Con un gran problema y ninguna solución. Es inútil que sigamos alargando por más
tiempo esta asamblea. Como dice nuestro colega el signo menos no nos va a quedar más remedio
que asumirlo, las matemáticas están perdidas. Así que si nadie tiene nada más que añadir…
–Un portero – se escuchó decir desde el fondo del hemiciclo.
Todos los asistentes se giraron buscando el origen de aquellas palabras.
–Sí, un portero –repitió tímidamente un joven que se hallaba sentado en una esquina en la última
fila. Era el número e que hasta aquel momento había permanecido callado, escuchando los
razonamientos de sus colegas más veteranos. Comprendía mejor que nadie la trascendencia del
asunto pues, si bien en menor medida, compartía el mismo problema que su colega -. Si lo que π
quiere es no dejar entrar a nadie sin su permiso, lo que tenemos que hacer es poner un portero que
controle el acceso.
Un murmullo generalizado se escuchó en la sala.
–¿Poner un portero al número π? Eso es absurdo –replicó el signo menos.
–Efectivamente –contestó e–, es una idea absurda, pero si con la lógica no hemos sido capaces de
encontrar una solución al problema de π, tal vez ponerle un portero funcione, al fin y al cabo π no
deja de ser un número irracional, ¿y hay algo más irracional que ponerle un portero a un número?
Tras unos minutos debatiendo la propuesta finalmente la asamblea acordó, quizás más por
cansancio que por convicción, ponerla en práctica. Podría ser una idea absurda, pero era la única
idea que tenían y antes que no hacer nada para resolver el problema prefirieron hacer cualquier otra
cosa.
A la mañana siguiente entró en vigor el derecho de admisión para el número π. Nombraron portero
al punto, el cual, situado al final de π, ejercía con gran celo su trabajo, impidiendo el paso a ninguna
cifra sin invitación. Y aquella idea funcionó. π dejó de crecer sin control y las matemáticas se
salvaron de su particular cataclismo.
Hay veces que las ideas más absurdas son precisamente las que mejor funcionan, y de la misma
manera que con un punto se terminó el problema, también con un punto finaliza esta historia.

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