Nos levantamos el sexto día con la incertidumbre de la meteorlogía. ¿Seguiría la ventisca arreciando con inclemente ferocidad rusa?
Pues no, tuvimos solazo (eso sí, la máxima era de unos ocho grados bajo cero). Así que nos subimos al autobús y nos fuimos a visitar el Palacio de Peterhof.
Aquí tengo que decir, que nosotros no vimos ningún turista en los autobuses públicos. Si que vimos muchos autobuses contratados por los clásicos tours de vacaciones, normalmente repletos de chinos y japoneses. Pero practicamente no vimos o al menos yo no fuí consciente, a turistas como nosotros en el transporte público. En mi opinión, y creo que Conchi piensa igual, parte de la gracia de viajar es tener la posibilidad de equivocarte de autobus y acabar visitando Vladivostok en lugar de Novosibirsk. Pero bueno, cada cual es libre de disfrutar de sus vacaciones como quiera.
Realmente a nosotros no nos costó demasiado orientarnos. Siempre encontrabas a alguien dispuesto a orientarte e indicarte que autobús tenías que coger. En ese sentido la gente más dispuiesta a ayudar era la gente mayor, los jóvenes se limitaban a decir "No hablo ingles, lo siento". Mientras que la gente mayor que tampoco hablaba inglés, pero se esforzaba por tratar de entenderte y ayudarte.
Finalmente llegamos al Palacio y los Jardines de Peterhof, que como podreis ver, es un sitio realmente impresionante.
Bonito, ¿verdad? A mí me solo me venía a la cabeza la expresión "Versalles con nieve". Cosa rara, ya que yo nunca he estado en Versalles, ni en Francia ya puestos. Pero bueno, mi cerebro funciona como funciona y no nos vamos a extrañar a estas alturas.
Tras la vista al palacio, nos volvimos a San Petersburgo y decidimos realizar nuestro segundo intento de visitar el museo Hermitage.
La verdad es que se ve mucho mejor sin ventisca. Y encima esta vez, pudismo acceder al interior.
El resto de la tarde, lo pasamos dando un paseito, por las calles de la ciudad.
Había llegado el momento de cambiar Moscú, por la antigua capital de los zares, San Petersburgo. Así que hicimos el petate y nos fuimos a la estación de tren. Tras un rato de espera en la estación, por fin pudimos subirnos al tren. La verdad es que se parecía bastante al típico Alvia de Renfe. Nos tocó en una mesa con cuatro asientos, por lo que estábamos bastante cómodos.
Acompañándonos en los otros dos asientos, estaba un abuelete (el resto de su familia estaba sentada en otra mesa de cuatro que estaba al lado de la nuestra) y una chica joven a la que vimos bastante poco, ya que al cabo de una media hora de iniciar el viaje se cambió a una fila de asientos vacíos, se agenció una manta y se echó a dormir hasta un rato antes de llegar a nuestro destino. Aquí hay que romper una lanza en favor de la sociedad rusa, porque la chica antes de irse a dormir, dejó sobre la mesa su portail abierto y ahí se quedó sin vigilancia durante las tres horas que estuvo de siesta la muchacha y cuando se despertó el ordenador seguía ahí y eso que el portátil no era precisamente barato (en España, no hubiera durado ni diez minutos).
El viaje transcurrió sin mayores anécdotas, aparte de una ligera preocupación, ya que a medida que nos acercábamos a nuestro destino, veíamos cada vez más nieve por las ventanas.
Una vez que llegamos a San Petersburgo, cogimos el metro para ir hasta nuestro hotel. El suburbano de esta ciudad es más modesto que el de Moscú, pero aún así le da sopas con honda a cualquier otro que yo haya visitado.
El hotel estaba bastante bien, y en el interior del minibar me encontré una grata sorpresa, sobretodo para un nostálgico empedernido como soy yo
Con ustedes la mítica Mirinda. Seguramente a los españoles más jóvenes no les sonará esta bebida, ya que aunque es originaria de nuestro país y estuvo muy presente en las décadas de los 60, 70 y principios de los 80, hoy por hoy está prácticamente desaparecida por estos lares. La bebida fue comprada por Pepsy, pero lejos de promocionarla, dedicó sus esfuerzos a hacer publicidad a Kas Naranja.
Curiosamente sigue siendo muy popular en otras partes del mundo.
Finalizado el momento abuelo cebolleta, dejamos los bártulos en el hotel y buscamos el restaurante más cercano (más que nada porque la nieve estaba empezando a arreciar y no era plan de ponerse exquisitos).
Acabamos en una pizzería, de dudosa calidad, donde pudimos descubrir otra sorpresa gastronómica, esta vez mucho menos agradable que la Mirinda.
La Pizza de Nutella con emanems y no se que más, no quise ni investigar el asunto y huelga decir que no nos atrevimos a probarla. Por lo que he visto por internet, no es un plato exclusivo de la madre Rusia, pero voy a dejar el tema aquí porque no me quiero poner a discurrir sobre el declive de la civilización y la ruina de la cultura gastronómica.
Después de comer, decidimos hacer nuestra primera incursión turística por San Petersburgo. Dado que la nieve caía cada vez con más intensidad, pusimos rumbo al museo Hermitage, así al menos estaríamos a cubierto.
Aunque no se aprecie bien en las fotos, la nieve estaba cayendo a base de bien y el viento se encargaba de lanzarnosla a la cara. Aún así pudimos ver que era muy bonito... por fuera. Porque lo cierto es que el museo estaba cerrado ese día.
Así que nos fuimos a buscar la Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada, que al menos en el mapa no estaba demasiado lejos. Y realmente no lo estaba, pero claro no es lo mismo ir dando un paseo un soleado día de verano, que cuando vas en medio de una ventisca. De hecho nos pasamos la calle un par de veces, porque cuando la nieve te cae constantemente sobre los ojos, la visibilidad se vuelve complicada.
Finalmente la encontramos.
Llegados a este punto decidimos ir de vuelta al hotel, y rezar para que al día siguiente el tiempo mejorara.