5/10/2020

Decimo octava entrega del podcast: Un paseo por la selva

Hoy estrenamos la sección jóvenes autores, aunque como decía el mítico anuncio: jóvenes aunque sobradamente preparados. Paula, una jovencísima seguidora de mi humilde podcast, me ha enviado esta fantástica historia de aventuras apta para toda la familia. Espero que la disfrutéis.

Versión de audio:


Versión escrita:

Era una familia en Costa Rica. Estaba compuesta por 3 hijos y los padres (que eran unos excursionistas entusiastas). A menudo dejaban solos a sus hijos en casa y se iban de excursión durante varios días. Jane tenía 17 años y Jerónimo y Julia 6 cada uno.
Hace ya un par de días los padres de Jane y los mellizos se fueron de expedición a una selva. No estaban preocupados pues ya les habían avisado de que la excursión duraría más de lo normal. Su día a día era soberanamente aburrido: 


Se levantaban a las 8:00, se vestían, desayunaban, se lavaban los dientes y preparaban la mochila, porque, aunque no estuvieran con sus padres seguía habiendo cole. Después de clase volvían a casa y hacían los deberes. Veían las noticias y cenaban. Por último, leían un rato y se iban a dormir. 


Llegó el 3º día y Jane decidió llamar a sus padres, no contestaron, lo mismo hizo el 4º día y lo mismo el 5º. Se asustó mucho y decidió iniciar una geolocalización. No hubo éxito. Entonces decidió ir ella misma a la selva a buscarlos. 


Al día siguiente Jane llevó a Julia y Jero al piso de la abuela, volvió a casa, les hizo las maletas para que pasasen allí el finde y regresó a donde la abuela. Jane no les había contado nada a los mellizos, pero a la abuela, que era un poco desastre se le había escapado alguna cosa del viaje secreto de Jane: 


- ¡Jane! - exclamaron Jerónimo y Julia en el mismo instante que Jane entraba por la puerta - No vas a ir sola, nosotros vamos contigo -.
- ¿A dónde? - disimuló Jane mientras le echaba una mirada asesina a la abuela. 


Los niños se dieron cuenta de aquella mirada escalofriante e insistieron: 


- Porfa, porfa, porfa - suplicaron.
Y, claro, no podía prohibírselo.
- Vale, vamos a casa, que hay que preparar más provisiones- dijo enfadada pues no quería poner en peligro a sus hermanos. 


Y ahí empieza a su aventura: 


- Julia, coge todo lo que haya en la despensa y Jero, tu coge agua, sabanas y la tienda de campaña – se le oyó decir a Jane a los 4 vientos mientras cogía los cepillos de dientes.
- Si señora- contestaron sus hermanos entre el miedo y la ilusión. 


Partieron a la hora de la siesta, cosa que el vecino maldijo mucho pues Jane, que tenía prisa por salir, gritaba: 


- Vamos, vamos, vamos, que perdemos el avión- les decía continuamente a los mellizos.
- Ya vamos, tranquila- insistían.
Así que se subieron al taxi y marcharon hacia el aeropuerto. 


Una vez allí, Jane pagó al taxista y a toda prisa entraron en el edificio sin siquiera mirar por dónde. Cuando se enteraron de donde se habían metido, se pusieron rojos de vergüenza (salvo Jerónimo) porque estaban en el baño de los chicos. Tan pronto como entraron, salieron. 


Esta vez entraron por donde debían. Empacaron maletas, aunque les costó la vida pasar la comida e hicieron los tramites. Una vez subidos al avión les sirvieron una merendita y despegaron.
Llegaron tarde, como a las 10:00 de la noche. Pero aun así cogieron el autobús y buscaron un guía para no perderse en la selva. No les costó mucho y emprendieron la marcha casi en seguida. 


Entraron en la selva. Al principio, no era densa, pero a medida que avanzaban las plantas tenían cada vez más follaje: 


- Jane, ¿has cogido el antimosquitos? - preguntó Jerónimo.
- Pues claro que si tonto-lava. – dijo – Pero te lo has acabado ya.
- Es verdad, lo siento – dijo Jero fingiendo que lo lamentaba. 


Continuaron caminando un par de horas más. Los mosquitos parecían cada vez más numerosos y hasta estaban algo mareados por las picaduras de araña que habían recibido en los tobillos. 


Se hicieron las 12:30 y decidieron descansar. El guía recomendó dormir en un claro: 


-Lo más seguro es dormir en un claro, ahí no hay peligro y los bichos no querrán acercarse. – dijo el guía – Conozco uno, no está muy lejos. - No sabéis lo que se alegraron de escuchar eso. 


Caminaron unos 15 minutos al norte y luego otros 20 al este. Ellos se preguntaban porque no en diagonal. Cuando llegaron entendieron por qué: Había un río que les cortaba el camino y tampoco podían ir pegados a él porque había caimanes por todos lados, tenían que mantener una distancia. 


El claro no era muy grande. Tenía una forma más o menos circular. Debía ser de 2 metros de diámetro, lo suficiente para pasar la noche, según el guía. Montaron la tienda de campaña en apenas unos segundos y sin cenar más que una rebanada de pan se fueron a dormir bajo unas cuantas mantas.


Estaban repartidos en 2 tiendas: En la pequeña dormía el guía y en la grande Jane, Jero y Julia. Aunque fueran 3 personas en la campaña les sobraba hueco pues como tenían tanto frio se apretujaron hasta ocupar el lugar de una sola persona. 


Sonó la alarma de Jane a las 6 de la madrugada. Se levantó y preparó el desayuno. Poco después se levantó el guía y Jane despertó a sus hermanos. El guía comió un poco de arroz que llevaba y los demás avena con leche. 


Emprendieron la marcha a las 6:45 y fueron para el norte, pues es donde se suponía que iban a ir los padres. Caminaron y caminaron durante 7 horas sin descansar, pero esta vez en diagonal. Pararon a comer más o menos a las 2:00. Tomaron unos huevos duros y ensalada. Se echaron una siesta de no más de 15 minutos y reemprendieron la marcha. 


Caminaban a paso rápido, ya se habían acostumbrado a las picaduras de mosquitos y a escuchar ruidos por todos lados. Pero, de repente un ruido inquietó al guía que intentó gritar algo y luego salió corriendo. Los hermanos miraron a donde provenía el ruido. No había nada a la vista:
 

- Qué forma más original de dejarnos solos – resopló Jane hecha una furia y se dio la vuelta para seguir caminando.
- Jane -. Jero y Julia estaban temblando y no podían moverse del miedo.
 

Jane se giró y por un momento no supo que hacer:
 

- ¿E… e… eso es un caimán? – preguntó Jane sin terminar de creérselo.
 

El horrible animal empezó a caminar hacia ellos amenazando con sus mandíbulas.
 

Se quedaron quietos un instante, pero luego instintivamente corrieron al árbol más cercano y treparon por su tronco lo más rápido que pudieron.
 

-A salvo – dijo Julia soltando un suspiro que podría haber derrumbado un árbol.
 

Jane notó algo en su espalda y pensó:

- Maldita araña, quita de encima.

Se dio la vuelta para tirarla al suelo, pero resulta que no era una araña. 


Detrás suya había una serpiente verde a punto de morderle. Sus dientes estaban impregnados de veneno. Jane intentaba alejarse, pero no conseguía moverse. Jero y Julia le tiraban palos y hojas a la serpiente. No parecía molestarle lo más mínimo. 


Ya tenía los dientes posados en el cuello de Jane cuando una flecha atravesó a la serpiente: 


- ¡Amigos, por fin! – gritaron los mellizos. 


Bajaron. Y corrieron a abrazar a unos hombres y mujeres que estaban armados con lanzas y arcos. 


Ellos, por su parte les ataron las manos y los pies a un palo (como si fueran un jabalí). Pensaron que sería alguna forma de darles la bienvenida, pero después de un rato les pareció muy raro que les llevasen colgando, porque no era muy cómodo, a decir verdad. Intentaron soltarse, pero no podían porque los nudos eren muy fuertes. Y, además les estaban pinchando con sus lanzas cada vez que se movían. 


Debían de haber avanzado varios kilómetros cuando vieron una pequeña aldea. Estaba situada en un claro y había un pequeño camino que habían limpiado de maleza. 


Cuando se acercaron más vieron que había una terrible señal de advertencia. Intentaron liberarse, pero recibieron muchísimos pinchazos. 


La entrada era muy bonita. Habían cortado todo lo que se metía en el camino. Lo único que no estaba cortado eran las ramas de arriba del todo, lo que creaba el efecto de caminar por un cilindro.
Las casas estaban hechas de caca, barro y paja. Eran redondas con techo con forma de cono. Las paredes eran de barro y caca. El techo era de paja. No tenían ni puertas ni ventanas, es decir que sus ventanas y puertas eran agujeros. 


En el centro de la aldea había una casa como partida por la mitad, en resume, que había media casa. Dentro había una esterilla de colores muy vivos. También había 3 tronos. En ellos estaban sentados el jefe de la tribu y sus padres. 


Entraron a la aldea y todos salieron fuera de sus casas a ver que pasaba. Todos se pusieron muy contentos, empezaron a sacar cuchillos, cucharas… Aunque Julia vio a una de niña con expresión de preocupada y dijo: 


- Jane, nos quieren comer - susurró.
- Lo sé. – contestó Jane - Pero vamos a salir de esta todos juntos, incluidos papá y mamá-.
- Claro que si - asintieron Julia y Jero. 


Aunque ninguno de los 3 se lo creía. 


Cuando sus padres los vieron se intentaron levantar, pero el jefe se lo impidió poniéndoles la lanza delante. 


El día acabó muy rápido. Les metieron en una de las casas y todos se fueron a dormir. Ellos no pudieron pegar ojo. Estaban intentando soltarse. De repente la niña que Julia había visto antes salto por la ventana y les desató lo más rápido que pudo. 


Con señas les dijo que se fueran. Ellos salieron por la puerta y fueron a buscar a sus padres. Los encontraron sentados en los troncos con forma de silla. Les despertaron y salieron corriendo de la aldea. Mientras tanto los aldeanos si iban despertando y al ver que no estaban se pusieron a revisar la aldea. El jefe miró en la cabaña donde los hermanos habían estado prisioneros los hermanos y encontró una horquilla, la horquilla de la niña. 


Mientras tanto, en otra parte de la selva, la aventurera familia corría sin descanso. De pronto, vieron algo moverse y se asustaron mucho, pero de la oscuridad, en vez de un peligroso animal, apareció un equipo de rescate. Se los había mandado la abuela, que, preocupada les había enviado ayuda.


Rápidamente se subieron al todoterreno y se dispusieron a marchar hacia casa, pero Julia dijo: 


- ¡No! ¡Vamos, a la aldea! ¡Es muy importante! – gritó a todo volumen. 


Lo dijo con tanta fuerza que, el conductor volvió por miedo a que le comiese vivo. 


Allí encontraron al jefe de la tribu a punto de apuñalar a la pobre niña (que por cierto se llamaba Mishana). Pero ellos, en un breve instante la agarraron del brazo y se la llevaron con ellos a su casa.
Le adoptaron y ella aprendió su idioma con rapidez. Viven felices fuera de peligro alguno y ahora los padres viajan con sus hijos y a lugares más seguros.

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